Yo creo en Tumaco
Daniel Felipe Sáenz Riaño, Comunicación Social y Periodismo
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Al frente del Océano Pacífico, se alza San Andrés de Tumaco, ha estado sumida en la violencia y el narcotráfico, por lo cual parece imposible acercarse, pero creo firmemente en la recuperación de esta joya del Nariño.
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En el restaurante La Cevichería, a un extremo del Puente del Morro, en Tumaco, vi los atardeceres más hermosos de mi vida. Con una bella vista del Océano Pacífico y del Morro en las costas de este municipio del Nariño colombiano, disfrutaba una deliciosa comida, junto con una pareja de médicos amigos de mis padres. Ellos habían descubierto Tumaco veinte años atrás, cuando realizaron su rural en este territorio, y fueron los que nos animaron a visitar esta ciudad. Corría el año 2012 y, aunque la situación no era tan diferente a la actual, fue por el alto al fuego entre el gobierno y la guerrilla de las FARC que tuve la oportunidad de conocer este paraíso escondido.
Me hospedé en el Hotel Los Corales, cerca de una de las playas más bellas del municipio. En las noches salíamos a comer carapacho de cangrejo, langosta gratinada y sopa de piangua en unos quioscos cercanos por tan solo trece mil pesos. Estos mismos platos en Bogotá costarían “un ojo de la cara”, lo que hacía todavía mejor la experiencia de disfrutar de esa gastronomía. Recorríamos las maravillas naturales sacadas de los mejores paraísos turísticos como el Arco del Morro y Playa Pereza, lugares tan bellos y mágicos que aún parecen un sueño.
Definitivamente, este fue un viaje fenomenal que hoy podría ser tildado como una “misión suicida”. Tumaco, recientemente, ha ocupado titulares por la creciente violencia en su territorio. En febrero, todo el país se enfocó en esta pequeña comunidad al escuchar las noticias sobre una masacre que terminó con la vida de ocho personas en zona rural del municipio por, el grupo armado residual de las FARC “Los Contadores”. No ha sido el único tiroteo, incursión armada o asesinato ocurrido en esta zona, ya que diariamente se reportan tumaqueños que mueren ante las garras de la violencia desmedida en este territorio. Solo es cuestión de buscar “Tumaco” en cualquier sección de noticias, y encontrarán muertos, heridos, narcotráfico y atentados contra líderes sociales casi a diario.
La violencia en este sitio está disparada por un histórico abandono estatal, que ha derivado en la degradación de la vida diaria de sus habitantes, donde el narcotráfico ocupa un papel principal en cada sector. Los jóvenes deambulan por las calles buscando una forma de salir adelante, pero no tienen muchas opciones. Para varios de ellos, sigue siendo una alternativa atractiva coronar un cargamento de droga hasta Estados Unidos o Centroamérica, por cifras entre sesenta a ochenta millones de pesos.
Esta actividad ilícita se encuentra tan arraigada en la vida diaria de esta región, que según datos de la Cámara de Comercio, con el proceso de paz y la captura de setenta y nueve narcos que operaban en el área, la economía y el comercio de todo Tumaco se disminuyó en un 40% por la incidencia de la “economía de la coca” en la zona, que también registró, según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal, más de la mitad de los asesinatos en todo el departamento de Nariño en el año 2020.
La presencia del Estado no puede ser un Consejo de Seguridad que dure dos días y luego vuelva a gobernar desde Bogotá cada vez que ocurre una masacre y los medios le recuerden al gobierno la existencia de este municipio. Se necesita que el Estado haga presencia impulsando y apoyando a las personas que trabajan, para sacar adelante a Tumaco.
De qué sirven tantos proyectos, con los que se le apuesta a la sustitución de las inmensas plantaciones de coca, por unos nuevos cultivos de coco y cacao, si la carretera que conecta a Tumaco hace casi imposible que sean rentables estos emprendimientos, sin mencionar los pagos tan bajos que reciben los productores por parte de las grandes empresas en las ciudades.
Hay gente que aún cree en labores para alejar a los jóvenes de las garras del narcotráfico, como la alemana Ulrike Purrer, quien desde el Centro Afro, uno de los pocos centros juveniles del municipio, lucha para mostrarles a los tumaqueños que hay más caminos que el crimen, y que pueden explotar sus habilidades creativas con danza, música y todo tipo de actividades culturales. Este modelo de iniciativas son las que deberían ser apoyadas por el Estado, no seguir alimentando una guerra entre el Ejército y los grupos ilegales, en la que pareciera que no entendemos que al combatir la violencia con más violencia solo empeoramos la situación para las comunidades.
Tal vez la herramienta más poderosa con la que cuenta Tumaco para generar un desarrollo es precisamente el turismo. Tienen la capacidad de posicionarse como un destino gastronómico y vacacional, al igual que grandes ciudades en las costas del Pacífico, como Guayaquil, Lima o Viña del Mar. Con la ayuda del gobierno es que este municipio podría dar este salto, cambiando su imagen del territorio que tenía la producción cocalera más grande del mundo, a un nuevo Tumaco, impulsado por la cultura, el turismo y la gastronomía.
Los datos sobre la situación actual, en materia de violencia, son alarmantes y preocupantes, pero yo todavía creo en Tumaco. Creo en esa joya turística, gastronómica y cultural, abandonada a la merced de los grupos ilegales y de la cual no contamos con la oportunidad de conocer aún. Creo en este hermoso municipio con paisajes que no he visto en ninguna parte de Colombia. Creo en la idea de sacar nuestro Pacífico adelante del atraso al que ha estado condenado durante años.