El inapropiado debate de la apropiación
Mara Mullett, Comunicación Social y Periodismo
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El concepto, que ha sido tendencia los últimos años, tiene indignadas a las comunidades indígenas afectadas por el uso y la copia desconsiderada de sus patrones y artesanías.
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Foto: Cortesía de Habo Heuchert. Diseño de Miguel Becerra.
Carolina Herrera, Zara, Chanel y Michael Kors tienen más en común que ser marcas reconocidas en la industria de la moda: las cuatro han sido acusadas de apropiación cultural de algún diseño autóctono de distintas comunidades indígenas. Este concepto, que ha sido estudiado por expertos desde los años ochenta, se agregó al diccionario de Oxford en 2017. Se define como “la adopción no reconocida o inapropiada de las costumbres, prácticas, ideas, entre otros, de una persona o sociedad por parte de miembros de otra, y típicamente personas o sociedad más dominantes”.
Para contraponer la apropiación, en la cara opuesta de la moneda nos encontramos con la asimilación cultural y se refiere a que ciertas personas pertenecientes a grupos minoritarios adoptan elementos de una cultura dominante debido a que la apropiación de esos aspectos les facilita su integración a aquella cultura mayoritaria de la que buscan ser parte.
Varios medios digitales comentan que el problema de la apropiación radica en el despojo de los significados propios de cada uno de los elementos apropiados, sin embargo, Alejandra Pinzón Silva, socióloga con mención en antropología, opina que es exagerado esperar que cada persona que haga uso de alguno de los elementos de otra cultura conozca lo que hay detrás. Para ella, lo importante realmente es que la comunidad misma sea consciente de todo lo que implican esas expresiones de su cultura.
Pero más allá de los distintos puntos de vista al respecto, hay algo que sí es claro: la apropiación cultural afecta de manera trascendental a las comunidades en cuestión, pues lo que ocurre es que se fomenta la idea de superioridad y esto refuerza distintos estereotipos presentes en la sociedad, que las comunidades mismas buscan acabar.
¿Pero por qué no piden permiso?
Las causas por las que se da el fenómeno son diversas y problemáticas a la hora de ser estudiadas. En la mayoría de los casos, los diseñadores se refugian en el argumento de que lo que se buscaban con cierta colección, diseño o proyecto, era rendir un homenaje a determinada cultura. Sin embargo, con este supuesto homenaje solo se beneficia el diseñador o la marca, pues mientras esta última se lucra a partir de lo que se vende al público, los miembros del grupo étnico no reciben ni el reconocimiento de la originalidad del diseño ni un pequeño porcentaje de lo que se genera.
“A las empresas de moda les genera excelentes ganancias a nivel económico”, afirma Liceth Paola Prieto, indígena wayuu. Ella ve estos casos como una falta de respeto contra la esencia de su pueblo. Con dolor, explica que las artesanías, además de representar su cultura, les permiten generar un sustento económico para saldar las necesidades básicas. “El hecho de que algunas grandes empresas se apropien de ellas, es una forma más de atropellarnos y acabar con lo poco que tenemos”, informa Liceth.
Indica que incluso los consumidores se ven afectados, pues al buscar siempre precios bajos, las empresas optan por reducir la calidad del producto. Además, es necesario tener en cuenta que la mayoría de las marcas trabajan con máquinas y no a mano como sí lo hacen las mujeres wayuú, dándole así un valor agregado a las artesanías: cada mochila cuenta con un diseño único, de modo de que las probabilidades de encontrar otra exactamente igual son escasas.
Esta comunidad es una de las más destacadas en Colombia por sus diseños y su cultura en general. Ubicado al norte del país en el departamento de La Guajira, este grupo es reconocido por sus mochilas, pulseras, hamacas, mantas, entre otros. La elaboración de estos productos se realiza utilizando la técnica de crochet o con ganchillo y los tejidos siguen el arte del Kanas, que consiste en la representación de elementos del entorno en el que viven los wayuús.
El grado de reconocimiento de esta cultura es muy similar a la afectación que ha tenido la comunidad en el ámbito de la apropiación cultural. Desde pequeños revendedores hasta reconocidos diseñadores internacionales se benefician de estos accesorios y de la belleza de los mismos, tal como ocurrió con la española Stella Rittwagen en marzo de 2014.
La socióloga Kelly Johana Conde asegura que para prevenir este tipo de casos hay tres caminos: el de los medios de comunicación, el de la academia y el del Estado, que debe promover espacios de divulgación y formación de pautas culturales de las regiones. Asimismo, aclara que si las empresas y los medios hacen una investigación formal de la cultura que buscan representar, se da un cambio de consciencia.
Pero una cosa es decirlo y otra hacerlo, pues las empresas grandes, sobre todo, buscan estar siempre actualizándose y el tiempo las obliga a dejar de lado este estudio, necesario para evitar una apropiación indebida. Y son estas las que deben liderar y dar ejemplo a los diseñadores que inician en la industria de la moda. Las empresas novatas tienden a no tener una identidad clara y esto las lleva a copiar lo que sea para seguirle el paso al mercado. Así lo explica Daniela Sala, productora de la revista Fucsia y experta en mercadeo de moda: “hoy en día las colecciones van cada vez más rápido y a veces las marcas se quedan sin diseño, entonces, para salir del paso rápido, toman patrones de una cultura o de una marca”.
En Colombia, son destacados también los bordados de Cartago, un municipio al norte del Valle del Cauca. Los diseños son exaltados por las finas puntadas que los componen. Últimamente, estos incluyen flores por la acogida que han tenido en la industria textil colombiana. El reconocido diseñador Miguel Becerra integra los bordados de Cartago a sus colecciones, pero él sí hace un reconocimiento: “toda prenda que tiene ese trabajo artesanal siempre va a estar destacado que es hecho por bordadoras de Cartago, porque yo puedo diseñar, pero son ellas las que hacen los bordados”, explica Becerra. Además, ellas reciben la totalidad de los ingresos de las ventas de esas prendas.
De esa manera sí se puede hablar de un homenaje, se genera una especie de mutualismo donde ambas partes se benefician, donde se le da un espacio a este grupo de personas para exponer su trabajo y donde crece una marca ya constituida.
Los malentendidos se pueden evitar
Esto es lo que hay que hacer: generar espacios y que impulsen el trabajo conjunto de artesanos, diseñadores, comunidades y marcas. El enriquecimiento sería mayor y se evadiría ese irrespeto que suele acarrear la apropiación cultural. Además, debe buscarse siempre respetar la delgada línea que existe entre la apropiación y la inspiración. Así lo sostiene Catherine Villota, fundadora de la revista alternativa Fashion Radicals.
Esta periodista considera que, en ocasiones, las críticas que se han generado en torno al tema son demasiado polémicas: “son como una cacería de brujas”. Piensa que para evitar juzgar y señalar deben existir unas regulaciones.
Y es que las hay, pero son poco específicas y casi no se tienen en cuenta. Cuando se presentan esos casos, no trascienden de las acusaciones y las críticas, pues los entes reguladores no toman medidas contra los causantes del problema. La entidad que más se aproxima a la veeduría y a la prevención de este tipo de situaciones es Artesanías de Colombia.
Esta entidad busca resguardar los derechos y la propiedad intelectual sobre las artesanías colombianas. Álex Parra, experto en propiedad intelectual y miembro de la entidad, informa que desde el 2008 se está desarrollando un proyecto en colaboración con el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, denominado “Implementación de los derechos de propiedad intelectual de las artesanías emblemáticas de Colombia”. Lo que se busca con este es “el desarrollo de estrategias que estimulan la aplicación de los derechos de propiedad intelectual a la artesanía colombiana como política de Estado, para contribuir a elevar los niveles de competitividad del producto artesanal”.
Uno de los trabajos más destacados de la entidad es Maestros Ancestrales: “una iniciativa liderada por la revista Fucsia con el apoyo de Grupo Éxito, Club Colombia, Inexmoda y Artesanías de Colombia, que busca proteger la cultura y tradiciones de comunidades indígenas, generando consciencia sobre la importancia de hacer moda sostenible”.
Este último concepto es de vital importancia, pues es a lo que muchas empresas le están apuntando en la actualidad: crear colecciones que ayuden al medio ambiente y tengan algo de responsabilidad social.
El fenómeno ha sido debatido durante años y no se va a solucionar de la noche a la mañana, se requiere de un arduo trabajo tanto con la sociedad como con las empresas y las comunidades, pues estas últimas también tienen algo de culpabilidad en el problema, al permitir que esto ocurra.
Los derechos morales y patrimoniales siempre han sido garantizados a cantantes, escritores, fotógrafos, entre otros y quienes atentan contra estos, sufren graves consecuencias. Pero las comunidades se han dejado de lado, cuando son víctimas del plagio no son indemnizadas y las marcas no reciben más castigo que críticas momentáneas que se olvidan al cabo de dos días.