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Chinauta, deshecho entre los desechos

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Valentina Benítez Guerrero, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana.

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El corregimiento que pertenece al municipio de Fusagasugá no cuenta con servicio de alcantarillado; entre los predios corren aguas negras provenientes de pozos sépticos rebozados.

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Valentina Benítez Guerrero
Barrio Villa Nelly, donde hay 88 predios y, más o menos, viven unas 600 personas.

Saliendo de Bogotá, y a dos horas de la capital colombiana, la autopista que conduce hacia el sur del país, a la altura del corregimiento de Chinauta, fue testigo de las victorias de ‘Lucho’ Herrera —ciclista fusagasugueño que brilló entre 1982 y 1992—, cuya cicla marcaba en la década de los 80 el asfalto de la vía en el Clásico RCN (una de las principales competencias de ciclismo en el país). En dicha autopista, 40 años después, las únicas marcas que se observan en el asfalto son el rastro de las aguas contaminadas que corren a lo largo del territorio. Chinauta es un corregimiento que carece de alcantarillado y gas domiciliario, donde el 35% de la población no cuenta con agua potable, el alumbrado público es deficiente, y las vías están en mal estado.


Allí se alza el sol, imponente, en lo alto del cielo. Doce kilómetros se extienden por el verde de los prados que atraen a numerosos turistas en épocas feriadas, vacaciones y fines de semana. Las manos de los campesinos, curtidas por el tiempo, han construido pozos sépticos —sistemas primarios para la evacuación de las aguas residuales—, han instalado tuberías bajo el suelo y han limpiado el desastre que supone no contar con una red de alcantarillado en uno de los epicentros turísticos del departamento de Cundinamarca.


El clima del corregimiento adormece un poco los sentidos. El bochorno que flota en el aire después del mediodía le pide a Juvenal Aponte, un lugareño de 87 años, y a su esposa Aura de Aponte, de 80, tomar una siesta en la tarde después del almuerzo. Ambos son de Boyacá, pero después de vivir en Bogotá, y en busca de tranquilidad, llevan más de dos décadas viviendo en Chinauta. Residen en el barrio Villa Nelly, que solía ser una hacienda de 16 mil metros que pertenecía a una pareja de italianos, a quienes unos desconocidos asesinaron hace 26 años tras robarles sus pertenencias. Como nadie reclamó las tierras, el hombre que le ayudaba a los extranjeros decidió intercambiar parcelas por mercados, vehículos, dinero o disputas con partidas de tejo.


La tranquilidad que buscaba la pareja Aponte salió cara. Aura baja las escaleras de su casa con el pie izquierdo vendado. Una expresión de molestia se acentúa en su rostro cada que baja un escalón. Tiene un pantalón corto color rosado que cae con simpleza hasta sus pantorrillas, hinchadas por el peso de su propio cuerpo. Camina a paso lento por las baldosas. Su esposo tiene los ojos color azul cielo, hundidos por el peso de los años. Una cicatriz enmarca su nariz. Juvenal habla claro, sin titubeos.


Aquí todos sufrimos por el sistema de alcantarillado. Somos los que más impuestos pagamos al municipio —dice con la mirada perdida entre la calle que tiene frente a la cerca de su casa— Se supone que vivimos en un barrio de interés social; no hay gas y las vías están en pésimo estado. Cada cilindro de gas cuesta 90 mil pesos, y para dos personas escasamente dura 2 meses. Los servicios son de estrato 3, ¿dónde queda el interés social? —suspira—. A veces viene la Alcaldía a poner problema porque todos aquí tienen la tubería que tira las aguas residuales a la quebrada. Dicen que nos van a multar, ¡pues que hagan, entonces, el alcantarillado!


Dagoberto Morales, líder en Villa Nelly que perteneció a la Junta de Acción Comunal de Chinauta por 8 años, afirma que el barrio se legalizó hace más de una década, cuando se cumplió el requisito de los años de posesión estipulados para que cada casa contara con escrituras. “Somos 88 predios, más o menos viven unas 600 personas en el sector (...) Llevamos esperando mucho tiempo por el alcantarillado, alrededor de 10 años”, explicó con los ojos entrecerrados. Tiene la nariz ancha, porta una franela blanca que enmarca su contextura gruesa, una pantaloneta corta, desgastada, y unas chanclas grises.


Hace 11 años una lluvia torrencial azotó al corregimiento y creció Quebrada Seca, el afluente que atraviesa el barrio Villa Nelly y al cual llegan todas las aguas residuales sin un tratamiento previo. Dicha quebrada creció tanto que se inundó el sótano donde dormía Juvenal Aponte junto con su esposa; el primer piso aún estaba en construcción. Las aguas negras los despertaron. Aura sufrió una infección en el pie. Juvenal construyó una tubería por debajo del pozo séptico que permitiera evacuar el agua sucia proveniente de la quebrada; sin embargo, el fantasma de la infección persigue a Aura 11 años después.


—Duele mucho. A toda hora tengo que estar tomando pastas para el dolor; las que me daba el seguro médico no servían para nada. Me tocó ir al médico particular a gastar plata porque la infección se convirtió en una llaga que se extendió por todo el pie —hace una mueca y frunce el ceño—. En 4 meses gastamos 7 millones, en Bogotá gastamos 4 millones más. En el Hospital Central y en Fusagasugá también hemos gastado un montón de plata en tratamientos.


Aura pedía que no se le acercaran porque “olía a perro muerto”, y varios doctores le decían que la única solución era cortar el pie. Después de aplicar oxígeno en las heridas y pasar por un proceso doloroso de curaciones, Aura sigue invirtiendo dinero en cremas y medicamentos. No sabe de dónde sacar más plata. Es difícil tener paciencia cuando el alcantarillado se lleva prometiendo más de 10 años. La paciencia se agota si, durante más de una década, han desviado los recursos del alcantarillado. La paciencia se agota si, durante más de una década, la calidad de vida ha estado en juego. Según Juvenal, “todo se queda en veremos”.


La mayoría de las casas en Villa Nelly están construidas con ladrillo desnudo y son de dos pisos, muchas de ellas compartidas por más de dos familias. Por las tardes baja el sol y da lugar a un olor pestilente por el área donde pasa Quebrada Seca. La pereza se funde con el hedor característico de los desechos domésticos y las aguas negras, que acompaña a los habitantes del barrio día a día. El olor es intenso en época de invierno, cuando la lluvia no da espera y rebosa el pozo séptico de Carolina Torres, una de las habitantes del sector. “Cuando se rebosa el pozo toca abrir las puertas y limpiar para que salga el olor. Literalmente sale la materia fecal. Ya le mandé videos a la señora que me arrienda la casa, pero ni me contesta… No sabemos si acá en el barrio los pozos que están construidos tienen todas las normativas o los filtros, acá prácticamente eso es un hueco y ya”, explica con impaciencia.


—Cuando eso pasa nos toca salirnos acá afuera. Uno paga pa’ que esté bien, pero eso huele re feo… Que hagan algo pa’ que no pase eso —exclamó Camilo Acosta, su hijo de 12 años.


Camilo sale a jugar junto con sus amigos frente a la casa. Él le pide a su mamá que, por favor, se vayan de ahí. Ella le contesta que con qué plata. La vía está salpicada por charcos de agua que huelen mal; Carolina cuenta que ya llevan más de 2 días ahí en la vía y nada que se evaporan. Ella vive con sus hijos, su esposo y su papá de 81 años. Aunque la Corporación Autónoma Regional (CAR) hace tomas de contaminación en la quebrada, “de ahí no pasa”. Ella tiene muchas cargas encima, como el trabajo de su esposo —único sustento económico—, la salud de su papá y el estrés que genera el rebosamiento del pozo que deja “el patio vuelto nada”. Juan Andrés Eslava, gerente de Biolodos —empresa privada que instala las plantas de tratamiento de agua y hace el mantenimiento de los pozos ya construidos—, puntualiza que sus plantas cumplen con todas las normativas en el tratamiento del agua y buscan reemplazar los pozos sépticos, pero ¿quiénes pueden costear esas plantas?


Para obtener licencias de construcción en Chinauta y tener acceso al agua potable es requisito que Biolodos entregue un certificado que avale que el pozo séptico se encuentra en buen estado, o que se construya la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR), que reemplaza al pozo. Dicho certificado cuesta —según los pocos habitantes locales que lo han costeado— 2 millones de pesos; y la construcción de la planta cuesta unos 40 millones, en promedio. El saneamiento ambiental cuesta, y cuesta mucho; ya sea un pie o un dineral. Un campesino —cuyo ingreso oscila entre el salario mínimo (908.526 pesos colombianos) y lo suficiente para pagar los altos costos del impuesto predial— no tiene los fondos suficientes para financiar tales gastos. La solución que ofrece Biolodos resulta un problema para Carolina, Juvenal o Aura, que no tienen dinero para pagar el mantenimiento del pozo séptico o, en su defecto, el certificado del mismo o la construcción de una planta.


—Ese es el pan de todos los días acá en Chinauta —dice Andrés Antonio Ramos, propietario residente de una finca ubicada a la altura del kilómetro 70 en la autopista. Tiene 76 años y habla con el ceño fruncido y la voz firme, tiene las manos arrugadas y es de tez morena—. Vivo acá desde el 2007 y el problema mayúsculo es la contaminación ambiental por el desborde de los pozos sépticos. Aquí ya compraron el terreno para construir la PTAR, a donde llegarían las aguas del alcantarillado, pero todo es pura paja porque nos llevan prometiendo eso desde hace años y solo nos han engañado.


—Nada más uno tener que salir de la casa y meter los pies en ese barrial que se forma al frente —interrumpe Nadia, su esposa—, solo con dos o tres aguaceros ya se ve bajar el agua fétida y el agua residual. Hasta gusanos de letrina he visto yo.


Andrés Antonio alega que nadie hace nada; él reitera que tanto el gobierno municipal como el departamental los tiene abandonados. Según Nicolás Sabogal, funcionario de la Secretaría de Infraestructura en la Alcaldía de Fusagasugá, el alcantarillado le compete a la Empresa de Servicios Públicos de Fusagasugá (EMSERFUSA) —que es la entidad prestadora de servicios de la Alcaldía— y a la Gobernación. Javier Rojas, funcionario de EMSERFUSA, explica: “Se necesita de la Gobernación; con las empresas públicas tenemos una consultoría que va a tomar toda la topografía de Chinauta para hacer el diseño de las redes hidráulicas de alcantarillado que llevarán las aguas a una PTAR para toda Chinauta. Eso es lo que estamos haciendo en este momento con el Plan Maestro de Alcantarillado”.


Aunque el gobernador de Cundinamarca, Nicolás García, le aseguró al concejal de Fusagasugá, Andrés Sáenz, que en junio del 2022 quedarían listos los estudios y diseños del Plan Maestro de Alcantarillado, y que en agosto se avanzaría con el proceso licitatorio que cuesta 45 mil millones de pesos; los habitantes de Chinauta se muestran incrédulos. Cómo no van a responder sin expectativas cuando, según el informe del Ministerio de Vivienda que salió en octubre del 2021, de los 587 mil millones de pesos que se invierten en Cundinamarca en proyectos de agua potable y saneamiento básico nada está destinado para Chinauta.


“En algún momento, hace muchos años, varios gobernantes hablaron del alcantarillado, pero nunca se pudo materializar el proyecto porque no había viabilidad financiera y no se habían hecho estudios dosificados. Por eso la comunidad dice que los políticos son unos mentirosos. No hay responsabilidad en el discurso”, enfatiza Andrés Sáenz, quien ha ejercido presión a la Gobernación desde el municipio. Con respecto al saneamiento ambiental, los funcionarios de la CAR tienen la misma respuesta: ellos solo se encargan del Plan de Saneamiento y Manejo de Vertimientos para monitorear los puntos de vertimientos identificados en Chinauta, pero todo el seguimiento lo tiene la Empresa de Servicios Públicos o el mismo municipio.


Gerardo Castelblanco —hijo de Francisco Javier Castelblanco, uno de los primeros habitantes que llegó a Chinauta en abril de 1963 a comprarle predios a la familia Williamson, dueños por herencia de lo que era todo el corregimiento en esa época—, es un viverista que solía pescar, bañarse y jugar en Quebrada Seca en el año 1979; ahora, a raíz de la contaminación, es algo impensable. Dentro de su vivero Plantimundo tuvo que instalar cajas de recolección de aguas residuales porque la materia fecal que se rebosa de los pozos sépticos vecinos rodaba a través de su predio. Instaló tubos por debajo de la tierra porque las plagas y los malos olores no se los aguantaba nadie. “Yo vivo acá, como acá, duermo acá y trato de cuidarme, pero los demás trabajadores no se lavan las manos con buena agua y cometen el error de tener contacto con aguas sucias; se salpican, les salen orzuelos, se infectan, tienen hongos y demás”, comenta Jennifer Cruz, administradora y única residente del vivero, hablando ‘golpeado’ y con el ceño fruncido. En el vivero todo es verde, el lago, las plantas y los caminos. Todo, salvo las zanjas y los tubos que portan agua color marrón.


Tal como lo afirma el gremio de viveristas en la región, las entidades solo hacen presencia en campaña política, de resto están ausentes. Bajo el rayo de sol de mediodía, con botas de pantano, sombrero de ala ancha, un machete a la cadera, camisa de tela fina y pantalones anchos, Luis Arias —presidente de la Junta de Acción Comunal— alega, mientras una gota de sudor escurre por su cien y respira con dificultad, que está ‘harto’ de la falta de cohesión social. “¿A quién le pedimos obras? Ni siquiera tenemos concejal, en cambio mire todas las veredas del sur, ellos sí tienen concejal. Empezando porque el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) no dejaba fraccionar el terreno, pero aun así se hace y cada vez hay más predios ocupados por más personas […]. El POT es obsoleto; no se renueva desde 2001”.


La urbanización desmedida de los últimos años se acentuó con la pandemia. Juan Segura, edil del corregimiento, reconoce que la empresa de servicios públicos tuvo un aumento del 30% en la recolección de basura entre 2020 y 2021, lo cual explica que hubiera un incremento de población en este periodo. Desde hace 3 o 4 años ha crecido exponencialmente la población, y con ello la insostenibilidad de los pozos sépticos como sistemas rudimentarios e ineficaces. Las piscinas, los hoteles y los albergues vacacionales esconden la realidad de los lugareños en el territorio: el desborde de aguas negras.


El sol se oculta hacia el occidente entre las montañas. Aura sube las escaleras de su casa, hacia su habitación, cojeando. Aunque el bochorno amerita una llovizna que disipe el calor, Carolina pide que no caiga una sola gota en su casa. Andrés Antonio Ramos y Nidia Suárez cierran las ventanas para evitar a toda costa los malos olores de las aguas que reposan frente a su finca. El vivero Plantimundo evacúa los desechos de predios vecinos con grandes tubos para resguardarse de las plagas y moscas. Las aguas residuales siguen rodando vía abajo a lo largo del corregimiento. Aún no hay gas domiciliario; todavía falta agua potable en ciertas zonas; el alumbrado público es deficiente; el estado de las vías no ha mejorado; y los impuestos son igual de altos. El sol vuelve a salir por el oriente entre las montañas.

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