Amor de carne y hueso
María José Mora Silva
Ilustración por María Sofía Bustamante Rondón
El olor rancio de las rosquillas añejas combinado con el aroma a tocino carbonizado fue lo que los atrajo al mostrador principal. Con un cruce de miradas, sus cuerpos, almas y hambre voraz crearon un lazo único entre aquellos jóvenes con un deseo carnal incontrolable.
Él, exiliado, pero libre para saciar su apetito; ella, apegada a su familia, pero forzada a reprimir sus instintos. Eran dos seres cuyos caminos convergían en el punto más problemático de sus vidas, frente a frente, en una experiencia visceral. Su pasado fue descompuesto y metabolizado para nutrir la base de una relación apasionada, y al mismo tiempo, una amenaza latente.
La culpa que ella fue obligada a sentir había sido eliminada de su sistema, pues él entendía su necesidad antropófaga y estaba dispuesto a satisfacerla; no la juzgaba ni la reprimía. Era libre.
Aquella sensación de alivio fue desvaneciéndose poco a poco. La inseguridad la carcomía, propagándose desde su cerebro hasta llegar a sus intestinos. Notaba el pulso de su amante más lento que de costumbre, su respiración no denotaba emoción alguna, percibía un aroma desconocido. “Algo está mal”, dijo para sí misma.
Incapaz de digerir sus sospechas, pensó que no hay mayor acto de amor que el sacrificio de un ser amado, especialmente a manos de aquel que ama tanto. Se quedó detallándolo… y con cada bocado, saboreando esa chispa que alguna vez existió, se dio su gran demostración.