
Desinformación en el conflicto armado: ¿qué podría salir mal?
La guerra ruso-ucraniana y el conflicto de Medio Oriente han demostrado que los enfrentamientos bélicos no solo se luchan con tanques y armas: también las redes sociales y los medios son usados para posicionar narrativas.
Por: María José Lobo
En una sala hay muchas personas hablando de temas variados: deportes, música, política, comida. De repente, una emergencia estalla en el lugar y la atención de las personas, antes fragmentada, se unifica en torno a lo sucedido. Justo ahí, cuando todos tienen los ojos puestos en el mismo suceso, empieza una disputa de diferentes opiniones sobre los hechos, respaldadas por reportajes, declaraciones públicas y, claro, información engañosa.
Así describe Natalia Viana, cofundadora y codirectora del medio brasileño de periodismo investigativo Agencia Pública, cómo la desinformación tiene la capacidad de crecer con facilidad en escenarios críticos: emergencias climáticas, crisis sanitarias y, para efecto de este artículo, conflictos armados.
Tras la llegada de los medios digitales y las redes sociales, la dinámica de los conflictos no volvió a ser la misma. Aunque la desinformación no es un fenómeno reciente en el mundo, la hiperconectividad ha hecho de ella una realidad cada vez más palpable, incluso en los escenarios bélicos.
En el informe Global Risks Report 2024, del Foro Económico Mundial, se estimó que, dentro de dos años, la información errónea y la desinformación ocuparían el primer lugar en el ranking de los principales riesgos para la humanidad. Artículos de años anteriores muestran que esta pandemia desinformativa ya se venía gestando. Investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetss (MIT en inglés) revelaron en 2018 que los rumores falsos tenían la capacidad de expandirse más rápido que la información veraz; tan solo en Twitter, las falsedades eran un 70% más propensas a ser compartidas. De hecho, en los primeros dos años de transformación de dicha red social a X se ha limitado el acceso a las API que facilitaban la verificaron de datos y la investigación con fuentes abiertas.
Por su parte, la investigación periodística Mercenarios Digitales, coordinada por el Centro Latinoamericano de Investigaciones Periodísticas (CLIP), encontró varias redes de desinformación transnacional que operan en América Latina. Brasil es uno de los países incluidos en los reportajes. Entre los mayores hallazgos: uno de cada cinco difusores de noticias falsas en ese país es un político. El PL, partido al que está afiliado el expresidente Jair Bolsonaro, alberga a casi la mitad de los políticos identificados.
Consultores, empresas y líderes influyentes, tanto de derecha como de izquierda, cooperan entre sí para afianzar sus narrativas en el continente.
“Es una gran cadena de información y al final tú no sabes con qué parte de toda esa torta te vas a quedar... Seguramente con lo más quemado o con lo que puede no ser cierto, y vas a construir tu realidad basado en esos consumos. Así que no es un simple: ‘Ay, me desinformé'. El asunto es que construiste tu realidad con datos falsos”, afirma Carlos Pardo, coordinador de Journalism Trust Initiative, a propósito de la charla Periodismo en la era de la IA: autorregulación, transparencia y rigurosidad contra las "fake news", del Festival Gabo 2024.
Nuevos frentes de batalla
El 24 de febrero del 2022, Rusia inició una serie de atentados que desencadenaron una guerra, aún activa, con Ucrania. Esta, llamada por algunos como “La primera guerra en Tik Tok” o WarTok, ha sentado un precedente sobre el rol de las redes sociales en los enfrentamientos bélicos entre países. Años atrás, a finales del siglo XX, estaría sucediendo también un hito revolucionario: la Guerra del Golfo, el primer enfrentamiento bélico transmitido en directo por televisión, que también generó debates sobre el poder del manejo de la información... (Pocos años después, vendrían las guerras en Afganistán e Irak... y Wikileaks)
En una investigación del 2022, NewsGuard reveló que, en los primeros cuarenta minutos después de haberse registrado en Tik Tok, una persona puede encontrar contenido falso o engañoso sobre la guerra en Ucrania en la opción For you o Para ti de la aplicación. Este mismo estudio halló que al buscar en la red social términos genéricos como “Ucrania” o “Donbás”, el algoritmo sugería múltiples videos, que contienen desinformación, dentro de los veinte resultados principales de la búsqueda.
“Con la revolución digital, en toda guerra el frente informacional es casi tan importante como el frente militar, y la gente que está luchando sabe eso”, mencionó Natalia Viana.
Para Catalina Uribe, profesora e investigadora del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes, existen ciertas dinámicas que se reafianzan en los conflictos. La polarización es una de ellas; esta resulta problemática porque provoca la asociación de los agentes del conflicto con dinámicas o figuras civiles que no tienen relación alguna con la guerra e incorpora relatos que perpetúan crímenes de odio.
La segunda dinámica comentada por Uribe, que parte del análisis presentado por John Mearsheimer en su libro ¿Por qué mienten los líderes?, advierte que dentro de un mismo país la guerra es informada de manera diferente que en el exterior. Por ejemplo, el supuesto vínculo entre los ucranianos y el nazismo fue una narrativa difundida por el Gobierno ruso, pero que los demás países no acogieron con “facilidad”.
En razón de este escenario, mientras que la Unión Europea tomó en 2022 la decisión de prohibir la difusión de los canales rusos Sputnik y Russia Today, desde Rusia se empezó a dirigir una operación conocida como Operación Matrioska. Su objetivo era manipular y retrasar el trabajo de medios especializados en la verificación de datos; al saturarlos con múltiples consultas sobre noticias falsas poco compartidas, desviaban la atención de dichos medios y agotaban sus esfuerzos.
La primera víctima en cualquier guerra es la verdad, dijo Esquilo hace más de dos mil años... Hoy sigue vigente su afirmación.
Bajo el contexto de los ataques entre el Estado israelí y el grupo terrorista Hamás, a mediados de junio del presente año, en Francia una niña judía de doce años denunció ser abusada sexualmente por tres adolescentes por el hecho de pertenecer a la comunidad judía. En una entrevista con Le Parisien, los padres de la niña aseguraron que en el colegio había sido sujeto de acoso y discriminación. Saludos nazis y burlas sobre el holocausto fueron algunas de las prácticas que tuvo que enfrentar desde que iniciaron los ataques del 7 de octubre del 2023.
“Creo que hay que pensar la verdad también en términos de sistemas de creencias que uno ya tiene interiorizados. No es únicamente: ‘Me manipularon y lo creí’, sino también preguntarnos como audiencia qué queremos creer nosotros y por qué no estamos siendo capaces de identificar estas noticias”, explicó Catalina Uribe.
Además de la verdad, los vínculos relacionales y los sistemas de creencias de las sociedades han sentido los efectos de la desinformación.
Un estudio realizado en Medio Oriente, llamado “I Don't Like You Anymore”: Facebook Unfriending by Israelis During the Israel–Gaza Conflict of 2014, encontró que el 73% de la muestra analizada había dejado de seguir a un amigo cuya visión difiriera de la suya en esta red social.
Siguiendo esta línea, un artículo sobre el poder “desconectivo” de las campañas de desinformación, de Gregory Aslomov, académico de las ciencias de la comunicación, detalla que el propósito de la desinformación es disolver los vínculos horizontales entre los individuos de una sociedad.
¿Y dónde queda Colombia en todo esto?
Los resultados del más reciente reporte Disinformation Risk Assessment, publicado en 2022, mostraron que el 44% de los sitios web en el mercado de noticias en el país se encontraban situados en la categoría de riesgo medio de desinformación y el 41% en la categoría de riesgo bajo.
Colombia, que conoce de cerca la guerra, enfrenta los efectos de la desinformación, incluso en la periferia del territorio nacional, donde el conflicto es aún más evidente para las comunidades de la zona.
“Hay mucha información de la que nos están privando o de la que nosotros mismos nos estamos privando. Vamos haciendo juicios anticipados porque no sabemos qué es lo que realmente está pasando en los territorios”, expresó Dora Muñoz, comunicadora indígena del pueblo Nasa, en el encuentro Desinformación y periodismo local: retos y experiencias desde los territorios excluidos, durante el Festival Gabo.
De acuerdo con Katerine Vargas, consejera de medios ciudadanos del departamento del Caquetá, es fundamental que la información sea una realidad para el periodismo local, ya que les permite a las personas contar sus propias historias y derribar las estigmatizaciones e imprecisiones que se crean cuando son narrados desde afuera.
Con todo esto, ¿qué podrían tener en común Ucrania y Colombia? Ambos han sido testigos de conflictos que, si bien no son similares, afectan a una población civil que vive entre la violencia y la desinformación.
Para enfrentar esto, se han desarrollado alternativas que pueden ayudar a contrarrestan la polarización a través de narrativas que humanizan. Un ejemplo nacional es Consonante, un modelo de periodismo participativo impulsado por la Fundación para la Libertad de Prensa que busca reducir los vacíos de información en las periferias. Su idea central se gestó al mapear 666 municipios, más de la mitad de los municipios del país, en los que no existen medios o no hay equipos de periodistas que produzcan información local.
También hay casos de obras específicas, como la del fotoperiodista Federico Ríos, finalista de los Premios Pulitzer en 2024. Se ha centrado en documentar los recientes años del conflicto interno y el proceso de paz entre el Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). “Yo creo que la principal herramienta que se ha usado para dividir al país históricamente es presentar al otro desde la deshumanización”, mencionó en una entrevista con la Revista Semana, en la que también aclaró que su intención con el trabajo no era blanquear la reputación de la guerrilla ni defenderla.
Y en esa línea, la de presentar a las personas detrás de los titulares y de las decisiones políticas, surgen trabajos como Los soldados del tanque 27, uno de los finalistas en la categoría de Imagen del Premio Gabo 2024.
Cuenta la historia de Tarás (representante de ventas), Alexander (miembro del ayuntamiento) y Volodímir (trabajador en una empresa distribuidora), quienes ingresaron al ejército ucraniano después de los ataques rusos del 2022. La guerra transformó su cotidianidad, alejándolos de sus familias y de sus vidas como civiles, y dejándolos a cargo del tanque de guerra T – 727, llamado por ellos como el tanque 27.
Este producto, publicado por El País de España, fue dirigido por Mónica Ceberio y producido por Cristian Segura. El documental expresa, desde una visión humana, uno de los rostros silenciosos del conflicto: el de los civiles a quienes la guerra les cambió de vida.
Los soldados del tanque 27, junto con otros proyectos periodísticos de este estilo, proveen al ecosistema informativo de historias con la potencialidad de despolarizar y humanizar los entornos digitales durante el conflicto armado.
Sin embargo, aún queda camino por recorrer.
“No creo que sea tan simple; siempre se quiere escuchar historias de la gente, y sí, contar historias de personas ayuda mucho más que contar historias con datos, pero el problema con la propaganda informacional es que son mensajes que se repiten y se repiten... no sé cuál sea la solución, pero identificar el problema ya es un paso”, concluye Natalia Viana.