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El pasado 9 de abril, un taller sobre los falsos positivos desató una polémica mediática con el uribismo. La actividad que debían realizar los estudiantes de noveno grado de la Institución Educativa Libardo Madrid Valderrama, ubicada en Cali, produjo el intercambio de comentarios en redes sociales. Políticos y seguidores del uribismo citaban el trabajo puesto por la docente Sandra Ximena Caicedo como un “adoctrinamiento, manipulación, abuso de la autoridad pedagógica y politiquería”. ¿Es acaso adoctrinamiento conocer la realidad de Colombia?
“Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias” es la definición de adoctrinamiento según la RAE. Y según el secretario de Educación de Cali, William Rodríguez, “el trabajo tenía como propósito desarrollar las competencias investigativas y el pensamiento crítico en el marco de dimensión de la participación ciudadana en el área de ciencias sociales”. En ningún momento el taller muestra alguna tendencia al adiestramiento a jóvenes estudiantes contra el uribismo, como comentó el activista político del Centro Democrático Juan Camilo Vargas Bermúdez.
Además, el senador del mismo partido, Gabriel Velasco, twitteó que “la educación debe ser objetiva, transparente, neutra y no puede ser manipulada”. Claro que sí, Senador, usted está en lo cierto. La pedagogía debe acoger todos los puntos de vista que compone una historia. Si, por el contrario, se enseña un solo testimonio, se estaría decidiendo qué enseñar y qué no, y eso sí es manipulación y adoctrinamiento.
Durante 35 años, la cátedra de Historia se dejó de dictar en el país. En 2017, el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos sancionó la Ley 1874, la cual tiene como objetivo “establecer la enseñanza obligatoria de la Historia de Colombia como una disciplina integrada en los lineamientos curriculares de las ciencias sociales en la educación básica y media”; ley que solo hasta el año 2020 comenzó a regir en los colegios. Desde 1984, se comenzó a construir el país de analfabetas históricos y las consecuencias se ven reflejadas en la actualidad con los graduados de la educación media que desconocen de la historia del país en el que viven. Eso provocó que las nuevas generaciones perdieran el interés por estudiar el pasado de Colombia y que no conozcan la importancia de recordar lo vivido, para así entender por qué hoy en día vivimos así.
La historia permite que los jóvenes vean la realidad del presente como producto de una evolución. Conocer el pasado puede ayudar a descifrar qué está ocurriendo ahora, entender que no hay papel fijo para los héroes o villanos y que las víctimas tienen un papel protagónico para narrar la realidad, aquella que a futuro se convertirá en relato y permitirá a otros conocer lo que sucedió desde un panorama diferente, dejando a un lado el típico discurso del ganador. Hay que escuchar también a los que pierden, pues la historia siempre tendrá varios ángulos para comprenderla.
Desconocer las épocas anteriores fomenta la idea de hacer que los estudiantes crean en mitos e ideas falsas fácilmente, sin un pensamiento crítico, que no conozcan el poder de la razón en sí mismos y que, al final, permitan la fácil manipulación. Los jóvenes deben aprender a dudar de lo que se les dice, ser críticos, generar debates sobre lo que piensan, no quedarse con un simple panorama, descubrir qué fue y qué es Colombia, para así poder lograr desde la educación un cambio social.
Los colegios y profesores deben implementar un método de enseñanza diferente al presentar la historia de Colombia. No solo es dar fechas y simples datos que recuerden héroes, batallas, presidentes o solo los siglos anteriores. Los estudiantes deben tener un conocimiento profundo de los grandes procesos y de la importancia que tienen hoy en día. Deben poder identificar cuáles son las consecuencias de la guerra y de la desigualdad, reconocer a las víctimas, los diferentes grupos sociales, los movimientos campesinos, los malos gobiernos, saber el porqué de las protestas sociales, conocer las disputas ideológicas por las que se rige el país, poder distinguir entre la palabra adoctrinamiento y educación. Deben encontrar la forma de enlazar estos acontecimientos con la vida económica, religiosa y social; poder fomentar en su razón la solidaridad, la tolerancia, el respeto, la crítica, la diversidad, para ser capaces, a futuro, de dirigir su vida, sus pensamientos y un país libre de políticas baratas.
Dictar ciencias sociales en un colegio colombiano se ha convertido mayoritariamente en dar clase sobre democracia, derechos y ciudadanos, temas muy necesarios para la construcción de un buen ambiente social y político; pero los estudiantes también necesitan saber el trasfondo de un partido político, qué posturas ideológicas existen, por qué razón nació la guerra, qué tiene que ver el narcotráfico con la política, qué fueron los falsos positivos, cuál fue el papel de los políticos más importantes en estas situaciones; entender que la historia no es solo un cuento narrado a través de los libros, sino que va más allá, es lo que comprende y caracteriza al ser humano hoy en día. Saber de historia contribuiría a la edificación de un ciudadano que, además de tener voto, conoce el poder de su voz.
Siempre se ha dicho que “un pueblo que no conoce su historia, estará condenado a repetirla”. Estoy segura de que Colombia no quiere seguir siendo un país de violencia y desigualdad, al contrario, quiere transformación. Una de las formas para lograr esto es a través de una educación sin sesgo. Dar a conocer la realidad no es manipular, es darle la capacidad al ciudadano de ser crítico y razonable para la toma de decisiones. No dejemos que Colombia siga siendo el país de rebaños, logremos ser un verso libre.