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Un exiliado, la sombra de la guerra y un premio

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Isabella Hurtado Almario, Comunicación Social y Periodismo

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Nicolás Quimbayo Vásquez es quien es por la historia de Colombia, Libia y Francia. Nicolás es memoria, sencillez y criterio.

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( Ligia Vásquez junto a su hijo, Nicolás Quimbayo)

Bogotá, 1985. Los buses a toda velocidad pasan por la calle 68 mientras el barrio Modelo, con su arquitectura estilo inglés y jardines con rosales, visten las calles. Como es usual, la llovizna cae en las frías tardes capitalinas. La imagen del bullicio de la gente no distrae a Nicolás Quimbayo Vásquez, un niño de ocho años. Él quiere retener en su memoria el ruido de la ciudad y a su padre, Nicolás Quimbayo Carvajal, quien entra a un Cream Helado de la 32.


El perteneciente al M-19 ingresa a otra misteriosa reunión. Los años 80 de Colombia se ven a través de los ojos de la confusión total, el presidente Belisario Betancur lucha por encontrar paz en medio del caos. La tragedia en Armero, con la historia de Omayra, que hace llorar a todo el país, conmueve los corazones de la gente.


La división política en Bogotá está en furor, aunque la capital se caracteriza por el clima frío, el ambiente se siente caliente. Los carteles de Medellín y Cali pelean por la propiedad de las tierras para sembrar droga. La toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, el nueve de noviembre, es la cereza del pastel para terminar el año.


Ligia Vásquez, junto a su pareja, Nicolás Quimbayo Carvajal, pertenecen al Movimiento del 19 de abril, abreviado M-19, que fue fundado tras el fraude electoral de 1970. La vida de la mujer corre peligro. Las amenazas están al orden del día y el miedo se vuelve el protagonista en la existencia del pequeño Nicolás.


En medio de los andenes del barrio modelo la adrenalina del pequeño sube. Con la respiración agitada, los ojos pendientes de cada detalle, el corazón saliéndose del pecho llega a la casa de su abuela materna. Los pitos de los carros son una alarma para él, la tensión constante que siente no lo deja del todo tranquilo. ¿Alguien lo sigue? No, solo es un perro que está detrás.


Esa paranoia lleva a que los padres de Nicolás Quimbayo le pidan a él, con tan solo 11 años, que empaque sus maletas. Abrumado, confundido, dando los últimos abrazos a su familia, se despide. ¿Un niño puede ser exiliado de su país? Sí. La ideología de sus padres es una ofensa para los mandatarios colombianos.


Pedir ayuda para salir del país materno no es una decisión fácil, pero ¿qué se puede hacer cuando la familia se encuentra en peligro? Buscar nuevos horizontes con mayor esperanza. La estadía de Nicolás en Francia empieza en 1988. Una aventura con un tour en la Torre Eiffel, probar los croissants y aprender francés como su nueva lengua. Solo tiene planeado hacerlo en dos años, la realidad es que en este margen de tiempo finaliza la etapa de la aceptación a la nueva cultura y a esa vida lejos de Colombia, lejos del peligro.


Su padre tiene la confianza en la inteligencia de su hijo. Considera que no debe ser atrasado dos años como era requerido para todos los inmigrantes latinoamericanos. Entonces, es puesto a prueba y, con un resultado excelente, pasó al grado que le correspondía. Años después, la beca del estado parisino lo lleva a la mágica ciudad de Estrasburgo. Allí, decide estudiar filosofía por dos años, entra al sindicato de la universidad y siente un norte en la política, pero su visión cambia, definitivamente puede ayudar a la sociedad de otra manera. Además, él no se siente completo, la pasión por el mundo audiovisual vive con él.


En su hogar colombiano, Nicolas aprende de fotografía análoga en un laboratorio que tenían sus padres, después en Francia, asiste a un taller de fotografía y, finalmente, decide estudiar montaje. “Uno cree que es casualidad, pero en realidad no. Hay un hilo conductor (...) es lógico que yo hubiera estudiado lo que estudié”, dice Nicolas cuando brevemente piensa en su vida.


Un disparo suena tan ligero que apenas el oído puede detectarlo. Los ojos rascan por un momento y al final se vuelve a acostumbrar a la luz natural del ambiente. Las cámaras son armas poderosas para cualquiera que no quiera olvidar, Nicolás siente un deber con la memoria colectiva para combatir las injusticias. Durante cinco años, trabajó en una empresa de producción de documentales.


Un contacto de Radio Francia lo presenta con la periodista Natalia Orozco, quien le propone cubrir la revolución Libia, para adentrarse en África y registrar esta realidad diferente. Nicolás era un buen compañero para ella, pues tiene conocimiento sobre la situación política de la región.


Juntos, como equipo, empiezan el proyecto para cubrir el conflicto bélico en África. Ningún medio acepta la propuesta en un inicio, así que, deben grabar las introducciones de la noticias para medios colombianos y mexicanos: RCN, NTN 24, Televisa y Telemundo. A su vez, Nicolás pide vacaciones para ir con Natalia, en el primer semestre del 2011 al norte de África.


¿Hasta dónde llega la desesperación de un hombre por conservar su trabajo?


En el año 2010 en Túnez, la policía arrebató un carro de frutas a un hombre, su único empleo. Con los ojos vidriosos, presión en el pecho e impotencia en su garganta decide envolver en llamas su cuerpo a modo de inconformismo y se convierte en la mecha que enciende una revolución. Los pueblos del medio oriente cansados de vivir bajo las dictaduras deciden tomar cartas sobre el asunto.


Debido a esto, la desgarradora guerra civil empieza en Libia, sin piedad la anarquía se toma sus tierras, las reglas sociales alguna vez formadas ya no valen nada.


Las bombas aturden a las personas cada cinco minutos, allí en medio de la situación, Nicolás graba a Natalia, mientras los latidos del corazón se le suben a la garganta en menos de lo que la mirada alcanza a captar el panorama. “No es el miedo, es lo que tú hagas, a pesar de tenerlo y hay que tratar de hacer algo bueno”, dice Nicolás.


En medio del pueblo perdido a la luz del día en mitad de Libia, Nicolás siente un sudor en el cuello, las manos temblorosas y la garganta seca. Esa sensación en su cuerpo, lo lleva a una tarde fría de llovizna en la capital de Colombia, 23 años atrás, cuando la tensión era protagonista en su camino.


El fotógrafo estaba sentado en una mesa terminando de comer, sube al cuarto del hotel por su preciada cámara cuando de repente suenan unas piedras, él está alerta, cuando se da cuenta rápidamente que, las piedras son de metal, las balas están rozándolo debajo de la cama. No recuerda bien cómo salió vivo.


Después de días y días editando, grabando y sintiendo la guerra, es hora de volver.


La vida sigue después de la guerra...


Pasan unos meses del 2011 y Nicolás en medio de otro proyecto audiovisual en París recibe una llamada de Natalia, su compañera de viaje. ¿El Premio Simón Bolívar? Nicolás nunca se imaginó que iba a ser el ganador del Premio Simón Bolívar en el 2011 por ser camarógrafo de la periodista de guerra Natalia Orozco. Aunque fue una sorpresa para él, nunca fue su meta.


Su padre siente muchísimo orgullo por el logro de su hijo, pero sin ninguna sorpresa él sabe que Nicolás es una persona muy crítica, una persona del mundo. Este galardón es más que merecido, con su voz emocionada habla sobre su hijo. Su tío paterno Pedro Quimbayo, está muy emocionado por acompañarlo a la gala de premiación, para él, la partida de su sobrino le dolió en el corazón y verlo de nuevo es una alegría inmensa.


A un día de la gala, los familiares de Nicolás se dan cuenta que no tiene el código de vestimenta, le parece bien irse de ropa informal, pero sus emocionados parientes, deciden que la ocasión amerita comprarle un traje, algo que recuerda con gracia: “Mi familia estaba tan orgullosa que hasta los vecinos fueron parte del evento”.


En medio de la ceremonia, su tío Pedro Quimbayo reconoce al ex presidente Belisario Betancur. El viejo amigo del abuelo de Nicolás los saluda calurosamente, y pregunta:

¿Nicolás Quimbayo es nieto de Álvaro Quimbayo, el concejal? Pedro le dice que sí, animado.



En una larga mesa, encima del escenario, con 15 reconocidos personajes. Se encuentra Betancur, el presidente que en la década de los 80 estaba intentando mandar en medio de un país perdido, que luchaba contra los asesinatos de ministros, abogados y de ataques como los del grupo M-19. Mientras Nicolás da la mano a los reconocidos invitados en forma de agradecimiento, piensa: ¿qué le digo? Y, antes de que pueda imaginar un comentario ingenioso, Belisario suelta un simple: “Digno ejemplo de la familia”.


El fotógrafo mira al horizonte e intenta atrapar las palabras en el aire, su mirada es nostálgica. La teoría del caos dice que el pequeño aleteo de una mariposa al otro lado del mundo puede crear un tornado, así como las grandes hazañas a veces, repercuten en una sola persona. Él es quién es por la historia de Colombia, Libia y Francia. Es por los ciclos de la vida que se vuelven patrones. Nicolás es memoria, sencillez y criterio.

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