Páramo sobre ruedas
Juan Diego López, Comunicación Social y Periodismo
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Después del accidente que le quitó la movilidad en las piernas, Helver Cristancho se convirtió en uno de pocos “guardapáramos” que hay en Cundinamarca.
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Foto: Juan Diego López
La ganadería, la agricultura y la minería son las principales fuentes de ingresos de las personas que viven en Guachetá – Cundinamarca, un municipio ubicado al norte del departamento, en límites con Boyacá. Allí, en la década de los 70’s, nació Helver Cristancho.
“Tuvimos la oportunidad de tener una infancia en la que jugábamos a la lleva, ponchados, trompo y otras cosas chéveres. Pero también vivimos la llegada del internet. Sabemos qué es vivir sin eso”.
Su pasión, gusto y amor por la naturaleza lo llevaron a vincularse en el último año a un proyecto llamado “guardapáramos”, liderado por la RAPE, Región Administrativa y de Planeación Especial, una entidad pública creada en el 2014 por un convenio suscrito entre Cundinamarca, Boyacá, Meta, Tolima y Bogotá. Helver hace parte de los cerca de 120 guardapáramos que tiene este proyecto y su misión es cuidar uno de los quince complejos de páramos que hay en esta región. Helver tiene a su cargo el Páramo del Rabanal. En el 2012 el Instituto Humboldt estableció que el área que corresponde a este complejo de páramo es de 11.097 hectáreas e involucra a cerca de 13 municipios. La tarea no es nada fácil.
─ ¿Qué hace para proteger este complejo de páramo?
─ Hacemos sensibilización, talleres con los niños y campañas culturales, los recursos no dan “pa’ más”.
El robledal, un bosque de roble, y el páramo del Rabanal siempre fueron sus lugares favoritos antes de sufrir el accidente que lo dejó en silla de ruedas y que, aun después de eso, siguió visitando. Me dice que cuando se convirtió en “Guardapáramos” sintió la oportunidad de ayudar más esos lugares a los que ama. Cuando comenzó a cumplir su misión se dio cuenta de que en el Rabanal se estaban practicando deportes como los rallys, motos y un turismo que poco y nada le importaba el páramo.
“Hemos promovido la compra de predios para dejar de reserva, es una forma de alejar la minería que ya se está haciendo en límites con el páramo o incluso dentro de él”.
Su casa, que está aproximadamente a una hora y media del páramo, no por la distancia sino por la calidad de las carreteras para llegar hasta allá, está adecuada totalmente para la situación en la que se encuentra: el baño fue modificado para que tuviera todo lo que necesita. Cuando él se baja de su carro encuentra una rampa de acceso para que pueda entrar a la casa sin ayuda de nadie. Porque además de todo, vive solo. Su hermana y su mamá, que viven en Bogotá, lo visitan frecuentemente. Por eso cocina para él y lo hace todo solo.
Visita el páramo mínimo una vez al mes. Se va en su carro, en el que acelera, frena y enclocha con sus manos, hasta el casco urbano. Allí toma un carro que hace acarreos y lo lleva El Rabanal. Aunque intenta hacer todo solo siempre, va acompañado a hacer sus recorridos. Se baja del campero con ayuda del conductor y la persona que lo acompaña. Pasa por donde el páramo le permite mover su silla y lo que no puede ver con sus propios ojos lo vigila con un dron, que le sirve también para grabar videos que después usa en sus capacitaciones. Se maravilla al ver los frailejones, pero no es de extrañar, según su hermana Aydé, desde pequeño le apasionó la naturaleza, era curioso, siempre le importaba saber por qué la planta es de una manera y no de otra, su color y beneficio para el planeta y, además, entender el campo.
La vida de Helver Cristancho ha dado muchas vueltas. Cuando era niño era muy tímido, me dice su hermana. Creían que se iba a quedar así hasta grande, pero, como él mismo lo dice, en su adolescencia hizo cientos de travesuras con su grupo de amigos, al que llama el Kínder; también inició su vida amorosa, y en ese proceso tal vez perdió la timidez que tenía. Aunque su hermana me dice que, curiosamente, con las mujeres no era tan tímido como creían: “Él salía a jugar con las hijas de nuestros vecinos y de vez en cuando llegaban y le decían a mi mamá ‘Doña Anita, Helver me robó un beso’”.
Helver se considera profundamente católico. Al salir del colegio tomó la decisión de ingresar al seminario mayor de Zipaquirá. Sus padres estaban muy contentos con lo que su hijo haría y confiaban en que realmente esa era su vocación. La única que no creía eso era su hermana. “Yo sabía que no. Era un espacio de escape. Helver tiende a ser indisciplinado y creo también que fue una manera de escaparse para no ir al Ejército. Yo ya me estaba preparando para ir a visitarlo al Amazonas, pero no, le dio por irse al seminario”.
Entre los 17 y 18 años tomó aquella decisión. Allá, como en el colegio, llegó al grupo de indisciplinados, hacía miles de travesuras, se metía a la cafetería de los curas a robarse las mantecadas, jugaba con sus amigos en todas partes y era tanta su energía que lo nombraron coordinador de deportes del seminario. En cuarto semestre prestó un lazo a unos compañeros sin saber que lo iban a utilizar para escaparse. Culparon a Helver y esto se sumó con las demás faltas que había cometido. Las directivas del seminario le recomendaron que descansara un semestre, que siguiera vinculado pero que se apartara, que no tomara clases.
“Esos dos años que pasé en el seminario fueron los más bonitos de mi vida. Me permitieron reafirmar mi fe y hacer apostolado, conocer los municipios más pobres y golpeados por la violencia en Cundinamarca. Tuve mucho contacto con la gente, con los niños. Disfruté mucho. No creo en la reencarnación, pero si tuviera que volver a nacer entraría de nuevo al seminario”.
Cuando salió de ahí hizo un curso en el SENA de gestión de recursos naturales y, en ese momento, se enamoró de la naturaleza. Luego de tres años de estudio en los que viajaba de Guachetá a Chía todos los días, empezó a trabajar con la CAR, en el Proyecto Checua, encargado de realizar y vigilar la construcción de obras biomecánicas para evitar la erosión. En este proyecto hacían banquetas, trinchos, gaviones y trabajo de reforestación. Él se encargaba de Guachetá y otros municipios cercanos.
A sus 23 años ganó la alcaldía un gran amigo suyo, Daniel Villamil, y lo invitó a trabajar como jefe de la oficina de recreación y deportes de Guachetá. Allí también dejó huella, Connie Cortés lo considera uno de sus mejores amigos. Conoció a Helver hace 15 años en los campamentos juveniles cuando él era director de deportes. “Era un loco lleno de energía”, dice entre risas. Y sí, muestra de eso son sus logros en ese cargo. Creó escuelas de formación deportiva, un equipo profesional de ciclismo que impulsó para competir en el Tour del Porvenir el mismo año en que lo ganó Rigoberto Urán. Grandes logros para durar solo dos años en el cargo, porque después vendría el accidente que le cambió la vida.
En la noche del viernes 16 de abril de 2004, y después de haber tomado algunos tragos, Helver iba en su carro para Guachetá acompañado de unos amigos. Subiendo la montaña para llegar al casco urbano se fue a un abismo. El carro dio algunas vueltas y, por fortuna, quedó atrapado en una baqueta, lo que impidió que siguiera su camino hacia la falda de la montaña. Esa banqueta se había construido en el Proyecto Checua, al cual perteneció. Según él, le salvó la vida. A sus amigos no les pasó mucho, pero a él lo remitieron a un hospital, no sentía sus piernas. Tuvo un daño en la médula y perdió la movilidad de sus miembros inferiores. “Tenía 26 años, con ganas de comerme el mundo. Ya tenía carro, moto, buen dinero y buen trabajo. Lo veo como una bofetada que la vida me dio porque estaba demasiado loco”.
La vida tenía que volver a empezar. En el proceso de recuperación fueron claves su familia y sus amigos, el kínder, y se llaman así porque se conocen desde pequeños. César López conoce a Helver desde que eran adolescentes y dice que “el Helver después del accidente es un hombre más verraco, el accidente lo hizo madurar, lo admiro mucho”.
Para su familia fue una época muy dura. Su hermana Aydé recuerda que a todos les cambió la vida, no solo a Helver. Cuando le pregunto por ese momento su voz se corta y se le aguan los ojos. “Fue un cambio de vida completo. Mis planes de vida cambiaron, solo quería que tuviera lo mejor. La primera a la que le dijeron lo que tenía fue a mí. Cuando íbamos en la ambulancia me hizo jurar que le iba a decir toda la verdad siempre. Pero eso no es tan fácil, ¿cómo le voy a decir que perdió la movilidad en las piernas? Siempre le he dicho que nunca pierda la esperanza. Helver asumió que lo que le pasó había sido por una falla de él. Yo estaba en Bogotá trabajando y todo el proceso de recuperación lo vivimos juntos. Me tocó casi que violentar su intimidad, tenía que bañarlo, aprender a pasarle una sonda por la uretra, fueron momentos muy complicados. Si yo pudiera le daba las piernas”, señala.
Hoy tiene 41 años. Helver es presidente de la junta de acción comunal de su vereda, se convirtió en un líder social y ambiental en la región. Está estudiando Ingeniería Agroforestal y suena como posible candidato a la Alcaldía, cosa que a su prima Claudia le gusta, está convencida de que va a ser alcalde. Dice que “es muy inteligente y creativo. Tiene mucha imaginación, se inventa güevonadas locas y, además, el man trabaja”, comenta entre risas.