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Sesgados

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Juan Camilo Acosta Chaves

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¿El humano es un animal que actúa según estímulos o comportamientos? En la mente, las acciones y las palabras quizás estén las respuestas.

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Sesgados
Foto:
Getty Images vía Canva Education

Jaime Unda parece un personaje sacado de la pluma de Alejandro Dumas: flaco, barbudo, con la nariz curva como un gancho y ojos estrechos y oscuros. Otro escritor más generoso lo hubiese comparado con D’Artagnan, y motivos no le sobraría: los dos son tan parecidos que deja al aire la loca idea si acaso, en otra vida, el escritor francés lo conoció y se inspiró en su porte para crear su propio Quijote gascón.


Pero dejando a un lado las descabelladas divagaciones, Jaime Unda es mucho más que el perfecto esbozo de un personaje literario. No podrá tener (que yo sepa) a un grupo de espadachines por amigos y tampoco vivir aventuras con ellos. Al contrario, antes que un mosquetero, Jaime Unda es un psicólogo y en vez de blandir una espada, prefiere explorar el pozo sin fin que es la mente humana.


Difícil elección, por cierto. El ser humano tiene este molesto hábito de tomar atajos cada vez que puede basado en características aleatorias como raza, género, apariencia física, entre otras. Esos atajos son los “sesgos” que han ganado cierta fama, sobre todo en lo que respecta al oficio de contar la verdad. Se espera (o al menos, se idealiza) que alguien que cuenta la verdad, como un comunicador, no debe estar sesgado.


Y he aquí otro gran desaire: aquellos que, en teoría, deben contar la verdad son prisioneros de los sesgos. Odio ser fatalista, puesto que estos no son el único factor a tomar en cuenta (la imagen que ofrece la verdad es más compleja), pero son importantes a la hora de salvar ciertos obstáculos y contemplar la realidad tal y como es.


Para nuestra suerte, los sesgos son el tema favorito de Jaime Unda. Tanto así que forma parte de un proyecto especial: Detox Information Project (DIP), diseñado con especial cuidado para que el ciudadano, a partir del reconocimiento de sus sesgos, no caiga en noticias falsas.


¿Acaso no suena hermoso? Y lo mejor de todo es que, para los escépticos, este planteamiento está soportado en las ciencias del comportamiento, del cual Unda es un experto.


Pero, para entender los sesgos, primero hay que echar un vistazo a nuestro cerebro.


Dentro de la esponja humana


El cerebro es curioso: es una viscosidad que, a pesar de su excesivo peso, vive con tranquilidad en una cabecita que no lo utiliza de manera consciente la mitad del tiempo. Pese a ello, trae ciertos beneficios como gran almacenador de información, desde recordar fechas hasta deducir complejos algoritmos. De este modo, da la impresión que nuestra esponja es una biblioteca cuidadosamente organizada donde todos los documentos importantes son archivados para su consulta.


Pero he aquí una falacia: cuando se consume información, dice Jaime Unda, el ser humano es incapaz de procesarla toda. Nuestra esponja no es una biblioteca; es el cajón del armario donde se embute todo, sin gracia ni orden.


Peor aún, nuestro cerebro no es solo un desorden sin precedentes, sino que, dentro de este, se gesta una lucha entre dos partes opuestas entre sí: los sistemas 1 y 2. El primero es primitvo e impulsivo, y el segundo, analítico y “civilizado”, si le agrada tal adjetivo. El hecho no es extirpar la parte primitiva del cerebro, o el sistema 1, sino limitar su accionar a la hora de tomar decisiones trascendentales y dejar que el sistema 2, la parte pensante, las tome con cuidado.


Eso sería una situación ideal. En realidad, el sistema 1 se sale con las suyas y decide tomar el camino corto y fácil. Cuando ocurre, se le llama “heurística” y, bajo esta argumentación, los sesgos son heurísticas mal aplicadas.


¿Cuál es la solución a este problema? Para Jaime Unda es sencillo: utilizar teoría para entender el comportamiento, identificar factores, medir impactos y, a partir de los tres pasos anteriores, crear la solución.


El proceso es la arquitectura de la decisión y, en teoría, busca mejores soluciones ante pobres decisiones que tomamos.


No obstante, la mayor crítica que se hace a esta propuesta, y a las ciencias del comportamiento en general, viene desde el diseño de la arquitectura de la decisión.


Errores en el sistema


Los críticos de las ciencias del comportamiento señalan los errores que pueden surgir en el primero paso de la arquitectura de la decisión, utilizar teoría para entender el comportamiento. Ya vimos que todos somos esclavos de los sesgos y tal supuesto se extiende al investigador que los estudia: quizás ignore ciertos hallazgos porque piensa que no son significantes o juzgue ciertos comportamientos e ideas erróneamente sin el bagaje cultural de esas comunidades.


En respuesta a esto las ciencias en general se apoyan en grupos de investigación. En el caso de los hallazgos, esto asegura que hay más de un par de ojos que revisen el proceso y se aseguren de que no haya campo de error o que este sea mínimo.  Para lo segundo, las ciencias del comportamiento cuentan con grupos de investigación de diversas culturas con el fin de que los resultados, al menos, no estén sesgados a un punto de vista occidental y blanco.


Pero no es suficiente contar con un grupo diverso, aunque sea de gran ayuda para resolver el problema. Lo delicado es que, para estudiar el comportamiento humano, con frecuencia se prioriza la conducta y no la singularidad que tiene cada ser.


De este supuesto se deduce que el humano solo obedece a ciertos estímulos… y ese es el principio del fin.


Pensar la comunicación


La comunicación lo es todo para las ciencias del comportamiento, lo irónico es que no la complejiza. En su más simple expresión, la comunicación, para ese campo del saber, se desprende de los estímulos del ser humano.


Estos estímulos, es válido deducir, funcionan como un chip implantado muy dentro del cerebro, imposibles de quitar. La que implanta los chips es la cultura (o los “sesgos”, para nuestro caso) y se puede observar cómo regulan las actividades. Luego, puede concluirse que el hombre está impulsado a actuar según estímulos que se desprenden de valores culturales o de sus sesgos.


¿Qué significa esto? Que el hombre es un objeto delimitado por unas categorías y, con los estímulos correctos, pueden utilizarse esas limitaciones a favor de la búsqueda de un bien mayor. No es pelear con ellas, porque son inseparables del hombre, sino domesticarlas. ¡Otra gran idea para cambiar el mundo!


Pero de esto me surgen otras preguntas: ¿el humano es un animal que actúa según estímulos o comportamientos?, ¿interioriza el mensaje de forma inconsciente, sin pensar?, ¿no es crítico?


Tal vez, solo tal vez, la respuesta a todas sea sencilla: somos estúpidos, sometidos a nuestros sesgos. Y necesitamos, de forma desesperada como un peregrino del desierto llora por agua, a un sabio que nos diga: “No es tu culpa…pero solo con mi ayuda encontrarás un pozo para saciar tu sed”.

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