Foto:
Dos personas, una isla y una torre sombría. Esta es la premisa básica de El Faro, de Robert Eggers, película de terror psicológico y suspenso, protagonizada por Willem Dafoe y Robert Pattinson. En este largometraje se cuentan las vicisitudes de un par de fareros en 1890, a los cuales se les designa cuidar dicha estructura durante una recia tormenta. Sin embargo, estos hombres, conforme pasan las noches y los días, varados y obligados a convivir en un remoto paraje de Nueva Inglaterra, descubren que hay mucho más en ese pedazo de tierra que solo una luz brillante. El relato transcurre, la cordura se resquebraja y el fulgor de la lente de Fresnel se torna cada vez más seductor. En este filme, aspectos como las actuaciones de alto nivel y la densa atmósfera construida a partir de una soberbia puesta en escena, lo convierten en una experiencia única. Respaldada por imágenes que se quedan grabadas a fuego en la consciencia, la película es un destello vigoroso en el cine contemporáneo.
Resulta importante celebrar el calibre actoral presente en la cinta, tanto así que los papeles que encarnan Pattinson y Dafoe podrían ser considerados como los mejores de todo el 2019, si se les compara con todas las demás interpretaciones magistrales que competían entre sí durante la temporada de premios consecuente. Más aún, esta proposición es especialmente cierta en el caso del papel que realiza este último. Su actuación hipnótica, imponente y entregada al rol de Thomas Wake, un veterano marinero que no descansará hasta sacar la última gota de esfuerzo de su ayudante, es impresionante. No obstante, a pesar del carácter impasible de Wake, Ephraim Winslow (Pattinson) da batalla. Él, siendo el medio por el cual vemos desenvolver la trama, tiene un arco de personaje amplísimo. Empieza callado y reservado, pero poco a poco su duro caparazón se rompe, revelando a un hombre con un misterioso pasado. Claro está, existe un tira y afloje perpetuo entre ambas personalidades, pero a través de risas, cánticos, historias de borrachos y peleas, van forjando una amistad. Además, los extensos monólogos sin cortes repartidos a lo largo del filme representan un trabajo muy complejo para cualquier actor profesional. De ahí que el reparto tenga una convicción que asusta y una química inigualable por encima de la media.
De igual manera, es alucinante la construcción de la puesta en escena que realiza Eggers debido a su madura comprensión del lenguaje cinematográfico, construyendo una plástica afinada y surreal. En consecuencia, la competencia que tiene el director para formular un microcosmos terrorífico desde cero hace que este filme tenga un sello autoral muy marcado y triunfante. El Faro es su segundo largometraje tras haber realizado La Bruja: Un cuento popular de Nueva Inglaterra, y ambos comparten varios elementos: entre ellos, la música compuesta por Mark Korven que ayuda a establecer el tono y el hecho de que los dos proyectos son dramas de época que examinan sensaciones ominosas y desconcertantes. En este sentido, aunque la película parezca tener una premisa desalentadora, en su núcleo está llena de vida y de significado. Empezando por el set, este fue construido con lujo de detalles en una locación real para servir a las necesidades creativas del director. Así, las rústicas y estrechas paredes de este espacio son captadas por la cámara con ligereza y elegancia. La fotografía fría, áspera y cruda ayuda a poner en escena al espectador, generando un ambiente desolador que refleja las duras condiciones que enfrentan los protagonistas. La composición de los planos genera imágenes que son tan particularmente intensas como impactantes. Una producción ambiciosa similar, con un director no tan inteligente, pasaría a la historia sin pena ni gloria. En cambio, el ojo agudo de Eggers triunfa por encima de las expectativas que se tenían desde su primer proyecto. Incluso, se podría decir que no solo las excede, sino que las detona hasta los cimientos. Y eso es algo que cualquier cinéfilo puede agradecer. En definitiva, no es una cinta que sea fácil de ver o digerir, ni accesible para cualquier público (ya que podría ser incluso considerada cine arte), pero encuentra un gran balance entre manipular temas complejos y nunca llegar a ser pretenciosa.
Añadido a lo anterior, la forma en que están escritos los diálogos es desafiante, ya que están compuestos por un inglés arcaico propio de la época, investigado con cautela durante la preproducción. Este compromiso con el realismo nos regala actuaciones más creíbles. Otra característica para resaltar es que el filme luce “antiguo”, como si hubiese sido realizado a principios del siglo XX. Esto se debe a que fue filmado en blanco y negro, con grano digital fuerte. Además, el largometraje se grabó en película de 35 mm, con una relación de aspecto de 1.19:1. La decisión de usar este formato de video le brinda una sazón opresiva y claustrofóbica al relato, nunca abandonando un profundo pero nítido claroscuro. Por esta razón, al usar la iluminación natural y el diseño de producción con parsimonia e intención temática, El Faro se convierte en un gran logro técnico.
Si se tienen en cuenta otros elementos que contribuyen a la construcción de la puesta en escena, está claro que la mezcla de sonido es fundamental para que la ambientación se sienta palpable, y en este sentido no flaquea. Cada pieza de metal se estremece y vibra. La madera se escucha crujir y la lluvia golpea las ventanas incesantemente. El sonido del viento trae consigo oníricas visiones y el rugir de las olas colapsando en la costa inyecta intensidad a la pesadilla que se les viene encima a Wake y a Winslow. La locura aumenta, al igual que la tensión dramática. Conforme avanza la trama, el misterio brinda una gran posibilidad narrativa, permitiendo que un viejo lobo de mar extraiga los secretos de un desventurado y arrepentido joven que no para de sufrir debido a las alucinaciones habituales que lo agobian y la sensación de soledad que lo eclipsa. Winslow no solo está encerrado en una pequeña isla con su estricto jefe, sino con todos los tormentosos recuerdos de un pasado que aún lo persiguen. Siendo el extenso y brumoso océano Atlántico la frontera que los separa del resto de la humanidad, la cautivadora y resplandeciente torre que los acompaña representa la única luz en el corazón de una realidad opaca. Eggers es capaz de crear una atmósfera que está al nivel de otros escenarios tan icónicos como lo son el motel Bates de Psicosis y el hotel Overlook de El Resplandor. Poder experimentar un producto cinematográfico con una premisa tan sobresaliente no es posible todos los días.
El mensaje de la película se presta a convertirse en un mosaico de significados posibles: se puede percibir como una gran metáfora acerca de las dinámicas de dominación humanas, como una reimaginación de mitos griegos o como un thriller con toques de fantasía. Sin embargo, al ser una historia ambigua, potencia la incertidumbre y la hace aún más terrorífica. Así, El Faro es una obra brutal y angustiante, a la vez que sensible y rebosante de personalidad. Quien se aventure a conocer este original cuento con aires folclóricos, muy del estilo de Poe o Lovecraft, se llevará una grata sorpresa. En últimas, de eso se trata el cine: de sorprendernos. De aventurarnos a nuevos horizontes y apreciar esas joyas apasionantes que nos hacen tanta falta en este mundo turbio e incierto.