Somos parásitos
Alejandro Ballestas T., Comunicación Social y Periodismo
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La película Parásitos se mueve entre un cuidado guion y unos personajes cínicos.
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La película del director coreano Bong Joon-Ho, Parásitos, fue estrenada en 2019. Desde entonces, ha sido aclamada por la crítica y el público, y en un episodio que seguro pasará a la historia, se convirtió en la primera película extranjera en ganar el Óscar a Mejor Película. Y no es para menos. Una cinta sobresaliente que rompe todos los paradigmas y ratifica a los antihéroes como los nuevos protagonistas del cine contemporáneo.
El largometraje cuenta las vicisitudes de una familia surcoreana de clase baja y cómo tratan de salir adelante. Un tema común y hasta trillado, pero que experimenta un cambio gracias al excepcional guion escrito a dos manos por Han Jin-won y el director. En medio de la celebración, cuando todo parece perfecto para la familia, ocurre un suceso que cambia la historia para ellos y aún más para la audiencia. El giro llega sin advertencias ni pistas, golpeando al espectador directo en la cara y haciéndole reevaluar todo lo que ha visto hasta el momento. Como dijo el director de cine Alfred Hitchcock: “para hacer una gran película se necesitan tres cosas: el guion, el guion y el guion”.
Otro elemento que juega a favor del filme son los personajes. La familia, compuesta por padre, madre, hijo e hija, atrae con su inteligencia y típica dinámica familiar, pero enamora con su facilidad para mentir, engañar y manipular a la familia adinerada para la que trabajan. La inexistente preocupación por sus jefes y por quienes trabajan con ellos demuestra un clásico ejemplo de que el fin justifica los medios. Sin embargo, el suceso inesperado nos muestra que una de las personas que se ve perjudicada por los actos de la familia no está exenta de cometer actos similares, o incluso, ir más lejos. Los protagonistas se dan cuenta de que sus víctimas no son tan inocentes ni tan diferentes a ellos como pensaban. Los personajes principales reflejan características al mejor estilo de los creados por Quentin Tarantino, con la diferencia de que están más adentrados en la realidad y no son tan caricaturescos o excéntricos. No es de extrañar que el coreano lo haya citado como una influencia en su trabajo en varias ocasiones y le haya agradecido en su discurso de aceptación al Óscar a Mejor Director.
El giro argumental que divide la película en dos recrea tintes de Alfred Hitchcock en Vértigo y Psicosis y es digno de obras como El club de la pelea, Sospechosos comunes y Barrio Chino. Todo esto ayudado por un guion cuidado, sólido y creativo. Los personajes hacen recordar a otros antihéroes del cine como Alex Delarge, Michael Corleone, Travis Bickle, e incluso a Beatrix Kiddo, creación del universo Tarantino. Son cínicos y determinados, pero con un sentido fuerte del bien y el mal que a veces deben pasar por alto para lograr sus objetivos. En una sola palabra: memorables.
Aunque las casas y calles de Seúl se ven distantes, se pueden adaptar a cualquier contexto. Hay personas que quieren salir adelante y recurrirían a cualquier método para lograrlo. Ya sea la necesidad o simples ganas, siempre existirá el deseo de ir más allá. Nuestros sueños y esperanzas van ligados a nuestra familia, y a ayudarla siempre que podamos. ¿Pero que estaríamos dispuestos a hacer para lograrlo? Ahí yace la belleza de la película: una historia humana sobre cómo la ambición puede cegarnos y sacar lo peor de nosotros.
Parásitos es una cinta extraordinaria que nos mantiene a la expectativa y puede ser disfrutada por cualquier audiencia. Su merecida, y a la vez sorpresiva, victoria en los premios de la Academia la ratifica no solo como un buen largometraje, sino como una historia que le habla a cualquier persona sin importar el idioma.