En medio de la crisis que afecta a ese sistema monetario digital, muchos latinoamericanos siguen apostando por las criptomonedas. ¿Están estas al borde de la catástrofe, como dicen algunos, o más bien atraviesan las turbulencias usuales en la disrupción tecnológica?
Por: Carlos Gutiérrez Brancho, miembro de la mesa editorial de CONNECTAS
La quiebra de FTX, la plataforma de compraventa de criptomonedas creada por Sam Bankman-Fried en 2019, declarada el 11 de noviembre, arrastró la confianza global en el sector del dinero electrónico. Esta plataforma de criptodivisas, valuada en 32.000 millones de dólares, que se había convertido en una de las más importantes, hoy es vista por muchos como doloroso ejemplo de lo riesgosas que resultan las inversiones en este mercado digital. ¿Significa esto el comienzo del fin para las criptomonedas?
Una de las voces críticas es la de Adam Lashinsky, ex editor ejecutivo de la revista Fortune. Él escribió en The Washington Post que “se suponía que las criptomonedas debían ser un refugio en tiempos inflacionarios, como suelen ser los bienes de metales duros, como el oro. Sin embargo, creaciones como Bitcoin y Ethereum se han desplomado al mismo tiempo que la inflación se ha disparado. Prometieron una manera de almacenar valor. Claramente, no lo cumplieron”.
Por su parte, para The Economist, la crisis de FTX es “un golpe catastrófico para una industria con un historial de fracasos y escándalos”. Aclara que esta tecnología prometía volverse una intermediaria más rápida, barata y eficiente. No obstante, “cada nuevo escándalo que estalla hace más probable que los auténticos innovadores se asusten y el sector se reduzca”. Además, considera que “nunca antes las criptomonedas habían parecido tan criminales, derrochadoras e inútiles”, por lo que lanza una pregunta provocadora: ¿pueden las criptomonedas llegar a servir para algo más que para estafas y especulación?
Como este, muchos medios de comunicación suelen hacer predicciones catastrofistas en torno al futuro del mercado de las criptomonedas, visiones que se potenciaron ante la caída de FTX. Sin embargo, no en todos los países se comparte esta percepción. La organización Rest of World, por ejemplo, señala que mientras los inversores especulativos en Estados Unidos miran “horrorizados” la caída de 200 % del mercado de criptomonedas, en América Latina los criptoemprendedores y criptoentusiastas “tienen una mirada más optimista”, quizá porque están más acostumbrados a la volatilidad.
De hecho, en esta región se ha registrado un incremento continuo en el uso de criptomonedas. El New Payments Index 2022 muestra que el 51 % de los consumidores de América Latina y el Caribe ya ha realizado, al menos, una operación con criptoactivos, y que un 54 % es optimista sobre el rendimiento de los activos digitales como inversión.
En promedio, entre 2017 y 2020, Latinoamérica y el Caribe tuvo el 6% del volumen total de criptomonedas en el mundo; luego, en 2020, este creció a 15,8% y ha venido aumentando exponencialmente desde entonces, señala el reporte Cryptocurrencies: A Financial Crime Risk within Latin America and the Caribbean, de Global Financial Integrity. De acuerdo con el Global Crypto Adoption Index, en 2021 cuatro países latinoamericanos formaban parte del top 20 mundial: Venezuela, Argentina, Colombia y Brasil.
Por su parte, el informe The 2022 Geography of Cryptocurrency Report, de la startup Chainalysis, señala que América Latina ocupa el séptimo mercado de criptoactivos más grande a nivel global, al haber recibido 562.000 millones de dólares en criptomonedas desde julio de 2021 a junio de 2022, lo que implica un crecimiento del 40% con respecto al mismo periodo del año anterior. Además, según sus números, en esta región se encuentran cinco de los 30 países más importantes para este mercado: Brasil (séptimo lugar), Argentina (13), Colombia (15), Ecuador (18) y México (28).
En esta región también sobresalen, por un lado, El Salvador, que apenas en septiembre cumplió un año de haberse convertido en el primer país del mundo en adoptar el bitcoin como moneda de curso legal, aunque ahora el gobierno de Nayib Bukele recibe fuertes cuestionamientos por su falta de transparencia en sus políticas económicas respecto a esta criptomoneda. Por otra parte, también destaca el petro venezolano, la primera criptomoneda emitida por un Estado y respaldada con recursos naturales, pero que a la vista de algunos analistas es una moneda que no ha tenido un rol fundamental en la economía de ese país.
En lo que sí coinciden los expertos es que actualmente estamos viviendo un “invierno cripto” que afecta a todo el ecosistema monetario digital. Esto significa que la crisis va a pasar y el fenómeno cripto va a crecer, pero muy probablemente con reglas distintas. De hecho, dice el argentino Luis J. Canessa, managing planner de la asociación Chivo Maker, “casi todas las instituciones financieras y las grandes compañías de todo tipo ya tienen gente evaluando el ecosistema cripto para poder entrar a él”. Chivo Maker está integrada por personas y empresas que declaran estar convencidas “de la transformación del mundo con soluciones que giran alrededor del bitcoin”.
Canessa, quien participó en el proyecto de Bukele, considera que la llegada de las criptomonedas significa un importante cambio de paradigma en el sector financiero global, porque esta tecnología es “muy revolucionaria”. Ello indudablemente ha despertado una disputa entre el modelo tradicional y la tecnología cripto. La compara, “aunque no es lo mismo”, con la tensión entre los Uber y los taxis tradicionales, es decir, “lo que venía pasando tradicionalmente versus lo nuevo tecnológicamente renovador y que hace el cambio”. Este fenómeno, asegura, es hasta cierto punto normal, porque “cada vez que aparecen algunas soluciones disruptivas en el mercado, hay alguien que va a quedar resentido por esa disrupción”.
Por su parte Mariana Belloso, periodista especializada en temas económicos, coincide en que este periodo de crisis es pasajero y que en el futuro veremos en realidad un “movimiento hacia lo tradicional”, es decir, hacia el uso de criptomonedas emitidas y controladas por bancos centrales. Para ella, el problema principal no es la tecnología en sí, sino la avaricia de quienes quieren hacer dinero fácil y buscan aprovecharse de los demás. La falta de control, profundiza, ha hecho que las decisiones en las compañías las tomen profesionales jóvenes que no suelen tener mucha experiencia en administración o en finanzas.
Global Financial Integrity (GFI) explica que en Latinoamérica se aprecian dos grandes problemas relacionados con la adopción de criptomonedas. Uno es el bajo conocimiento de la gente sobre estas, ya que su calificación apenas es de 2,08, en una escala de 0 a 5 (donde 5 es el máximo conocimiento sobre el tema).
La otra dificultad es que los gobiernos no han podido prevenir, detectar, investigar ni enjuiciar los delitos financieros que podrían surgir de la adopción de criptoactivos y tecnologías emergentes. Según el análisis de GFI, las criptomonedas han sido usadas para cometer actividades delictivas, como fraudes, estafas, ransomware y extorsiones. The Economist coincide y apunta que en estas transacciones digitales “abundan los blanqueadores de dinero, los evasores de sanciones y los estafadores”.
Aunque existe una tendencia a generalizar y satanizar las criptomonedas, su nivel de riesgo no es el mismo en todas. En un análisis titulado “Las profecías de Hayek sobre las criptomonedas”, David Sanz-Bas, economista de la Universidad Católica de Ávila, en España, las clasifica en dos grupos. Unas son las altcoins (a las que pertenece bitcoin y monedas digitales similares) y otras las stablecoins “que generalmente son pasivos de una empresa emisora”. Desde su perspectiva, esta distinción es de suma relevancia, debido a que las primeras muestran “una importante volatilidad en su precio de cotización en dólares u otras divisas”, debido a que “su oferta es muy rígida y no se ve alterada ante cambios en su demanda. Así, cuando se produce un aumento de la demanda de una de esas criptomonedas, su precio se eleva y viceversa”.
La situación de las stablecoins es completamente distinta porque, como su mismo nombre indica, son estables, a pesar de su formato digital. Según el estudio de Sanz-Bas, son emitidas “de manera centralizada por una empresa”, lo cual permite que “el emisor pueda regular el poder adquisitivo de estas monedas a lo largo del tiempo gracias a la variación de la cantidad de unidades que existen en todo momento en el mercado”, con lo que “puede mantener un equilibrio dinámico entre la oferta y demanda de su moneda y estabilizar continuamente el valor de la misma”.
Por su lado, la mayor debilidad que encuentran en las altcoins según Julio César Marchione y un grupo de investigadores argentinos es la volatilidad de las inversiones, “debido a que aún los mercados son muy sensibles a determinados influenciadores y sus mensajes en el mundo de la economía”, como escriben en un artículo académico. Es decir, que el mercado de las altcoins depende en gran medida de la percepción sobre ellas generada en mensajes tanto en redes como en medios de comunicación.
Más allá de todo esto, parece haber un tema de fondo. La economista salvadoreña Tatiana Marroquín explica en conversación con CONNECTAS que, además de la crisis financiera que revela la quiebra de FTX, hay una disputa de narrativas. “Con claridad se puede ver que hay una crisis entre ideales, narrativas y discursos y lo que pasa en la realidad con las criptomonedas”. Así, la manera de informar sobre lo que pasa en el mundo de las altcoins juega un papel muy importante en la percepción que los inversionistas tienen sobre la estabilidad de este mercado.
Para GFI, los criptoactivos llegaron para quedarse y deben ser regulados con el fin de brindar certezas y proteger tanto a los usuarios como a los inversionistas. Entre otras acciones, recomienda implementar medidas para comprender mejor el ecosistema cripto en cada país, como desarrollar una regulación que garantice claridad y previsibilidad, además de promover educación en la materia y el intercambio de información entre los sectores de la sociedad.
La regulación, sin embargo, es quizá el mayor dilema de las criptomonedas como la bitcoin que, como dicen Julio César Marchione y su equipo de investigadores, es la primera totalmente descentralizada, abierta y desregulada para hacer transacciones persona a persona o peer to peer. Su fundamento, precisamente, es la descentralización, es decir, no tener “límites para su uso” ni depender de autorizaciones. Aunque es la “más representativa del ecosistema criptomonedas”, subrayan los investigadores, no es la única, ya que existen alrededor de unas 8.000 más que, aunque tienen características particulares, comparten este mismo principio.
En su análisis, The Economist sugiere la imposibilidad de regular este tipo de criptomonedas; de hecho, señala que “una sociedad capitalista debería permitir a los inversores asumir riesgos a sabiendas de que sufrirán pérdidas si sus apuestas se estropean”. En cambio, considera que los reguladores deberían guiarse por dos principios: garantizar que se minimicen los robos y los fraudes y mantener el sistema financiero convencional aislado de nuevas criptofacturaciones.
Belloso asegura que será muy difícil lograr una legislación internacional para regular las criptomonedas, porque no pasan por un banco central ni dependen de un gobierno. Por lo pronto, los inversionistas solo pueden informarse sobre cómo funciona el esquema financiero en el que quieren invertir su dinero e investigar las credenciales de quienes están detrás de él.
Indudablemente, estamos frente a un recurso financiero tecnológico que ha provocado grandes pérdidas económicas y muchos dolores de cabeza, porque aún tiene defectos y genera infinidad de dudas. Sin embargo, como señalan los expertos, ni el panorama es absolutamente catastrófico ni las criptomonedas van a desaparecer. Toca, entonces, que los gobiernos busquen mecanismos para garantizar la seguridad de las inversiones y que los inversionistas adquieran una mejor cultura para el manejo de su dinero digital.
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