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Una nueva oportunidad 

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Nicolás Ocampo Rodríguez , Comunicación Social y Periodismo

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Hace aproximadamente seis meses, un virus desconocido amenaza a la humanidad. Los comercios han cerrado, la economía tiembla y la vida ha cambiado. Mientras tanto, personas como yo tratamos de adaptarnos.

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Una nueva oportunidad 
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Foto: Nicolás Ocampo Rodríguez 

1080 horas han pasado desde la última vez que salí a la calle. El gobierno colombiano implementó una cuarentena nacional sin precedentes en la historia del país, bajo el Decreto 457, que regirá en principio hasta el próximo 25 de mayo, en principio.  ¿La razón?, una pandemia que se expande a pasos acelerados por todo el mundo y que ya ha cobrado más de 265 mil muertes, según informa la Organización Mundial de la Salud (OMS).


Todo comenzó el pasado mes de diciembre de 2019 cuando fueron descubiertos, o por lo menos notificados, los primeros casos de un virus que tuvieron lugar en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei, situada en el centro de China. Esta enfermedad desconocida, al parecer de origen animal, estaba causando numerosos casos de infectados y muertes.


Pasaron los días y pronto se conocieron casos de infectados en otras partes del mundo. La OMS confirmó que se trataba de una nueva cepa de coronavirus, como el SARS o el MERS, y lo denominaron Covid-19. También, debido a su rápida propagación, prontamente fue declarado pandemia y entre los países en los cuales ya estaba se encontraba Australia, donde viven mis hermanas y sobrinos. Al conocer la noticia me comuniqué con ellos de inmediato.


Daniela, con quien hablé primero, me confirmó que los niños seguían teniendo clases con normalidad y que ella y mi cuñado seguían abriendo la joyería, negocio de su propiedad. Por otro lado, Manuela, mi otra hermana, me dijo que seguía trabajando en el restaurante, donde es mesera, y teniendo sus clases de gastronomía con normalidad. Ambas viven en la ciudad de Perth, al oeste del país.


La enfermedad siguió esparciéndose rápidamente hasta llegar a América y, eventualmente, a Colombia. Ahora me preocupaba mi mamá también, quien vive en Acacías, Meta. Sin embargo, ella me llamó, me pidió tomar precauciones y me dijo: "aquí estoy mejor, me preocupas más tú porque en Bogotá las cosas serán más difíciles". Como suele pasar con las mamás, la mía tendría razón y ella estaría mejor en su finca, por lo menos hasta ahora.


Para mi familia todo esto ha tomado diferentes matices. En Australia no han impuesto mayores restricciones, aunque Manuela me dijo en nuestra última llamada que seguía trabajando en el restaurante, pero con menos turnos y que la gente ya no iba tanto. En la universidad la enviaron a vacaciones. Daniela y mi cuñado decidieron comenzar a trabajar online y a los niños les suspendieron las clases presenciales. Mi mamá y yo finalmente entramos en cuarentena, con todas las repercusiones que eso conlleva, tanto positivas como negativas, para personas del común, como nosotros.


La cuarentena y yo


El tiempo me ha dado para contar los 45 días, con sus horas y minutos, que llevo resguardado en mi casa. El último día que salí fue el martes 24 de marzo en la transición entre el llamado Simulacro Vital, decretado por la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, y el aislamiento decretado por el Presidente Duque. Esa noche de martes, las calles ya estaban desoladas, los comercios cerrados, no había tráfico como es usual y ya presentía que vendrían muchos cambios más.


Me había quedado los días del simulacro en casa de mi novia y su familia al norte de Bogotá. Al escuchar la noticia de la cuarentena ellos me ofrecieron seguir allí para pasar esos días. Mi mamá también me dijo: “es mejor que estés acompañado”.  Sin embargo, decidí volver a mi casa, en Chía, para ocuparme de algunas cosas. Mi novia me dijo: “ve y vuelves para Semana Santa”. Ese era nuestro plan, pero no sabíamos qué vendría después.


Días antes, mi universidad ya había cerrado su campus debido al riesgo sanitario y había comenzado a tomar clases virtuales, algo que resultó extraño y a la vez novedoso para mí pero que, de cierta manera, me permitía seguir con normalidad la actividad más importante en mi vida, la académica. También, ocupé mi tiempo retomando mi pasión por la música, algo que me ha ayudado a sobrellevar el encierro. Sin embargo, algunas noticias estaban por venir y, definitivamente, me harían sentir los estragos del virus, y no precisamente por sus síntomas.

Como muchos jóvenes más en Colombia, vivo solo y trabajo para mantenerme y estudiar. Día a día voy a la universidad y en las noches trabajo dirigiendo la operación de un reconocido restaurante. No hay muchas modificaciones en mis rutinas, generalmente, no puedo permitírmelo. Vivo entre esas dos responsabilidades y, aunque a veces quisiera tener más tiempo, no me quejo. Me considero afortunado y ahora más que nunca cuando los papeles se han invertido: el tiempo sobra y la extenuante rutina, de la que he renegado en ocasiones, falta.


Al mismo tiempo que mi universidad decidió cesar sus actividades presenciales, en mi empresa debía salir a vacaciones para afrontar la contingencia. Hasta ese momento “todo estaba bien”. Sin embargo, en medio de la cuarentena, recibí un comunicado de la compañía informando que, a causa de la difícil situación económica, los contratos de todos debían ser suspendidos por espacio de unos meses. Por supuesto, siendo parte del equipo de líderes del lugar, entendía la situación y mostré mi apoyo. Por otro lado, era inevitable pensar que mi economía también entraría en jaque.


Me tomó unos momentos analizar la situación, como suelo hacer, para crear un plan y seguir adelante. No tendría de otra, debía tomar de mis ahorros destinados a la universidad para poder sobrevivir los días o meses venideros.


Todo aún es incierto. Había sido precavido días atrás, gracias a los consejos de mi mamá, y estaba aprovisionado con lo necesario, por lo menos eso era un alivio. No obstante, pasaron los días y, como bien señala la ley de Murphy, “si algo malo puede pasar, pasará”.

Las facturas y los cobros llegaban y todos ellos sí son inmunes a cualquier virus, contingencia, cuarentena o suspensión. No tenía más remedio que pagar. Por otro lado, algo que no debería suspenderse en estos momentos son los servicios públicos, muy importantes para nuestra subsistencia pero, no siendo suficiente con los acontecimientos actuales, también tembló y esto ocasionó que un tubo principal del sistema de acueducto de Chía se rompiera dejándome sin agua por un par de días. De nuevo, Murphy.


Los días siguieron y a pesar de que me gusta la soledad y mi independencia, de esta forma “obligada” se siente diferente. Esto me ha hecho extrañar a mi familia, pero me tranquiliza saber que están bien. Tampoco pude volver a casa de mi novia y, aunque me gustaría hacerlo, sería irresponsable de mi parte. Por lo menos la tecnología nos ayuda a comunicarnos y eso lo agradezco aunque, definitivamente, por más conectividad, un abrazo y un beso con los seres queridos son imposibles de emular. Cuando me siento así pienso que ¡en hora buena volvió la música! Me hacía falta y sin ella realmente no sé qué haría.


Ciertos cambios…


En estos días he podido pensar sobre todas las versiones que hay alrededor de la situación. Surgen muchas teorías, conspiraciones y opiniones que, en su mayoría, apuntan a una posición negativa y de buscar culpables. Las personas reniegan sobre la llegada de la pandemia que nos está cambiando la vida a todos, dicen que nada podría ser peor en estos momentos, que Dios nos está castigando, entre otras cosas. Sin embargo, a pesar de las dificultades, se puede ver esto con otros ojos.


Probablemente se necesitaba, de algún modo, una pausa y no solo para mí, también para el mundo entero. Necesitamos de ciertos cambios. Algunas noticias dicen que la contaminación ha disminuido, que las aguas se han limpiado, que los animales transitan con libertad sin alguien asechándolos para hacerles daño, que el aire es más puro. Resulta mejor no ver esto como un castigo sino como una oportunidad más, como un mensaje para hacer las cosas bien.


En mi caso, necesitaba ser consciente de mis gastos, de lo que consumo, de lo valioso que es para mí lo que tengo y, sobre todo, de mi familia y mis seres queridos. Necesitaba de ciertos cambios no solo para vivir mejor, sino para contribuir en un mundo que lo reclama y no sabe cómo más decírnoslo.


Muy seguramente, las cosas no serán iguales a como las dejamos, y quizás resulte mejor así. Tardaremos en recuperarnos y, ciertamente, algunas cosas se extinguirán para dar paso a otras nuevas. Solo hay que comprometerse en que cuando volvamos a las calles, lo hagamos bien.


No sé cuántas oportunidades más podamos tener y es momento de aprovechar esta, de tomar conciencia de lo que hacemos y de lo que pasa a nuestro alrededor para así, con suerte, que la cuenta de los días con las que inicié este relato se conviertan, por lo menos, en años o siglos más.

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