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Fatídicamente suertudo:

La historia de Felipe Vieda

Por María Juliana Cruz Marroquín

La vida nos trae las historias de manera repentina, en el momento menos esperado. Puede ser, por ejemplo, tomando café con un amigo a quien apenas conoces, que parece hermético, como indescifrable, pero que se abre a ti como si se conocieran desde siempre. Te cuenta los sucesos más importantes de su vida, detalle a detalle y tú con extrema atención escuchas todo lo que tiene por contar. Lo que no te imaginas es que durante la conversación aparecen historias que te impactan. Bromean sobre escribir un libro sobre su vida de película y giran sobre los mismos temas una y otra vez. Tienes en tus manos el poder de crear el primer capítulo de ese libro.  

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Su nombre es Felipe Vieda. Tiene 21 años, es estudiante de diseño de sexto semestre de la Universidad de Los Andes y es una persona con suerte, o así lo cree él, aunque a veces no sea evidente. Así que preste mucha atención a esta historia; puede que más adelante el relato de Felipe le revele de dónde nace la suerte (si es que a eso podríamos llamarle así), el destino y el misticismo detrás de los sucesos más fortuitos de su vida.  

Carlos Felipe Vieda Vásquez _ Imagen de Archivo.png

Carlos Felipe Vieda Vásquez | Imagen de Archivo

Felipe siempre ha sido una persona atlética, desde muy pequeño practicó fútbol, una de sus grandes pasiones, pero no la única. Ha entrenado más de 13 deportes, entre ellos ultimate, padel, footballflag, béisbol e incluso ciclismo. De este último, se enamoró en 2020, un año en el que buscamos nuevos hobbies o distracciones que nos facilitaran la vida en pandemia. Durante esta época, Bogotá tuvo el mayor incremento de viajes y usuarios de bicis. Para facilitar la circulación, la seguridad y el bienestar de la población, la administración distrital amplió y mejoró la red de ciclorrutas en la capital y, con ello, comenzó la transformación hacia el transporte sostenible y un nuevo estilo de vida de los ciudadanos. Para ello, implementaron 84 km de ciclocarriles temporales sumados a los 550 km de ciclorrutas, convirtiendo a Bogotá en la capital mundial de la bici. Su extensa red la convierte en un ejemplo para América Latina. Alrededor de 880.000 viajes se realizan a diario en la capital del escarabajo urbano. 

“Ya llevaba mi buen año y medio bien juicioso entrenando. Entrenaba con un amigo de mi papá, que él fue ciclista en su tiempo y pues yo me le pegué ahí al parche y me empezó a entrenar y después competí y pues ahí empecé a dar frutos. Entonces, ya cogimos la cosa mucho más seria. Empezamos a entrenar a un nivel más alto”, recuerda Felipe mientras tomamos un café.  

Recorrido a Altos de Patios en La Calera | Tomado de Google Maps)

Felipe entrenaba cinco días a la semana, siempre con una ruta distinta, aunque su favorita era Altos de Patios, un emblemático puerto de montaña con 6,6 km de ruta, una pendiente constante inclinada y un terreno asfaltado perfecto para ser la ruta infaltable de cualquier ciclista, en especial para él.

Hacían carreritas con el pelotón y apostaban para ver quién era el más veloz. Ahí era cuando Felipe se preparaba para el día en que una carrera profesional lo llamase a la puerta. A las 7 a.m. estaba listo con su trusa, sus choclos – que es como coloquialmente les dicen los ciclistas a los zapatos – y su casco para ir a entrenar. 

Julián Álvarez, su “exentrenador”, es un señor de mediana edad, bonachón y muy sabio; un compañero de su padre que ha practicado este deporte durante 40 años y le enseñó las reglas básicas para ser un excelente deportista. Era el principal apoyo de Felipe, su animador número uno y la persona que lo acompañaba en cada ruta. “Eres muy bueno, yo te veo mucho futuro". "Algún día estarás con los grandes, en la élite profesional, por eso tenemos que entrenarte para ligas mayores" son algunas de las frases que recuerda Felipe de su gran compañero. "Me daba muchos consejos para la vida, tanto para rodar, como decimos coloquialmente, y para sus proyectos personales”, dice Felipe.

Calle 92 con carrera 11 | Tomado de Google Maps

Con la pandemia, su rutina cambió. Su entrenamiento se reducía a los fines de semana y a estar prácticamente solo, pues hasta ese momento la ciudad apenas comenzaba a darle flexibilidad a los deportistas. El 28 de octubre de 2020, transcurría como un día cualquiera. A las 7 estaba en su bicicleta camino a Altos de Patios, en La Calera. Lo acompañaban sus primos, Ximena y Andrés. Estaban fuera de temporada, pero Felipe entrenaba como si no lo estuviera, como si se encontrara preparándose para el tour más importante de su vida. A la hora del descenso, tomó la pendiente a alta velocidad, parecía un bólido. Iba por la 92 con 11. 

Para ese momento, la ciclorruta de la 92 apenas era algo de lo que se hablaba y, por ello, tuvo que mezclarse entre carros, buses y camionetas. Para diciembre de ese año ya tenían la valorización del proyecto y en septiembre de 2022 debía estar completa. No llegó a terminarse. ¿Qué pasó?, el contrato tenía una prórroga de nueve meses al que se le habían sumado tres modificaciones y más de 3.559 millones de pesos sobre el presupuesto inicial. Como si fuera poco, por componentes urbanísticos, redes secas, tránsito, pavimento y temas ambientales, la obra se sigue prolongando , lo que ha llevado a que falte 134 días y solo 21% del proyecto se encuentre completado (incluyendo ciclorruta y el arreglo de la misma vía). 

Construcción de ciclorruta y aceras en la Calle 92 y 94 | Tomado de Google Maps

El objetivo de la obra es ofrecer mayor seguridad a los peatones y usuarios de bicis, así

El objetivo de la obra es ofrecer mayor seguridad a los peatones y usuarios de bicis, así como ampliar la conectividad y accesibilidad

Más allá del impacto, la tormentosa pesadilla de Felipe

ran las 8:15 de la mañana. Felipe iba detrás de una camioneta, había bajado tan rápido que había perdido de vista a sus primos. Estaba solo. A su derecha había un taxi.  Recuerda al conductor perfectamente: “era blanquito y calvo”, dice él, “me guiñó el ojo y aceleró y, pues, en mi mente, yo dije: este man no me va a pasar”. Felipe decidió seguirle el juego. Aceleraron, ambos con ínfulas de saber quién era más rápido. Hasta que, en milésimas de segundo, “de repente, veo que la camioneta de enfrente coge un hueco. No alcanzo a frenar a tiempo y cojo el hueco de lleno, la bicicleta me frena y salgo disparado como a 10 metros del hueco. Cogía medio carril y era como de 5 metros de largo”, explica.

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Fotografías tomadas el día del accidente, 28 octubre de 2022. (izquierda) Foto del estado de la vía donde se accidentó Felipe (derecha) Fotografía de las raspaduras y lesiones con las que llegó Felipe al hospital

El impacto lo recibió con varios raspones en su cuerpo, su casco se rompió tras el golpe (su cabeza había rebotado varias veces contra el asfalto y de milagro, el casco lo salvó) y sangraba mucho. Se levantó como si nada, la adrenalina del momento no le dejaba sentir dolor. Su primer pensamiento fue su bicicleta. Era nueva, se la habían regalado por su cumpleaños. No faltaba mucho para cumplir 19 años, unos cuantos días: el 3 de noviembre. Fue a buscarla y cuando intentó levantarla, no podía. Sentía que su brazo lo trababa. Intentó varias veces hasta que decidió arrastrarla hacia un andén mientras esperaba a que sus primos llegaran a socorrerlo. “Pues al inicio, solo creí que se había caído. Mi hermana fue la que pegó el grito y pues Pipe estaba sentado con raspones por todo lado. El más grande estaba en el brazo, le miré por detrás y ahí fue cuando vi que tenía el hueso salido y supe que tocaba ir al hospital. Lo raro era que Pipe no estaba gritando o llorando, lo vi muy tranquilo”, recuerda su primo. Se suponía que uno de sus primos se quedaría con las bicicletas y el otro sería el encargado de llevar a Felipe a la clínica, sin embargo, un señor que iba pasando en una camioneta de carga, les ayudó a llevar las bicis a la casa de Felipe. Eran las 9 de la mañana.

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La Clínica del Country fue el lugar de atención médica de Felipe, tanto en urgencias como en cirugía | Tomado de Medios de pago (clinicadelcountry.com)

Llegaron al hospital y, como era época de COVID, había una carpa afuera en la que se realizaba la atención. Felipe necesitaba entrar a la sala de urgencias, que estaba al otro lado. Decidió caminar. Al ingresar tomó turno y diez minutos más tarde fue atendido. Lo hicieron pasar a un consultorio y se quedó de pie, comenzó a marearse, la adrenalina se había ido y el dolor comenzaba a llegar. Le pidieron sus datos y una vez registrado, lo llevaron a la sala de fluidos. Mientras, en la sala de espera, su primo llamaba a sus tíos: “mi papá me decía: ¿Pipe está bien? ¿puede moverse? ¿la espalda y la columna bien? Me dijo que no fuera a llamar a mis tíos, que él hablaba con ellos y les contaba”.

 

Felipe no quería preocupar a sus papás, era hijo único y sabía que una noticia como aquella podría angustiarlos. Tan pronto como pudieron, sus tíos llegaron al hospital y al ver la situación bajo control decidieron avisarles a sus padres. Lo único que parecía fuera de lo normal era u brazo derecho, le dolía mucho y doblarlo no era tarea sencilla. Le tomaron un par de radiografías para ver sí tenían que acomodárselo o llevarlo a operación. Le pidieron que estirara el brazo pero era imposible, “lo tengo fracturado” repetía Felipe. Seguían insistiéndole en que lo estirara, tanto así, que una enfermera tomó su brazo y lo extendió en la mesa de radiografías. Al revisar las tomas, los médicos le dijeron que sus huesos se veían bien y que debían llevarlo a un cuarto de reducción para acomodárselo. 

“El ortopedista me dice: chino usted tiene que dejarse mover el brazo como sea. Tiene que dejárselo mover porque o si no, va para operación. Yo me mentalicé y desconecté mi brazo, me lo acomodaron, me movieron y yo sentí cada pedacito moviéndose. Y me dice: listo, dóblelo, muévalo”. Felipe no podía moverlo, lo sentía rígido. Y, por si fuera poco, su otro brazo, el izquierdo, empezaba a dolerle. La respuesta del ortopedista fue: “fresco, eso es normal por el golpe, váyase a la casa que usted se recupera”. Sabía que si lo enviaban de regreso a su casa las cosas empeorarían. Insistió en tomar nuevas radiografías, pero el ortopedista no quería pues el seguro solo había autorizado un examen.

Vaya suerte

Tras tanto rogar, aceptaron. Lo revisarían tres ortopedistas, pero eso no bastaría para ver las claras fracturas de Felipe. Fue gracias a una pasante, ese nuevo aire de la medicina moderna, quien le dijo a los ilustres de sus maestros, los verdaderos resultados de las radiografías “¿Aquí no hay como una fractura? ¿Y aquí también? ¿Y aquí también? ¿Y aquí en el otro brazo también, no?”. La fractura del lado izquierdo fue limpia, su radio se había roto pero sin comprometer su brazo, mientras que la del derecho requería de cirugía cuanto antes pues debían reconstruirle su codo.

Felipe no lo podía creer. ¿Qué clase de médicos lo estaban atendiendo? ¿Cómo habían dejado que algo tan grave como una fractura en ambos brazos se les hubiera escapado? ¿Cuál hubiera sido su futuro si no hubiera insistido en la segunda radiografía? Miles de preguntas le pasaban por la cabeza. El dictamen era obvio: necesitaba cirugía y esta vez de un médico riguroso. Estuvo ingresado desde el sábado en la clínica esperando un cirujano, una sala de operación y el material necesario para la cirugía. Estuvo despierto hasta las 12 de la noche con analgésicos, y a esa misma hora, como lo narra Felipe, por arte de magia, entró Dios, vestido de bata y uniforme azul, bueno tal vez no era Dios, pero estaba encarnado como médico en ese ángel, en ese artista, en ese perfecto escultor que es Giuseppe Alajmo. 

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Dr. Giuseppe Alajmo | Tomado de Facebook. Dr Giuseppe Alajmo – Enfermedades del Hombro y Trauma Ortopédico

El Dr. Alajmo es un reconocido traumatólogo y ortopedista, experto en lesiones del hombro y trauma ortopédico. Lleva más de 10 años de experiencia en el campo y fue el encargado de reducir la fractura de Felipe y reconstruir a la perfección su codo derecho. ¿Cómo lo encontraron? Todo se debe a la suerte de Felipe; porque si bien había sido recomendado de un tío suyo, las posibilidades de conseguir a Alajmo eran casi que imposibles al no estar adscrito a Colsanitas, la prepagada de Felipe, aquella que cubría su cirugía. Mientras conseguían la habitación, se movían miles de contactos para encontrarlo, pero nada parecía resultar. Llámenlo como lo quieran llamar, para mí es simple y pura       suerte, resulta que Alajmo era el médico encargado de atender los casos en la sala de emergencias ese día y como lo cirugía de Felipe -claramente- calificaba como una, Alajmo tomó el caso. 

 

Volvieron y le acomodaron el brazo derecho, un dolor que, para Felipe, ha sido de los peores en su vida. Le colocaron un yeso provisional para mantenerlo en su lugar hasta el día siguiente. A las 3 de la tarde lo ingresaron, cortaron su trusa y lo vistieron para la cirugía. La operación tardó bastante, era como jugar al tetris, debían extraer cada fragmento de hueso de su codo para juntarlos de la mejor manera y atravesar la estructura con los tornillos para darle rigidez. Ese era el plan A. Y si no funcionaba y la integridad del hueso se veía comprometida o no se adhería correctamente, debían cortarle el hueso y colocarle una prótesis radial. No era una mala opción, pero tampoco la mejor. Si ese hubiera sido el caso, Felipe hubiera necesitado someterse a varias cirugías durante su vida para ir reemplazando la prótesis.

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Radiografías tomadas por los médicos al momento del accidente. (izquierda) Rayos x de las operaciones del brazo derecho de Felipe (derecha) Antes y después de la segunda operación y la cicatriz de Felipe | Imágenes de archivo

Afortunadamente, el plan A funcionó y empezó su recuperación. Durante la primera semana, mantuvo un yeso y, para describirles como era, imagínense a las momias de los faraones del Antiguo Egipcio, al estilo Tutankamón. El peso era tal, que no lograba dormir y su familia debía ayudarlo en todo – absolutamente todo. A la siguiente ya estaba en terapias, moviendo los brazos y con los puntos casi que al rojo vivo, “tenía que moverlos porque esta articulación es muy delicada y se atrofia muy fácil, entonces tenía que empezar a mover los brazos lo más pronto posible”

Su recuperación estaba prevista para 7 meses. Primero le dieron 25 terapias pero terminó tomando entre 40 y 45 de ellas al necesitar una segunda cirugía por una cuestión de una molestia con los tornillos, así que se los retiraron y siguió adelante con el proceso de recuperación. En las terapias le hacían unos estiramientos a la mala, la fisioterapeuta le ponía el brazo y lo extendía en la mesa a la fuerza y con todos esos tejidos recogidos, tensionados… Muchas veces el dolor era inaguantable pero sabía que debía soportarlo si quería recuperarse. Le habían dicho que luego de la cirugía tenía un 70% de probabilidad de no mover el brazo, de dejarlo a 90° y que ni siendo juicioso con las terapias podría recuperar la movilidad completa, tal vez un 25% por mucho. 

La noticia la recibió como un trago amargo porque sabía que si quería practicar algún deporte, su cuerpo debía estar al 100% y por ello se obsesionó con recuperar la movilidad y la fuerza. Durante meses dejó de dormir para realizar terapias en casa por su cuenta. Mientras todos en su casa descansaban, se mataba los sesos – y los músculos también- por recuperarse. Su rutina consistía en estirar y doblar día y noche, entre terapias en el hospital y los ejercicios en casa; todo para no perder la fe y salir adelante. Ese mismo afán de ver los resultados pronto, fue el motor que le permitió ir recuperando la movilidad y no rendirse. A los dos meses de terapias ya tenía gran parte de su capacidad recuperada, lo único que le faltaba era su fuerza y estabilidad. Y al cabo de tres meses y medio o cuatro, había recuperado ambas cosas. Todo fue progresivo, sabía que con cada terapia iba ganando unos grados de movilidad, un poquito más de fuerza; pero a medida que se recuperaba físicamente, Felipe también debía afrontar una recuperación psicológica. 

Le pregunté por sus miedos, a que le temía luego de haber sido operado y con voz titubeante me contestó: “Le cogí miedo a pasar el escalón de la ducha, a caminar descalzo en el baño, a caminar en la lluvia, a bajar escaleras mojadas. Prefería no salir por el miedo a resbalarme porque empecé recién operado. Esa primera vez que monté lo hice por auto superación. Uno tiene que avanzar, tiene que superar las cosas. Entonces de a poquitos fui haciendo rutas llanas. Y ahí fui retomando de a poquitos, Y ya al mes y medio, a los 2 meses ya había perdido más o menos el miedo y dije, me voy a lanzar a hacer una ruta un poquito más larga y fui de mi casa hasta cota, que son casi 34 km.” 

Felipe ahora sabe que debe andar con precaución, que debe ser cuidadoso y que el cuerpo humano es bastante frágil. Esa noche, mientras tomábamos café en Starbucks reflexionamos sobre su accidente y sobre las precauciones que pudo haber tenido. Ahora, cada vez que practica, es mucho más precavido. Es prudente y respeta mucho más la vía - o la cuerda floja como le gusta decirle - y lleva mayor protección. Sabe que la ciudad es muy densa y no está adaptada, en su totalidad, para practicar este deporte. Muchos ciclistas, como Felipe, optan por tomar las autopistas y vías de gran congestión para practicar, tal y como sucede en la autopista norte sentido sur-norte, en la que varios ciclistas han perdido la vida a causa de las imprudencias y el estado de la vía. 

Del total de siniestros en la vía en los que se han visto envueltos los ciclistas, Bogotá representa el 25%, Felipe incluido. Porque si bien hablábamos al inicio de este texto, a pesar de que la ciudad se esforzó por contar con una infraestructura que permitiera a los ciclistas desplazarse, el mal estado de las vías o la inexistencia de estas rutas en algunas zonas de la capital ponen en riesgo día a día la vida de estos deportistas. Casos como los de Felipe se repiten a diario en la capital, lo vemos todos los días en las noticias, de camino al trabajo, al colegio e incluso de camino a la universidad como me ha pasado a mí en varias ocasiones. No es solo un tema de seguridad vial, también se trata de la cultura ciudadana, algo que en Latinoamérica y en especial, en Colombia, nos falta por aprender. 

¿Consideramos esto suerte o una vida llena de calamidades?

Usted como lector, luego de leer la historia de Felipe puede llegar a dos conclusiones igualmente válidas y valiosas. La primera es que Felipe cuenta con un ángel de la guarda, una suerte que parece ser una imprescindible ayuda en su vida y la segunda puede ser que para usted Felipe es solo un joven que ha tenido que pasar, en su corta vida, una experiencia traumática de la cual supo reponerse y salir adelante. Ambas conclusiones son buenas, pero personalmente para mí, la primera opción es la más acertada y le explicaré porqué. 

La noche de su nacimiento marca un momento clave en la vida de Felipe. Mientras sus padres conducían de regreso a casa, perdieron el control del auto y chocaron. Su padre murió al instante. Su madre, con tan solo unos cuantos signos vitales fue trasladada a la Clínica Reina Sofía en la que dio a luz a Felipe antes de fallecer. Así pues, en cuestión de segundos, Felipe, recién nacido, estaba solo (al igual que el día de su accidente). Bastaron solo esos segundos, unos cuantos minutos y unas horas para que sus padres se convirtieran en sus ángeles guardianes, en ese granito de suerte, porque si lo pensamos bien, Felipe debía haber muerto pero el vientre de su madre lo salvó. Ha escapado de la muerte no una, sino dos veces, y casualmente ambos han sido accidentes viales, una rara coincidencia, ¿no les parece? Y aquí es donde yo me pongo a pensar y digo: “Podríamos especular que quienes lo salvan de vivir este fatídico y trágico final son su padres, quienes desde el más allá le ‘echan’ una mano para salvarlo de las garras de la muerte”. 

Y no es una idea tan descabellada porque cuantos de nosotros no tenemos algún familiar o amigo cercano ya difunto que nos haya ayudado en algo. Porque puede que usted no crea en el misticismo de la suerte o el destino, pero a veces las cosas, por más duras que sean, no tienen otra explicación que eso mismo, la palabra SUERTE. Y puede que algunos la desarrollen con mayor constancia en la vida y haya otros que pensemos “oiga, yo la verdad si soy muy salado” “¿por qué todo lo malo me pasa a mí?”, pero tarde que temprano ese mágica fortuna nos ayuda y las cosas que parecían estar en nuestra contra ahora están a nuestro favor. 

Porque si bien para Felipe la muerte de sus padres significó estar desamparado y solo desde su primer momento de vida, la suerte le sonrió (o más bien, sus padres) y esa misma noche le trajo a sus padres adoptivos, quienes buscaban un recién nacido para adoptar. O en el caso del accidente, que como explica Felipe “me siento afortunado, primero por haber tenido buen casco, también por que afortunadamente no había ningún carro detrás de mí que me hubiese podido arrollar, también por el cirujano, y por haber contado con la suerte de que lograron reconstruir mi codo sin la necesidad de una prótesis, pero principalmente mi suerte se las debo a mis padres. Siempre están cuidando de mí, o eso es lo que creo porque soy muy afortunado de haber tenido la suerte que tuve. Nadie podría dichosamente que se ha salvado dos veces de morir como lo he hecho yo”.

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