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Rozalén
“Imagina que nos despojamos de nuestras mochilas. Ser libre, del todo libre”. Y sí, para escuchar el cuarto disco de estudio de la artista Rozalén debemos despojarnos de todo para ser libres, libres hasta de nosotros mismos. Este maravilloso verso da inicio a Este tren, la primera pieza que compone al árbol y al bosque y, así mismo, la primera declaración directa y sincera de su compositora; quien encuentra que no hace falta tanto para identificar las cosas que no tienen valor.
Desde su primer disco Con derecho a…, publicado en 2013, Rozalén se ha dejado ver como una mujer sencilla y cercana pero no ha sido sino hasta el 2020, año caótico, pandémico y terrorífico, que la artista española ha logrado componer un disco tan contundente y realista como es este. El árbol y el bosque es un disco producido en plena pandemia, minimalista y muy cuidado en donde la voz fuerte y desagarrada de Rozalén suena aún más profunda y dolorosa que nunca.
Si hay algo que caracteriza a esta artista es su facilidad de crear cercanía. Rozalén no esconde sus miserias, no oculta sus imperfecciones y pone en cada disco sus demonios, lo que le duele, lo que le pesa y lo que necesita soltar. A eso se le llama humanidad y no hay nada más perfecto que lo que emana de nuestro ser, sin tanto maquillaje y sin tanta edición. Ella es pura, es transparente y eso, en esta industria donde hay tantas apariencias, tanto ruido y tanta falsedad, es el aspecto que más se debería valorar. Si de miserias quisiéramos hablar, y busque es el tema a escuchar; un viaje interior de 3 minutos, 37 segundos y mil verdades continuas. Con este disco y, principalmente con esta canción, se llena de aire el cuerpo, del aire fresco que generan las canciones con poca producción, con poco beat y ritmos repetitivos.
En ocasiones parece difícil comprender el orden y selección de las canciones de un disco, pero, en El Árbol y El Bosque, el setlist parece estar bien distribuido y variado, lo que le hace honor a ese universo estilístico que caracteriza a la artista. Pero a diferencia de otros de sus discos, a Rozalén le ha alcanzado este álbum para meter un son cubano, una canción con ritmos norteños, y hasta una versión de la reconocida canción La maza del artista cubano Silvio Rodríguez. La maza debió considerarse como uno de sus retos artísticos más desafiantes, pero le hizo frente con una versión más moderna, quizás arriesgada pero que se defiende por la voz rasgada y fuerte que requiere esta canción en particular.
Ya entrando a la línea temática, la dos veces nominada a los Grammy Latino ha sorprendido con un disco con una mirada social amplia y crítica, mucho más que su disco anterior Cuando el río suena publicado en 2017. El árbol y el bosque le ha dado la oportunidad de escribir sobre las fronteras, un tema que tenía pendiente y que supo defender con la canción La línea, una pieza que representa a todos aquellos que emanan rabia. En sus versos contiene una sola pregunta, ¿Quién dibujó esa línea? con la que sustenta su discurso, hecho canción, sobre la injusticia social, las distancias y las enormes brechas de desigualdad que existen en nuestros tiempos. La línea es un grito desesperado pero necesario ante la indiferencia social y una evidente pérdida del verdadero valor de la vida que se ve expuesto en el verso contundente y crudo, “no sólo mata el que asesina, también arrebata la vida quien deja morir”.
Aves enjauladas es la canción con la que la artista española termina este viaje. Este tema fue publicado en abril de este año justo después de que el mundo, y principalmente Europa, entrara en estallido. Esta pandemia nos hizo sentir como aves enjauladas con tantas ganas de volar, que olvidamos que en este remanso también se ve la vida pasar. La vida pasa y las personas poco a poco se van, pero muchas veces estamos tan encerrados en nosotros mismos que lo que pasa no nos logra impactar así que la artista advierte que cuando se quemen las jaulas y vuelva a levantarse el telón tendremos que recordar siempre la lección y este será un mundo mejor.
Rozalén lo ha vuelto a hacer, ha vuelto a salir al público con un discazo entre sus manos y con una premisa escondida, quien lo escuche sentirá casi 40 minutos de libertad musical. Con este nuevo disco ella creyó en la eternidad y yo, después de escucharlo, creo en la eternidad artística que brota de ella. En una de sus canciones explica que no debió volver al lugar donde fue feliz y hoy yo me atrevo a decir que, si la música es aquel lugar, Rozalén debería volver siempre porque en este disco aprendió a escuchar el silencio, aprendió que en este tren de la vida hay lugar para el error, que el paso del tiempo crea nuevas manchas en la piel y que el mundo se maneja con una línea injusta que ataca a la dignidad. Rozalén lo ha vuelto a hacer, tan pura, tan auténtica y tan ella.