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En un pueblo al sur de La Guajira empieza a salir la Luna Sanjuanera, una luna plenamente llena y brillante, la misma que describe el poeta Roberto Calderón en sus canciones, una luna que se asoma en diciembre y alumbra con más intensidad las peleas de gallos celebradas en la gallera “Checho Urbina”, en el municipio de San Juan del Cesar.
Dos gallos finos se peleaban esa noche de diciembre de 2006. Al primero le llaman “El Español”, tiene cuello blanco y 5 centímetros más abajo sus plumas lucen negras con blanco, para terminar con una cola completamente negra. Alrededor de su pata lleva puesto una espuela artificial para que se le facilite matar al contendor. - Así se refiere Ramos al hablar de esta ave de cresta roja y carnosa, denominada “gallo de pelea” - Su dueño es Juan Ramos, un gallero de 42 años que ha dedicado 20 años de su vida a criar y entrenar deportistas de alto rendimiento. Un hombre alto y de cabello negro, pequeños ojos café oscuro, escondidos por sus mejillas llenas y encarnadas.
“El Español” no tiene esas características por casualidad. Mucho antes de nacer, su dueño, Juan Ramos, había escogido hasta el color de sus plumas y sus habilidades. Ramos apareó al gallo y a la gallina indicados para que “El Español” naciera con las características deseadas. Esperó su llegada por 21 días y luego lo cuidó con mucho cariño y pasión por 7 meses para llevarlo a una gallería; ese lugar donde entrenan y preparan a las aves mientras se terminan de desarrollar para la pelea. Ahí estuvo por 3 meses hasta esa noche donde fue llevado a la gallera para, por fin, debutar.
Juan llevó a “El Español” a la báscula, donde marcó 3.5 kilogramos de peso, y apostó por su gallo 40 millones de pesos. Intranquilo se sentó a observar cómo pesaban al rival de su gallo, mientras rogaba que pesara menos que el suyo, y tuviera menos fuerza. Cada vez que un gallero apuesta lo hace para ganar, pero ese día nadie lo deseaba tanto como Juan Ramos. Para él, 20 años como gallero no habían sido solo de triunfos y glorias, sino también significaban una adicción que lo estaba llevando a la ruina. Juan había dilapidado en los últimos años, por culpa de las apuestas, un patrimonio de 3 mil millones de pesos que heredó de sus padres. Y lo peor de esto era que no podría detenerse. Ramos iba 5 o 6 veces por semana a la gallera, y aunque saliera derrotado, al día siguiente le hervía la sangre si no regresaba. “El día que deje las peleas de gallos será porque también habré dejado este mundo”, afirma Ramos, dejando expuesta su adicción. Esos 40 millones que acababa de apostar era lo último que le quedaba; los tenía guardados desde hacía tres semanas para sobrevivir por un tiempo, mientras conseguía trabajo. Pero, apenas se enteró que “El Español” estaba listo para pelear, Juan salió corriendo a la gallera y lo apostó todo.
Para suerte de Juan Ramos, el rival de su gallo pesó 3,4 kg, pero eso no significaba que la partida estaba ganada. Apenas empezaba la tensión. Juan entró al rin y soltó a “El Español” a pelear a muerte contra su contendor, “Cabecita Loca”. Así lo llamó su dueño, Fernando Daza, porque nació el día en que se estrenaba el disco titulado “Cabecita Loca” del guajiro y cantante de vallenato Poncho Zuleta.
“Cabecita Loca” se empezó a acercar con sus fuertes patas amarillas, y atacó a “El Español”, a pico y espuela con sus plumas negras. “El Español” le respondió apuntando con las espuelas, pero Cabecita las esquivó. Desde pequeño su dueño lo entrenó para que fuera muy hábil.
La noche es tensa, el público grita muy animado y se murmura que la competencia está reñida. Fernando Daza, “Nando” como le llaman cariñosamente, a diferencia de la multitud no está nervioso, tiene plena confianza en su gallo, ya que desde hace un año ha dedicado literalmente su vida entera a entrenarlo. “Cabecita Loca” se ha convertido en una compañía incondicional para Nando, casi como un amigo, tras perder su matrimonio y sus hijos a causa de esta adicción por los gallos, que según él era su destino. Su abuelo era gallero; su padre igual; y su tío, quien le invitó por primera vez a una gallera a los 11 años, también compartía su gusto por estas aves.
Nando era apenas un chiquillo de 11 años cuando lo integraron al fuerte mundo de las galleras. Desde esa edad, lo que para entonces resultó un gusto menor se convirtió en el detonante de varios conflictos. “Un día falté a clases, me fui sin permiso a la gallera y me castigaron”, cuenta Daza, recordando que por ese error que cometió tuvo que retirarse de los gallos por dos meses, porque parte del castigo que le impuso su madre fue botar los gallos que tenía en el patio de su casa. Este fue un golpe duro para Nando, pero sin duda, el golpe más duro que le ha traído esta excesiva afición ha sido el divorcio con su esposa Jhoana Velásquez.
Jhoana y Fernando construyeron una familia en la cual nacieron sus hijos, Mauricio José y María Carolina Daza. Un amor puro y sincero los blindó durante 22 años de relación, pero este amor no fue más fuerte que el incontenible deseo de Nando por asistir y apostar en las galleras. Por años Jhoana luchó por ayudar a Nando a salir de este mundo, y aunque lo intentó con todas sus fuerzas no fue posible. Una mañana Jhoana empacó sus maletas y se fue con sus hijos, cansada de luchar y ver cómo las peleas de gallos consumían a su esposo, mientras que ella se quedaba en casa sola, consolando a sus hijos, que lloraban por promesas que su padre nunca cumplió.
Sara Isabel Gamez, psicóloga residente en San Juan del Cesar, calcula que ha podido atender a más de 35 pacientes en un año a causa de la adicción por las peleas de gallos, cuenta que cuando los galleros han creado esta adicción es muy difícil salir. “El día que no van a las galleras sufren reacciones a causa de esta adicción, muchos se ponen agresivos, irritables y la mayoría experimentan una fuerte ansiedad que los hace terminar regresando a las galleras, aunque luchen por salir”, afirmó Sara Isabel.
Regresando a aquella de 2006, habían pasado 7 minutos desde que “El Español” y “Cabecita Loca” iniciaron la batalla y ninguno de los dos había perdido, la competencia seguía en empate. “En este deporte pierde el gallo que caiga al piso y no se levante por un minuto o el que le huya al otro rehusándose a pelear”, explica Juan Ramos. La multitud empieza a gritar más fuerte al ver que “Cabecita loca” está hiriendo a su contrincante. “El Español” cae al piso por primera vez y se ven sus alas desgarradas, así que el público empieza a contar muy fuerte: nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y desde ese momento la gallera “Checha Urbina”, estalló en gritos y se volvió un caos.
Juan Ramos se recostó a llorar sobre una baranda de madera envejecida del palco de la gallera, pero él no era el único que estaba alterado, esa noche se había apostado mucho dinero al gallo derrotado, 40 personas apostaron por “El Español” y solo 15 habían apostado por “Cabecita Loca”, así que la multitud gritaba y peleaba enfurecida, el bullicio se escuchaba más fuerte diciendo “Rateros”, “Estafadores”, “Maleantes” y otra cantidad de palabras, cuando de repente todo quedó en silencio al escuchar un fuerte ruido, tan fuerte que podía hacer chillar los oídos a quienes estuvieran cerca. Algunos pensaron que era un trueno pero no tardaron en darse cuenta que se trataba de un disparo al ver a un hombre sangrando en el suelo. “¿Quién le disparó?”, se preguntó Fernando Daza, mientras otros hombres que no recuerda trataban de examinar al herido. Fue un momento tan confuso para Fernando que solo esta frase retumba en su memoria: “Está muerto, no hay nada qué hacer”.
En el suelo estaba un cadáver de un hombre de unos 30 o 32 años, moreno no muy alto. Minutos después, lo estaban escudriñando el personal de medicina legal y CTI para descifrar de quién se trataba y quién había sido el culpable. Después de varias horas de haber retenido en la gallera a los asistentes del evento para hacerles interrogatorio, el culpable salió a luz por sus propios medios. Se trataba de Cristobal Villar, un gallero con más de 30 años de experiencia, que se encontraba apostando esa noche. Reconocido por todos, Cristobal, era dueño de galleras en Valledupar, Bogotá, Tunja, Montería, y Chiriguaná (Cesar). Todos quedaron asombrados, no se explicaban por qué ese hombre que tenía tanto dinero, gracias a sus galleras, le había disparado a otro por haber perdido unos cuantos pesos. Las dudas fueron resueltas cuando el gallero Cristobal Villar confesó que había realizado un disparo al aire para calmar el bullicio y terminó hiriendo a otro hombre sin intenciones. Todo resultó ser ante la ley un homicidio culposo, así que liberaron a todos los testigos que se encontraban confinados en la misma gallera y se llevaron a Cristobal a la estación donde luego de pagar una fianza fue puesto en libertad.
Esa noche Juan Ramos llegó a su casa ‘con el rabo entre las patas’, y sin ningún peso en el bolsillo, triste de pensar que al amanecer no tendría cómo darle desayuno a su esposa Sandra Daza y su hijo, Samuel Ramos. Al otro lado de San Juan estaba Fernando, que a pesar de haber ganado 200 millones de pesos, no le servían de consuelo para llegar a casa y no sentirse solo, sabía que aunque ganó llegaría a tomarse una botella de Wisky Old Par y llorar la ausencia de su esposa e hijos.
Esa noche de diciembre al ocultarse la luna Sanjuanera unos salieron sonriendo, otros llorando, pero, Cesar Urbina, dueño de la gallera no tuvo que preocuparse, facturó 25 millones de pesos y sabía que al día siguiente la gallera volvería a llenarse porque se repetiría la historia pero con diferentes personajes.