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Un tejido inquebrantable

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Luisa González y Juan Esteban Castro, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo

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Tejidos Chakana y la fundación Color Esperanza formaron un proyecto textil integrado por mujeres víctimas del conflicto armado y excombatientes de las FARC.

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Foto:
Luisa González y Juan Esteban Castro.

La gran mayoría de estas mujeres han sufrido de depresión y ansiedad.

En un salón pequeño de un jardín infantil, ubicado en la localidad de Bosa, al suroccidente de Bogotá, se encuentra cada domingo un grupo de mujeres con edades entre 50 y 65 años para tejer. Sin embargo, este no es como cualquier otro encuentro de un grupo de amigas que se sientan a charlar y pasar el tiempo. Algunas hacen manillas, otras correas artesanales para bolsos, pero todas elaboran retratos con pequeñas chaquiras de diferentes colores. La particularidad de estos últimos tejidos es que cada uno representa la imagen de un hijo, hermano o familiar que fue asesinado en el marco del conflicto armado colombiano.


Esta idea nace de la fundación Color y Esperanza, liderada por Gladys Acevedo, y por Tejidos Chakana, fundada en 2020 por Mateo Perea. En resumen, son talleres semanales que crean un espacio de paz y memoria. Aquí participan tanto excombatientes, de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), como víctimas del conflicto. Según Mateo, "este proyecto es un proceso de reconciliación, el cual está divido en 3 dimensiones: la comunitaria, la personal y la institucional”.El proceso para integrar a los excombatientes en el proyecto se dio mediante una convocatoria hecha por la Asociación Nuevo Agrupamiento, quienes presentaron la idea a, aproximadamente, 30 personas que voluntariamente se ofrecieron para ser partícipes.


Durante estos talleres se busca tener un espacio de tranquilidad y concentración. Se escuchan algunos murmullos, pequeñas risas que retumban en cada esquina del recinto de, aproximadamente, 7 metros cuadrados y los sonidos de las agujas haciendo puntadas sobre unos hilos azules que están amarrados a cada extremo de una tabla de madera. Usualmente asisten un promedio de 15 a 20 personas. Cuando llega el momento del silencio, no es como los típicos segundos incómodos que necesitan llenarse con cualquier sonido para romper la tensión. Lo primordial parece que fuera mantener un periodo de calma y paz, precisamente aquello que les han arrebatado a estas mujeres pero que no están dispuestas a abandonar.


Dentro del inventario de Tejidos Chakana se encuentran camisas en algodón, correas para guitarra y cinturones hechos en hilo acrílico y aretes en cristal japonés. Sin embargo, los retratos de los familiares que fueron muertos en combate no están a la venta porque pertenecen a cada mujer que los fabricó, aunque son exhibidos en algunas exposiciones. Por ejemplo, el 11 de junio se hizo una en el Centro de Memoria Histórica. Asimismo, los precios de estos productos oscilan entre los 70.000 y los 130.000 pesos.


Idalit Becerra, de 55 años, es una de las personas que participa en estas actividades. A diferencia de las demás, se sienta sola y revisa cuidadosamente que no le quede mal el orden de los colores del tejido que está elaborando. Ya había hecho uno mal, pero pacientemente se percata de no cometer los mismos errores. Tiene una voz dulce y unos modales refinados que le impiden alzar la voz o quebrantarse ante el dolor. Con un nudo en la garganta, cuenta: “A los ocho días de la muerte de mi hijo (soldado alcanzado por un explosivo en combate) me llamaron a Tolemaida y allá simplemente me dijeron que era algo que debía suceder. Nunca me reconocieron como víctima del conflicto ni me dieron acompañamiento por parte de la Fiscalía por no haber denunciado en el momento. Yo no sabía qué debía hacer. Estaba sola. (…) Realmente solo busco la verdad porque nunca me esclarecieron los hechos de su muerte”. Ahora, acaba de terminar una manilla de color azul y blanco. En el medio tiene escrito la palabra “Oscar”, el nombre de su hijo, quien murió en combate en el año 2012. Prefiere portar una prenda sencilla que le rinda un homenaje a su memoria, que ponerse algo costoso y vacío.


Gladys Acevedo, una mujer de 50 años y madre del soldado Edwin Carranza- muerto en combate-, creó la Fundación Color y Esperanza Por Nuestros Héroes porque quiere visibilizar la historia de todas las mamás de soldados profesionales y regulares y de policías que fueron asesinados en esta guerra colombiana. Según ella, “al principio, todas sentían mucho odio en sus corazones y un dolor vivo, pero nos tocaba transformarnos para poder hablar de justicia transicional y restaurativa”.


— ¿Luego de que ustedes empezaron a tener más visibilidad, recibieron algún apoyo, así sea psicológico, por parte del Estado?


— No, nada — menciona Gladys—. Solamente la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) nos enseñó cómo hacer unos informes para contar nuestra verdad. Por lo que tuvimos que buscar fotos, donde veíamos a nuestros hijos destrozados y trabajar solas, pero unidas. Por eso mismo ya ni buscamos un acompañamiento psicosocial. No queremos que alguien nos empiece a preguntar detalles de cada historia y luego nos revictimicen. Acá se debe avanzar con proyectos como el que estamos haciendo con Tejidos Chakana porque ayuda a la superación y a minimizar el dolor.


Tocar puertas y encontrar apoyo para esta iniciativa no fue fácil, incluso, según cuenta, su dolor fue utilizado por otras personas para beneficio propio, como el Mayor Carlos Ospina, quien llegó a la Comisión de la Verdad. Allí ellas esperaron con el fin de que él les diera una oportunidad para hablar y escuchar la verdad, pero nunca lo hizo. El rechazo y la minimización de su dolor fueron otros factores que las llevaron a sentirse abandonadas por las instituciones. “A las madres de los militares nos han rechazado en todo lado. — Reclama Gladys—. No entienden que nosotras también somos víctimas. Una vez nos dijeron que teníamos síndrome de Estocolmo por estar en el mismo lugar con los que habían matado a nuestros hijos”.


Esta iniciativa cuenta con una particularidad. No solamente participan víctimas, sino también excombatientes. Para algunas es difícil estar en un mismo espacio con quienes, para ellas, les arrebataron sus seres más queridos. Por ejemplo, Esperanza Martínez es otra de las madres que perdió a su hijo, la cual nunca ha recibido ningún apoyo por parte del Estado aparte de la pensión mínima, de aproximadamente un millón de pesos, que recibe por parte del Ejército. Para ella “fue muy incómodo al principio. No podía siquiera ver a los exguerrilleros. En este momento siento que soy como una niña chiquita que va aprendiendo en este proceso largo de paz y reconciliación”. Aunque para ella estos momentos son para distraerse y no pensar en el dolor, aún siente depresión cuando llega a su casa y se siente sola con varias dudas sin responder.


Esperanza es una mujer de tez blanca, con el cabello rizado y ojos redondos y marrones que permanecían achinados por las sonrisas que les regalaba a todos sus compañeros. Llegó hace 20 años a Bogotá con el objetivo de obtener una mejor calidad de vida tanto para ella como para sus 5 hijos. Uno de ellos era Jairo, un joven lleno de sueños, quien, en el año 2016, a la edad de 24 años, fue asesinado en combate. Esperanza ha perdido la fe en los procesos del Estado y aún el perdón ha sido un componente difícil en su vida.


—Qué paz ni qué nada —Comenta Esperanza—. Eso es puro pantallazo. Mire, yo no creo en nada de eso.

—¿El Gobierno ya no está en contacto con ustedes?

—Nada, nada, nada, ni apoyo psicológico siquiera. Nosotros no tenemos nada, en cambio los excombatientes tienen todo.


En Colombia, entre los años de 1958 y 2012, fallecieron 40.787 militares y 177.307 civiles en el marco del conflicto armado. En tanto el Centro Nacional de Memoria Histórica registra hasta el 2013 “25.007 desaparecidos, 1.754 víctimas de violencia sexual, 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados por grupos armados, y 4.744.046 personas desplazadas”. Los reportes de víctimas tienen un enfoque claro en la población civil; es así que en noviembre del 2021 el Ejército Nacional presentó un informe en el que la cifra de militares muertos en la guerra interna fue de 18.800.


Es curioso observar que casi todas las personas que pierden un ser querido tienen una denominación. A los niños sin padres se les dice huérfanos. Una mujer que perdió a su esposo se le dice viuda. Pero no hay un nombre para las madres o padres que ya no tienen a sus hijos. En ese pequeño jardín no solo se construyen prendas y accesorios que luego serán vendidos como cualquier taller textil de Bangladesh o Birmania; allí se busca construir un espacio para la memoria y la integración. Aunque el dolor sea un sentimiento que todos comparten; su ímpetu de superar todas las barreras que la vida les ha impuesto hace que sus tejidos tengan una textura y un mensaje contundente.

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