Taxidermia en Colombia: Arte, negocio y tradición
Luz Castillo y Erika Toledo, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo
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Esta práctica no es exclusivamente funeraria. De hecho, se ejerce en el país se ejerce también con fines científicos, académicos, artísticos y hasta de activismo social.
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El Espectador
La taxidermia es tan antigua como la Edad de Piedra. Sus saberes han viajado de Egipto a América del Sur, de África a Europa, y llega a Colombia en la década de los años 60. Y no es una práctica exclusivamente funeraria. De hecho, en el país se ejerce también con fines científicos, académicos, artísticos y hasta de activismo social.
Durante el siglo de las Luces, entre 1700 y 1800, en el sur de Francia vivió una bestia que se convirtió en leyenda popular. El feroz animal, semejante a un lobo según decían algunos testigos, acabó con la vida de más de cien personas, hasta su extraño fallecimiento. El rey de Francia quiso conseguir su piel para exhibirla en sus colecciones reales, así que se puso en contacto con un intendente del Jardín de Plantas, responsable de la colección de Historia Natural.
El funcionario, para cumplir el deseo del soberano, fue a buscar al animal. Su objetivo era curtir la piel, y para ello debía tratarla con diversos procedimientos y sustancias hasta hacerla flexible y evitar su descomposición. Pero la búsqueda de la bestia tan temida no dio ningún resultado. De ahí que se convirtiera en leyenda. Sin embargo, lo que sí se conservó fue la receta que con tanto cuidado había preparado el intendente para la taxidermización, y que se usa todavía hoy en día.
La palabra taxidermia se deriva del griego taxis, que significa colocación, y derma, que alude a la piel. Es el oficio de disecar animales para conservarlos con apariencia viva, y su práctica tiene origen no en la leyenda de la bestia francesa, sino miles de años antes, en la cultura Chinchorro, un pueblo que habitó la costa del desierto de Atacama en Perú hasta Antofagasta en Chile entre el 7000 y 1500 a.C.
La historia cuenta que los chinchorro quisieron conservar los cadáveres de quienes fallecieron en su comunidad durante un periodo de alta mortalidad. Eran un pueblo de pescadores y cazadores que vivían al lado de la quebrada Camarones al norte de Chile y el río, que contenía altos niveles de arsénico, envenenó masivamente a sus habitantes. Entonces, las familias decidieron momificar a sus familiares para no separarse de ellos. En la actualidad, sus momias son consideradas las más antiguas del mundo, milenios más viejas que las conocidas momias egipcias.
De generación en generación
De la Edad de Piedra a nuestros días, la taxidermización se ha aprendido de generación en generación, y siempre han sido pocos los interesados en esta labor. No es una carrera, ni se obtiene mediante un título, y quienes la practican dicen que se trata más bien de una pasión. Este es el caso de Vanessa Acuña, una yopaleña que se acercó a la taxidermia por su familia. Sus antepasados iniciaron este oficio hace más de 60 años, una técnica heredada de abuelos a padres e hijos. Desde pequeña acompañaba a sus mayores a cazar en la finca donde vivían, en Guapota, Santander; pero no era su actividad favorita, ya que siempre ha respetado la vida animal. Sin embargo, desde allí supo que quería hacer taxidermia a su manera, sin tener que cazar.
Hoy, a sus 25 años, Acuña no caza, no compra y no consume animales. Lo
s recolecta cuando ya están muertos o cuando recibe donaciones: “El animal no es un objeto de representación estética, su verdadero valor está en la historia que logra construirse al taxidermizarlo”, dice Acuña. No es sencillo lograr que un cadáver pase a ser una obra que habla por sí misma, y menos trabajar un proceso que exige aguantar el olor de los restos con formol. Para ello se necesita vocación.
Pero este es apenas uno de los múltiples retos de este oficio, que comienza, precisamente, en la piel. Según explica la taxidermista, es el pelaje de los animales el que habla por ellos. Gracias a su piel, se sabe si es viable o no realizar la taxidermia. En primer lugar, solo se conserva el pellejo del animal. Luego, se retiran los músculos, esqueletos, vísceras y todas las partes blandas. Por último, se prepara la piel. Es un proceso que se acerca al arte de la escultura porque consiste en crear maniquíes de resina y espumas que luego se cubren con el pelaje. Los restos del animal que no son utilizados, se desechan.
En el país, no es necesario contar con un certificado para realizar taxidermia, pero sí se necesita de unos permisos legales para recoger, trasladar y tener estos cuerpos de animal. Los interesados en practicar este oficio deben registrarse ante la Autoridad Ambiental, que comprueba si los animales son domésticos, y esto porque en Colombia está prohibida la posesión de animales silvestres, incluso si están muertos. Cada colección biológica que se realiza debe ser registrada ante el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt, explica Acuña, y esta es una colección que cuenta con vertebrados, invertebrados, plantas y microorganismos. En Colombia, existen 234 colecciones biológicas registradas, las cuales tienen más de 4 millones de ejemplares catalogados.
Un negocio que desafía la muerte
Pero, aunque los números suenen llamativos, son pocos los que como Vanessa ejercen este oficio. La mayoría son personas que prefieren trabajar para museos, laboratorios y universidades como Mario Guinard, taxidermista colombiano reconocido. Otros, como Nathalia Arenas, se dedican a prestar servicios funerarios para mascotas, y ella lo hace a través de su empresa Petto Memorials. Para Arenas, es mejor trabajar la osteotecnia, una técnica que permite la conversión de los huesos de animales como piezas de adorno. Esta técnica es más rentable y se utiliza como parte del servicio de memoriales. Aunque también es posible vender las piezas taxidermizadas como arte, pero no son tantos los interesados en decorar sus hogares con cráneos y huesos.
El negocio de la taxidermia tiene sus subidas y bajadas. Entre noviembre y diciembre, la demanda de memoriales sube debido al incremento de la mortalidad de mascotas. Por lo general, estos fallecimientos ocurren a causa del uso de la pólvora durante las fiestas navideñas que provocan pánico, ansiedad, escapes, infartos, desorientación, aturdimiento, entre otras consecuencias negativas en los animales. Sin embargo, la primera temporada del año baja la demanda, por lo que taxidermistas como Arenas trabajan más bien en obras de artes plásticas para galerías y exposiciones.
Los costos se ajustan según el tiempo de uso del congelador, la cantidad de químicos que requiera la pieza y la exposición ante los riesgos del uso. Los más económicos son aquellos que incluyen solo el cráneo, que son decorados con cristales y acompañados de bordes dorados. Se incorpora la base, la cúpula, el marco, la caja y los acabados. Para un trabajo de embalsamamiento se tiene en cuenta los químicos y el tiempo invertido a la hora de cobrar. Es el proceso más costoso de todos. Se debe trabajar en el campo porque los químicos como el formol son corrosivos. Se entrega meses después porque se debe limpiar la pieza para que no cause daños en los compradores. Por ende, los precios de la pieza varían entre los quinientos mil y el millón de pesos.
Taxidermia para la ciencia
Pero además de los servicios exequiales, la taxidermia también se usa al servicio de la ciencia. Consiste en conservar las pieles de animales vertebrados, sobre todo mamíferos, que luego se preparan para ser montadas en moldes y así lograr que imiten el aspecto real del animal. Es una técnica que funciona al servicio de la educación y la divulgación científica. Son una combinación de objetos-animales naturalizados que copian la apariencia de vida.
En Colombia, existen 232 colecciones biológicas registradas, las cuales tienen más de 4 millones de ejemplares catalogados en 27 departamentos diferentes. El museo de Historia Natural de la Universidad Nacional de Colombia es un ejemplo de ello, un escenario de aprendizaje y de interacción para el conocimiento científico. Allí se encuentran animales disecados de todo tipo: Monos, arañas, coatís, mariposas, escarabajos, cangrejos, peces, zorros, pájaros, búhos, osos, ciervos, jaguares, dantas y zarigüeyas.
Visitar un museo como este da la sensación de que la taxidermia trae de vuelta el espíritu del animal. Aunque se sabe que están muertos, el tacto humano es engañado por la calidad de la conservación:pelaje entre suave y seco, ojos hechos de vidrio que parece que siguen al visitante por toda la sala, bocas cocidas en forma de sonrisa. Aquellos animales expuestos en la galería dan la sensación de estar vivos. Y esto se realiza con dos propósitos: a nivel de exhibición, su fin es alcanzar la apropiación social y el conocimiento para la sociedad. Garantiza que las generaciones conozcan cuáles animales han existido, y conocer su historia natural. El segundo nivel es con fines de investigación y se realiza a diferentes grupos como reptiles, formando las colecciones biológicas que están inscritas al registro nacional único de colecciones biológicas de Colombia.
Arte y activismo
Un último caso llamativo es el uso de la taxidermia como arte y forma de activismo. El profesor Andrés Vélez estudió zootecnia en la Universidad de Antioquia, una carrera que cursaba a la par con el pregrado de Artes plásticas en la Universidad Nacional, y cuando llegó a sexto semestre desistió de la que había creído que sería su carrera principal. Mientras seguía con su carrera, decidió entrar al mismo tiempo a una clase de artes plásticas, y desde allí empezó a considerar la taxidermia como parte de su vida, para luego empezar a aprenderla por su cuenta.
Hoy en día, no realiza taxidermia, sino embalsamiento, cuya diferencia radica en que la primera elimina las vísceras y conserva la piel y la segunda consiste en deshidratar los animales usando formol y se debe conocer dónde inyectar este químico al animal para que quede bien embalsamado. Su primer trabajo creado desde el activismo fue Alba al desnudo, usando como referencia la pieza GFP Bunny, de Eduardo Kac, una coneja modificada genéticamente para que fuera verde fosforescente. Vélez expuso su obra en el aniversario de Bellas Artes con el fin de hablar de la dignidad animal.
Además de Alba al desnudo, Vélez, en sus obras Contra el viento y Móviles inmóviles procura también hacer denuncia social y activismo. Para la primera, tardó dos años recolectando más de 200 aves en Medellín –entre loros, tórtolas, periquitos– y los ensambló para representar el daño que causa la ciudad a las aves, que mueren todos los días por choques contra autos o ventanas. En la colección, las aves están colgadas con las alas abiertas como si estuvieran crucificadas.
Pero más allá de si se usa para arte, activismo, ciencia o servicio funerario, la taxidermia lleva milenios desafiando la muerte. Y lo seguirá haciendo: mientras estemos vivos, siempre habrá muertos que no queramos dejar de ver, y tenerlos cerca, de una u otra manera, nos ayuda a no olvidar.