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Cortesía de Cyan Bello
Se la ve llegar, a lo lejos, con una pinta deportiva y relajada: unos leggins negros bota campana, una camiseta ancha y un saco sin capota atado a la cintura, ambos de color blanco. Sobre sus hombros cuelga un par de trencitas que atan su largo cabello castaño. Desde la distancia se ve como una niña: chiquita y sonriente, pero tiene 26 años. Camina con entusiasmo, como cuando uno ve a alguien feliz. En medio de su blanca tez resalta un lunar café justo en medio del lado derecho de su nariz y su labio superior. Su aproximación, su voz y sus gestos son dulces y cálidos. Esa es la misma impresión que genera Cyan Bello en sus redes sociales, con el nombre Deluzsemilla. En Instagram tiene 110 mil seguidores y en TikTok 184.200, con 2,6 millones de “me gusta”. Su contenido se enfoca en la meditación, el yoga —disciplina de la que es instructora— y el bienestar, tres de sus grandes pasiones.
Sin embargo, y a pesar de que lleva este estilo de vida, tiene muchos gustos que se salen de lo que comúnmente se conoce como zen. “A veces sucede que pensamos que alguien espiritual es quien está todo el tiempo tranquilo y muy zen, pero yo no soy así… Tú te pones a escuchar mi playlistde “me gusta”, en Spotify, y tengo: banda, cumbia, vallenato… Y también me encanta divertirme, gozarme la vida y, a veces, charlar tranquila con amigas sin tener una máscara de ‘todo superzen y vibras positivas’. Y como también estamos en este mundo para gozarnos la experiencia humana y todas sus facetas, entonces eso es lo que yo quiero, ser genuina, permitirme ser y que las personas también se permitan ser ellas mismas a mi lado, porque se sienten seguras”, relata Bello.
A esto añade que siente un profundo llamado a la verdad, y por eso ahora prefiere pasar varios días o semanas sin publicar, que compartir desde un lugar que no sea genuino. “No creo que uno tenga que mostrar siempre que está feliz y que está todo bien. Yo, a veces, también publico: ‘hoy me siento triste’, ‘hoy me está pasando esto…’, porque siento que si uno no lo hace aporta un poco a esa parte tóxica de las redes sociales”. Cyan es consciente de que muchas personas resaltan el lado negativo de estas plataformas, pero, para ella, también tienen uno muy positivo: “el de todas las personas conscientes que te puedes encontrar, que quieren compañía y que están dispuestas a recibir un mensaje de amor, a abrir su corazón, a ser sensibles y a reunirse contigo”.
Ella lleva meses cuestionándose qué tipo de contenido quiere compartir, además de cómo y desde dónde lo quiere hacer. “Muchas veces, como que… es triste, pero a veces el contenido repetitivo es el que funciona”. Sin embargo, no ha publicado con tanta constancia, debido a que, a finales del año 2022, afrontó una ruptura de una relación de tres años —la más larga hasta el momento— que le hizo darse cuenta de que estaba muy desconectada consigo misma.
Por tanto, se ha dedicado a honrarse, a volver a ponerse como prioridad. “Empecé a hacer publicaciones diferentes y me ha gustado. Hay gente que lo ha acogido mucho. Y a veces hago mis experimentos locos… —a medida que cuenta esto, recuerda uno de ellos, se ríe de sí misma e inmediatamente lo busca en su celular y lo muestra— fue algo que genuinamente quería hacer. Es uno que se llama Voy a dejar que mis hojas se caigan, no sé si lo viste… Es un videíto que empecé a pintar y a hacerle como... —se incorpora para aclarar su idea y duda un poco— yo le digo ‘artes mixtas’ —hace unas comillas con los dedos—, pero, cuando le digo así, mis amigos artistas se ríen demasiado y me dicen: ¿eso no es como una técnica de artes marciales? Y yo: ‘¡ay, no sé!, pero para mí es artes mixtas’”, y sigue riendo.
Desde pequeña, Bello ha sido siempre muy sensible, lo cual se lo atribuye, en gran parte, a que sus padres siempre le inculcaron el arte —ambos son cineastas y su papá, además, fotógrafo—. Sin embargo, empezó en el yoga luego de pasar por una etapa de profunda desconexión con ella misma. El origen de este sentimiento se remonta a su infancia y su adolescencia. En las historias destacadas de su Instagram compartió su testimonio, con el fin de transmitir el mensaje de: “tienes el poder de crear la vida que deseas” y prosigue: “quiero que sepan que no todo es luz, la sombra hace parte de quienes somos y de la vida. Si te sientes solo, triste o perdido y quieres hablar con alguien, puedes escribirme un mensaje, yo te puedo escuchar”.
Cuenta que, cuando tenía siete años, fue abusada sexualmente por un muchacho de su ruta del colegio. “Para mí, en ese entonces, no tenía mucho sentido racional lo que había sucedido, pero sí me afectó emocional y psicológicamente. Me volví insegura y desconfiada […]. Mi inseguridad fue creciendo con los años y mi desconexión con mi cuerpo también. […] amaba pintar y escribir, imaginarme otros mundos donde encajara y nunca me sintiera sola y triste”.
Con el tiempo, esta situación siguió empeorando, lo que la llevó a castigarse privándose de la comida. “(Compartir esto siempre me costó lágrimas y mucho dolor, pero hoy me siento lista). Poco tiempo después tuve un intento de suicidio. Estuve hospitalizada y mucho tiempo en casa, hasta que mis padres me cambiaron de colegio con la promesa de empezar de 0 y de que cambiar de ambiente me ayudaría a sentirme mejor”. Sin embargo, en su nuevo colegio también vivió mucho acoso, y volvió a recaer en sus problemas con la comida. Su madre relata que los momentos en los que la ha visto más triste fueron: “después de ciertas etapas del colegio, en las que las compañeras la hostigaban bastante fuerte”.
Bello empezó a salir de fiesta de manera frecuente y a tomar mucho alcohol, lo cual aumentó cuando entró a la universidad. En la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB), actualmente la Facultad de Artes de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, hizo un preparatorio de un año en Artes Escénicas, pero este no la terminó de convencer. “No sabía qué hacer y me sentía muy perdida y desconectada. Entonces, decidí tomar un camino que no es tan común y es no estudiar una carrera universitaria. Así que, primero, seguí un gusto que he tenido desde muy niña, sobre la costura y el patronaje. Hice un curso técnico de patronaje y confección de ropa en una academia chiquita en Chapinero, en Bogotá, y después llegó el yoga a mi vida, y eso fue lo que me encendió el bombillo, por decirlo así; me devolvió como la luz, la chispa, me volvió a mí…”. Esto sucedió cuando ella tenía 18 años.
Su madre, quien ya llevaba haciendo kundalini yoga durante tres años, y su tío, por su parte, durante ocho, fueron los que la introdujeron en esta disciplina, pues veían que ella se estaba perdiendo un poco del camino y sabían que el yoga podía ayudarla. La mamá cuenta que tuvo esta iniciativa “porque, Cyan, es una persona de acción, de ejecución, entonces pienso que el yoga le da una acción, pero también lo invita a uno a centrarse en la persona”. Cyan empezó a ir a clases esporádicas, hasta que tuvo una que nunca se le va a olvidar. En sus palabras, “porque la instruyó una profesora que se llama Laura, y fue una clase que desde el minuto uno me hizo llorar y sentir que quería conectar con mi espiritualidad, con mi alma, conmigo misma”.
El yoga le gustó mucho, y cada vez empezó a ir a más y más a clases, hasta que tomó la decisión de estudiar un profesorado en esta disciplina, en la academia Happy Yoga, en Bogotá. En un inicio, se inscribió para profundizar en la práctica, como algo personal, “y pues con la probabilidad de en algún momento dar clases, pero eso era algo más a futuro, porque la formación duraba dos años”.
Llevaba ya unos cuatro o cinco meses estudiando, cuando, de repente, un suceso inesperado pondría a prueba aquella transformación en la que se estaba adentrando: quedó embarazada, con 18 años. “De hecho, me enteré un día antes de Navidad. O sea, excelente regalo… Y, obviamente, desde que empecé a estudiar yoga hasta ese momento donde me enteré de que estaba embarazada, pues yo tenía un nivel altísimo de sensibilidad emocional y espiritual, por lo que me veía incapaz de abortar, incapaz… Sentía que esa alma yo la tenía que traer a este mundo. Y así es, porque fue tan grande ese amor que yo sentí por mi hijo Sue, que hizo que yo me empezara a amar a mí… Como que el reflejo de mí, en él, hizo que yo volviera a amarme a mí”.
En palabras de Bello, fue el yoga el que empezó a abrir su corazón, el que le permitió empezar a verse con más amor, y Sue fue esa “última fichita” que terminó de completarlo todo para que ella verdaderamente empezara a verse con más compasión: “y al verme a mí misma con más compasión, poco a poco he podido ver al resto del mundo con más compasión”.
Sin embargo, esta situación no le fue nada fácil… Por un lado, su madre estuvo muy enojada con ella la mayor parte de su embarazo y había determinado que si Cyan y Sergio —el padre de Sue— habían decidido tener un hijo, debían irse a vivir juntos, porque ellos eran los responsables. Al inicio, Sergio no quería; luego, accedió, “pero fue siempre como desde la obligación, entonces no se sentía genuino. Yo siento que él realmente no quería estar conmigo. Además, él me lleva 16 años; es una persona con la que pensamos diferente en muchas cosas y yo estaba muy apegada a la idea de que nos teníamos que ir a vivir juntos y de que yo quería estar con él. Me quería sentir acompañada, pero él, en cambio, estaba como ‘quiero disfrutar mis últimos meses antes de ser papá’, entonces, salía mucho de fiesta… porque él es muy de fiesta”.
Y, además, en ese momento de su vida, el círculo social de Cyan seguía conformado por personas muy rumberas, que “no eran amigos del corazón”, porque, a pesar de que ella ya había empezado a tener un cambio de ambiente, decidió que el de amigos fuera paulatino, por lo que estuvo muy, muy sola. “Fue un embarazo triste... Yo sé que lloré mucho, pero lo que me sostuvo fue el yoga. Por un lado, sentía mucha tristeza y soledad, pero, por el otro, meditaba todo el tiempo, hacía yoga todo el tiempo… Esas fueron como las dos caras de la moneda”.
No obstante, y sin importar lo difícil que fue su embarazo, Bello describe el nacimiento de Sue como uno de sus recuerdos más felices: “el día en que nació mi hijo fue un momento de matices. No voy a decir que todo fue felicidad, pero sentirlo por primera vez sobre mí, en mi pecho, ver su manitas, ver sus paticas, verlo… fue uno de los momentos de mayor felicidad”. Es evidente todo el cariño y dulzura que ella le brinda a su hijo. Le habla con amor y con paciencia; cuando le llama la atención también procede desde el cariño, pero sin dejar de ser firme en poner límites claros.
Al respecto, Mateo Torres, un amigo que Bello conoció en su segundo colegio, cuando ambos tenían alrededor de 15 años, relata: “pienso que fue muy difícil, pero siento que su embarazo y su maternidad los llevó con mucha fortaleza y asumiendo el cambio gigante que era. Hoy en día yo la veo como un ejemplo de amor, de crear y creer en un mundo con amor. Cuando puedo compartir con su hijo siento un cariño muy puro, o sea, siento como ganas de jugar con él, es muy lindo, es como el amor, como el camino del cariño y del cuidado”.
Cyan vivió con el papá de su hijo alrededor de siete meses. Sin embargo, en esta relación hubo mucha violencia, mucho maltrato, por lo que su madre le permitió volver a vivir con ella. “Yo no tenía nada, ni un peso. Entonces, empecé a crear un sustento económico de la manera más chistosa, más absurda posible. Un día yo le dije a mi mamá ‘préstame 10.000 pesos’. Compré harina, huevos, horneé unas galletas y las empecé a vender”. Luego, siguió horneando y vendiendo otras cosas, pues se había planteado un claro objetivo: ahorrar para comprarse una máquina de coser, con el fin de empezar a generar dinero de ahí. Su mamá cuenta: “el objetivo claro lo tenía y no le importaba tanto que: ‘ay, qué vergüenza’, no, ella decía: ‘yo necesito la plata, voy y la hago’. Cyan es una luchadora nata. Ella se propone algo y dice: ‘ah, bueno, voy a ensayar por acá’, y lo hace”.
Logró comprar su máquina de coser y empezó a confeccionar ropa. Al principio, no le sacaba mucha ganancia a lo que hacía, pero, con el tiempo, le empezó a ir bien y comenzó a trabajar con marcas. Fue por esta época —2018— en la que tuvo sus inicios en redes sociales, por recomendación de una amiga, quien le sugirió que se promocionara como profesora de yoga, para que tuviera un ingreso extra. En este punto, Bello ni siquiera usaba estas plataformas, aparte de Facebook, y solo para chatear. Sin embargo, le hizo caso. Siempre había tenido un gusto por la fotografía, heredado de sus padres. Por tanto, empezó a tomarse fotos haciendo poses de yoga, pero no era muy activa. Publicaba cada dos o cuatro semanas.
Un día, ya hace casi cuatro años, por la época en la que tenía menos de 3.000 seguidores, una chica que no conocía le escribió preguntándole si daba clases de yoga. Cyan, muy emocionada, le dijo que sí “y resultó que la vida y el universo es tan precioso que ella vivía a tres cuadras de la casa de mi mamá. Entonces era como para que yo no me pusiera una excusa para dar la clase. Fue mi primera estudiante y el granito de arena que me hizo creer, tener fe en que esto sí funciona. A partir de eso, empecé a promocionar un poco más mis clases, a intentar mover un poco más mis redes, porque no entendía absolutamente nada”.
Luego de esto, empezó a tener más estudiantes y a trabajar incluso en academias. “Empecé a dar clases y me di cuenta de que, además de ser algo que me nutría a mí, podía nutrir a los demás y eso me apasionó”. Con su proyecto de la costura le estaba yendo muy bien; era su actividad principal. Sin embargo, llegó la pandemia y todo se cerró, por lo que no podía salir a comprar telas, ya que su madre hace parte de la población vulnerable, pues había superado un cáncer en el pasado. Entonces, tuvo que parar por completo lo de la costura, y se quedó tanto sin esa entrada, como sin la de las clases de yoga, ya que estas eran presenciales.
Sin embargo, para ese entonces, Bello llevaba saliendo un par de meses con su expareja, quien es fotógrafo y tuvo la iniciativa de ayudarla a dinamizar su contenido en redes sociales. Además, en esa época se disparó todo lo virtual: “todo el mundo daba clases virtuales, todo el mundo hacía todo virtual y a mí me costó un tiempo, de hecho, dar ese paso, porque yo creía que no lo iba a lograr. Me decía: ‘¿Quién se iba a inscribir? Por ahí dos amigos y eso que obligados’. Yo, en ese momento, tenía como 3.000 seguidores”. Y así fue como empezó a convocar a muchos de sus amigos para que fueran a sus clases virtuales, pero casi amenazados, según cuenta entre risas, y le alcanzaba a llegar por ahí a dos personas externas.
Poco a poco, empezó a tener más alumnos y a crecer en redes sociales, a crear comunidad. Por su cuenta, se puso a estudiar sobre estas plataformas y empezó a crecer en número de seguidores y a ganar buen dinero por sus clases de yoga, hasta el punto de que, en un par de meses, logró ahorrar lo necesario para mudarse de la casa de su madre. Escogió Cajicá como su hogar, ya que siempre había querido vivir a las afueras de Bogotá, y allí encontró un apartamento que la enamoró, principalmente, porque tiene una ventana gigante en medio de la sala, por la que entra mucho sol en las mañanas e ilumina todo el espacio. Ella lo visitó justo en un momento como este, en el que todo brillaba y, luego de dos semanas de conocerlo, se mudó.
Entrar a su apartamento se siente como entrar a un vivero, repleto de verde. Lo primero que se ve es una sala llena de plantas de todos los tipos y tamaños; tanto en materas como suspendidas en el aire. Bello explica: “después de toda esa tristeza, yo empecé a reconstruirme por pedacitos y siento que las plantas, la naturaleza, me conecta demasiado con mi esencia y con mi espiritualidad. Entonces, como que empecé tímidamente, con una planta, y después fue como: ¡50 plantas! —ríe muchísimo—. Sue me dice: ‘en cualquier momento esto se va a volver una jungla, mami’, y yo: ‘¡sí!’”.
Su sala tiene apenas unos pocos muebles, de diseño orgánico. Frente a ella hay un amplio espacio hasta llegar a una pared en la que cuelga un estante cuyo soporte está tejido en macramé, y sostiene a un buda y una enorme concha de mar. Frente a esa pared se encuentra su tapete de yoga, el cual permanece ahí estirado todo el tiempo, junto a unas velas, cuarzos, piedras energéticas, cuencos tibetanos, palo santo y un tipo de altar conformado por un maletín verde oscuro como de película vieja. Este está apilado encima de una canasta, sobre la que se encuentra un portarretrato de una foto de Bello cargando a su hijo de bebé y otro de un dibujo de la mano de Fátima, la cual representa la protección y prevención del mal de ojo y las malas energías, y que, además, brinda fidelidad, amor y lealtad. Toda la casa está llena de dibujos y notitas pegadas en la pared. Es luminosa y acogedora, más que suficiente para Bello y su hijo.
Para su mejor amiga, Gygy, —@quema_la_casa, en Instagram— Cyan “tiene una facilidad para conmoverse con la vida, casi como la curiosidad de una niña pequeña, que siento que es algo que todavía vive en ella y que la hace única. Es una persona muy resiliente, genuinamente dulce, que no se tiene que esforzar por ser buena, como que es… naturalmente buena. Cuando la veo en su rol como mamá, siento que es una mamá extraordinaria”.
Y ese instinto maternal que la caracteriza se refleja en su otro hijo: su proyecto Deluzsemilla. El nombre nace después de la ruptura con el padre de su hijo: “estaba meditando, en esos días cuando estaba muy profundamente triste, y en la meditación tuve, por decirlo así, una visión. Lo que percibí fue una semilla de luz que nacía en el centro de mi pecho y se empezaba a expandir hasta que llenaba todo mi cuerpo y luego toda la habitación. Y como que yo sentí que quería sembrar esa misma semilla de luz que me había dado tanta paz, tanta calma en medio de la tormenta, en otros seres”. Y eso es lo que hace Cyan: sembrar una semilla de amor en la mayor cantidad de seres que le sean posibles.