Menstruar con dignidad: privilegio para unas, imposibilidad para otras
Ana María Cuervo, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana.
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El 15 % de las mujeres de Colombia no tiene dinero suficiente para gestionar su menstruación, según el DANE, lo que ha puesto en riesgo su salud.
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Ana María Cuervo
En la Jornada de Dignidad Menstrual había un muro con imágenes con las que las mujeres reflexionaban y opinaban sobre el tabú de la menstruación.
—En la calle —me contestó Luz-Mery cuando le pregunté en qué trabajaba. Por esa época estaba en su periodo menstrual.
—¿Como recicladora? —supuse.
—No, no, no, como prostituta —susurró con risas y picardía.
—¿Y si te llegaba [la menstruación], dejabas de trabajar?
—No, me taponaba con medias veladas. A veces me metía esponjas… Era muy incómodo.
Luz-Mery Sarmiento, de 65 años, vive en un pequeño cuarto, en un pagadiario en la localidad de Los Mártires en el centro de Bogotá. La humedad se come las paredes de la casa y el olor es insoportable. Hay basura, como tablas, ladrillos, ropa vieja, por todo el lugar. Y el baño, sucio, solo tiene un inodoro y un tubo, por el que sale agua, en la parte superior de la pared. Para dormir ahí, se paga 9.000 pesos al día.
Así como Luz-Mery hace 30 años usó elementos inadecuados para atender su menstruación, hoy, en Bogotá, 4.133 mujeres usan telas o trapos, ropa vieja, calcetines, papel higiénico, papel, servilletas para el mismo propósito, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
Habitantes de calle, recicladoras, trabajadoras sexuales, amas de casa y personas de la comunidad LGBTQ+ son las víctimas de la falta de educación menstrual y sexual y la desigualdad de Bogotá.
Por eso, el 29 de agosto de 2019 la Corte Constitucional ordenó, mediante la Sentencia T-398, a las Secretarías Distrital de la Mujer y de Integración Social liderar y diseñar una política pública de manejo de higiene menstrual para todas las mujeres y personas menstruantes habitantes de calle. Martha Cecilia Durán Cuy fue quien interpuso la tutela en 2018.
«Cuando dormía en la calle, usaba trapos o pedazos de tela. Si conseguía toalla, usaba solo una al día». A Martha Cecilia le cuesta un poco seguir el hilo de nuestra conversación, pero responde mis preguntas con amabilidad, mientras vende galguerías, como chicles, galletas y paquetes de frituras, cigarrillos, minutos a 300 pesos y cueros para marihuana.
Es morena y su rostro tiene manchas, seguramente causadas por el sol. Tiene el cabello largo, negro y ondulado, recogido en una coleta en la parte baja de su cabeza, y ojos color café oscuro. Sus dientes de abajo están torcidos y arriba no tiene. Es consumidora de bazuco de vez en cuando y, antes, de pegante.
Nació en 1977 y creció -hasta los 12 años- en Bucaramanga, capital del departamento de Santander. Decidió huir de su casa por el maltrato al que estaba sometida. «Tuve un padrastro que me levantaba con gritos a las 3 de la mañana a hacer ejercicio. Otro me quemaba los dedos de las manos con cigarrillos. Me cansé y me fui». A los 13 años llegó a Bogotá. Según el DANE, los conflictos o dificultades familiares son la segunda principal razón por la que las personas inician su vida en calle, después del consumo de sustancias psicoactivas.
En 2018, Martha Cecilia conoció a Pocalana, una organización que trabaja y apoya a personas en situación de calle, niños, niñas y adolescentes en alto riesgo social y a recicladores y sus familias. Pidió ayuda a Alejandro Mesa, creador y voluntario de la fundación, porque no tenía dinero para comida, ropa y, por supuesto, toallas higiénicas.
«Ella tenía su cambuche ahí, debajo de ese árbol», me cuenta Alejandro mientras señala una esquina de la Plaza España, también en la localidad de Los Mártires. La Plaza, como su nombre lo indica, es un lugar ancho y espacioso. Se ve basura en el piso, consumo de sustancias viciosas en la vía pública, perros callejeros, habitantes de calle, venta informal de comida, ropa, accesorios para celulares, tinto, de todo. Alrededor hay edificios importantes como el Hospital San José y la Parroquia San José.
Martha Cecilia me contó que tan solo unos días antes de mi visita, el lugar había sido una escena del crimen: el 10 de abril un habitante de calle encontró dos cuerpos humanos envueltos en bolsas de basura. Se encuentra de todo en la Plaza España.
Sobre el proceso de tutela, Martha Cecilia no quiso hablar mucho:
—¿Crees que la situación ha mejorado desde que ganaste la tutela o…? —insistí en el tema.
—Pues sí… creo que sí porque ahora puedo ir a cualquier hogar de paso y me entregan toallas si las pido.
Tal vez no sabe que, gracias a su denuncia, la Alcaldía creó las Jornadas de Dignidad Menstrual, una estrategia que, en 2022, tiene un presupuesto de 247 millones de pesos, y fue creada para satisfacer las necesidades básicas de las personas menstruantes que habitan en calle.
El 24 de marzo de 2022, de milagro, la Secretaría de la Mujer me dejó asistir a la quinta Jornada de Dignidad Menstrual. Se hizo en el Coliseo Cayetano, en la localidad de Kennedy. Patricia Calvo Vega, habitante de calle, asistió (junto con su pareja Esteben) al evento, que se hizo en dos camerinos en los bolsillos (la parte de abajo) del coliseo.
Patricia es delgada y su estatura es mediana. Su cabello castaño claro es largo. Tiene los dientes torcidos, pero eso no le impide sonreír en todo momento. Sus uñas cortas están pintadas de color rosado brillante, aunque está cayéndose el esmalte. Y sus ojos, rodeados de delineador negro corrido, son color café oscuro. Es alegre, risueña y bromista. También es habladora, pero se le enredan las palabras. Ha tenido nueve hijos, pero no se hizo cargo de ninguno. Y es consumidora de sustancias psicoactivas.
Entró por la puerta del parque Cayetano al ‘camerino 2’, donde se registró con la Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS). Después se bañó con agua fría en una de las duchas disponibles. Se vistió con la misma ropa que traía puesta y cuando salió se hizo una media coleta sin cepillar su cabello. Contenta, le echó talcos a sus tenis.
Su esposo Esteben se bañó también. En varias ocasiones las mujeres asisten con sus parejas, no se separan. Una empleada de la SDIS comentó: «Aunque la Jornada está dirigida a mujeres, los hombres también pueden hacer uso de las duchas y los implementos de aseo. Eso sí, deben bañarse por separado».
Después, Patricia se dirigió por un corto pasillo oscuro al ‘camerino 1’. Fue a la zona de la Secretaría de Salud, donde había enfermeras y suplementos para realizar pruebas de VIH, sífilis y tamizaje. Luego, fue a la zona de la Secretaría de la Mujer, donde había carteles de educación sexual y menstrual, imágenes del sistema reproductor femenino y fotografías ‘para reflexionar’.
Allí, Susan Herrera y Estefanía Piñeros le dieron una corta y rápida charla sobre dignidad menstrual, y por qué es un derecho humano; el tabú de la menstruación, y por qué hay que eliminarlo; fisiología, la importancia de hablar del aparato reproductor femenino y los flujos vaginales y el autocuidado que debe tener como mujer habitante de calle.
Al finalizar, le entregaron el kit de cuidado menstrual que contiene ropa interior, paquetes de toallas desechables, una bolsa térmica, papel higiénico, un impermeable, un termo, una cachucha, gel desinfectante y pañitos húmedos. No recibió las onces sin antes responder unas preguntas frente a cámaras de video de la Alcaldía. Sonreía para las fotos y contaba anécdotas de su vida personal.
Antes de que se fuera, le pregunté qué tal le había parecido la charla, si le había gustado. Segura, pero con pausas dijo: «Eh… bueno… el diálogo de la menstruación es bueno porque uno se pone cosas que no, uno comete cosas que no… o sea se pone uno cosas que no debe colocarse, como medias, y eso causa infección».
Continuó el día y llegaron más mujeres que hacían el mismo recorrido de Patricia. Sin embargo, la mayoría no habita en las calles. Jennifer Tirado y Legni Durán, de 27 y 36 años respectivamente, son migrantes venezolanas. Las dos trabajan «en lo que salga». Les pregunté si les gustó la Jornada. Dijeron que sí porque, aunque no pudieron hacerse el chequeo médico por falta de afiliación a una Entidad Promotora de Salud (EPS), aprendieron muchas cosas que no sabían.
—No sabía que una orinaba por una parte y la menstruación bajaba por otro lado —cuenta Jennifer—Y eso del tampón o la copa tampoco lo había escuchado nunca.
—Yo también, primera vez que veo eso—agrega Legni.
Pensé que estaba mal no atender a las mujeres solo porque no tienen EPS. Días después le comenté la situación a Gina Paola González, subdirectora de Gestión y Evaluación de Políticas de Salud y me comentó que al ser migrantes sin EPS no pueden atenderlas porque no sería justo, por ejemplo, informarles que su prueba de VIH salió positiva, pero que, como no tienen legalizado su estatus en el país, no pueden brindarles el tratamiento.
Carlovis Matus, de 30 años, es vendedora informal de tintos y pasabocas. No sabía de algunos cuidados que debe tener durante su ciclo menstrual, como que debe hidratarse mucho y no exponerse al sol. «Aprendí sobre los tipos de flujo y la importancia de cambiarse la toalla de forma constante. Yo me dejaba la misma toalla todo un día, si no la veía manchada». A veces cuando ‘le llega’ no tiene dinero para comprar toallas higiénicas o pañales, así que usa papel higiénico o alguna franela.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, «puede haber un aumento del riesgo de infecciones urogenitales, como infecciones por levaduras, vaginosis o infecciones de las vías urinarias, cuando las mujeres y las niñas no pueden bañarse o cambiarse o limpiar periódicamente sus suministros para la menstruación». Y el problema no es solo la enfermedad, sino que las y los habitantes de calle y las personas adictas no piden ayuda. El DANE reportó que el 20 % no va al médico para tratar problemas de salud y el 5 % se auto-receta.
Días después, pude entrevistar a Susan Herrera, coordinadora interinstitucional del Cuidado Menstrual. Me explicó cómo es la planeación de las Jornadas con las diferentes organizaciones y la dificultad por la cantidad de personas que la coordinan.
Le pregunté si cree que las Jornadas son suficientes para cubrir las necesidades de las personas menstruantes habitantes de calle. Dijo que no por la constante movilidad de esa población. Por eso, también hacen recorridos -a los que no me dejaron ir quién sabe por qué- en diferentes localidades, para educar sobre la menstruación. En ambos casos la información es presentada de manera rápida y dinámica, con apoyo visual, porque las mujeres en vulnerabilidad se distraen rápido debido al cansancio o al consumo de sustancias.
Gina Paola González me aseguró que la Secretaría de Salud también está planeando proyectos para ayudar a las personas menstruantes habitantes de calle.
—[Es necesario que la menstruación digna sea una política pública] porque no es una vivencia de un individuo, sino de todos. Dependiendo de la diversidad, hay situaciones más difíciles o desiguales que requieren buscar la manera de que todas las personas que viven la menstruación o conviven con ella tengan seguridad, salud y no discriminación. Se debe resignificar, a nivel social, lo que esa vivencia [la menstruación] trae consigo.
***
Según el DANE, solo el 11 % de las personas habitantes de calle son mujeres. Jenny Vásquez, enfermera especializada en adicciones y con experiencia de 14 años trabajando con fundaciones de rehabilitación explicó que la “poca” cantidad de mujeres habitantes de calle, a comparación de los hombres, se debe a que ellas, en la mayoría de los casos encuentran otras formas de satisfacer sus necesidades (dormir, comer y consumir sustancias), como la actividad sexual paga o las redes de tráfico de drogas. A Martha Cecilia Durán Cuy la llaman ‘la ratona’ porque era quien escondía la droga en las ollas, lugares utilizados para el consumo permanente y distribución de drogas.
Vásquez asegura que las drogas interrumpen el buen funcionamiento del sistema nervioso central, este afecta al sistema endocrino y, por ende, el ciclo menstrual pierde su funcionamiento. «Conocí a una mujer a quién dejó de llegarle el periodo menstrual durante un año y medio».
Es el caso de Martha Rodríguez, una ex habitante de calle.
—¿Qué hacías cuando vivías en las calles y sentías dolor por la menstruación? —pregunté a Martha mientras hablábamos al frente de su pagadiario.
—Ay, es que como yo consumía bazuco y marihuana, no sentía nada… Además, a mí me duró muy poquito —respondió relajada.
Cuando vivía con su madre ella le regalaba las toallas, pero se fue de su casa a los 13 años y vivió en las calles mucho tiempo. Reciclaba y retacaba. Hoy tiene 41 años. Su cabello es negro y largo, sus dientes pequeños y amarillentos y es muy delgada. Trabaja en lo que le salga: pintando, haciendo aseo o vendiendo lo que encuentre.
Hoy, ‘la ratona’, Martha Cecilia Durán Cuy, tiene 45 años. Dice que ya no consume 30 tarros de pegante ni 10 bolsas de bazuco en un día, sino que solo fuma un poco de vez en cuando. Después de vivir toda su vida en la calle con miedo de no despertar al día siguiente, está satisfecha de tener un esposo, Cristian, que la apoya y la motiva a pagar 18.000 pesos por una habitación cada día.
A algunas mujeres la pareja no les ayuda. Al contrario, son víctimas de violencia: las roban, las violan y/ o les pegan, según el informe ‘Experiencias de las mujeres habitantes de calle en la ciudad de Bogotá’.
Martha Cecilia recuerda con culpa a sus hijos de los que no fue madre. La primera la tiene el Bienestar Familiar, la segunda la cuida su mamá y el tercero y último lo tiene su exsuegro en el Tolima, departamento de Colombia ubicado a 194 km de la capital.
A mitad de nuestra conversación, llora. Tal vez recordando fragmentos de su vida. Al final me señala que el Gobierno debería hacer algo más para apoyar a las mujeres porque «ahora solo ayudan a los hombres y a los maricas». Pero reitera que desde que ganó su tutela, va a cualquier hogar de paso y le entregan las toallas que necesita.