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Obscenidad contrahegemónica

El Festival Internacional de Artes Eróticas reivindica la sexualidad, el erotismo y la pornografía como temas disruptivos en la política y las narrativas corporales hegemónicas.

Pixabay

Por: Laura Angélica Lenis Llano

La sala Gaitán, contigua al Teatro Municipal Jorge Eliecer Gaitán, les abrió sus puertas a parejas homosexuales, mujeres jóvenes, hombres robustos de chaquetas de cuero, señores canosos y estudiantes, como yo, a un espectáculo erótico cuyo objeto de reflexión fue la pospornografía. La primera edición del Festival Internacional de Artes Eróticas fue en 2016. Se fundó en Chile, pero ha sido presentado en Medellín, Madrid y Bogotá. Este año, se realizó en el centro de Bogotá, en las instalaciones del Teatro y el Planetario de Bogotá.


Carol Mockdrigde, la productora, se paró frente al armazón de tubos y telas blancas que es el escenario y nos anunció el inicio del performance. Una persona apareció tras el telón del centro. Vestido, vestida o vestide, como algunos integrantes de la comunidad LGBTIQ+ prefieren ser llamados, con un abrigo rojo, empezó a desnudarse, prenda por prenda, rompió unas bolsas de pintura roja en su abdomen y, mientras sus genitales chorreaban ‘sangre’, miraba fijamente a su público.


Las artes eróticas en la posmodernidad han tomado fuerza en países como Chile y Argentina, pero en Colombia queda mucho por explorar y apropiar al respecto, pues son expresiones disruptivas en una sociedad que aún es de grueso conservadora. Puede ser que, por eso, la escena que tuve frente a mis ojos me envolvió en una burbuja de asombro y, aunque muchas de las personas que asistieron podrían ser más afines al tema, sus ojos vacilaron varias veces con mirar a otro lado cuando las dueñas del espectáculo se les meneaban en frente.

La hegemonía de lo que es concebido como erótico se rompió cuando vi tres pares de glúteos moverse sin conciencia de que otros estaban presentes, cuando vimos los desinhibidos genitales de tres desconocides y no hubo morbo, solo expectación. El cerebro conectó con lo que, fuera de ese lugar, no sería arte, pero ahí dentro, viendo a Alexa, Promixxxcua y Balaguera, lo fue.


El primer evento se terminó, y cuando me dispuse a salir corriendo al Planetario de Bogotá para llegar a una reunión literaria pornográfica de entrada libre, nos dijeron que teníamos derecho a ver gratis la proyección de cortos del Festival Excéntrico de Chile. Entonces, salí a comprar la arepa de huevo más deprimente, desecha y fría que he comido, con una Coca

Cola. Al volver, tomé asiento en la tercera fila frente a la tarima.


Uno de los cortos que vi se llamaba ‘Fuck the Fascism’, expuso cómo la violencia estatal es obscena y cómo el pornovandalismo se introduce de manera válida en los contextos político y académico, pues no se limita a la sexualidad y el coito. Fue impactante, de cierto modo, ver personas desnudas masturbándose frente a símbolos históricos de la colonización y el derramamiento de sangre. No sabría explicar si lo que experimenté en ese momento fue rechazo o un choque emocional entre la curiosidad y el miedo a algo desconocido.


La imagen obscena ha sido relacionada con aquellos actos que ‘debiendo’ ser privados, se convierten en públicos. Decir que hay cuerpos que pueden ser deseados y otros que no es más obsceno que el acto mismo que éstos puedan ejecutar, solos o entre sí. Terminó la proyección y volví a hablar con Carol en una especie de camerino en la sala Gaitán. Ella es psicoanalista y me contó que se ha acercado, desde su profesión, a los conceptos de privacidad, sexualidad y pornografía expuestos en la cultura, la academia y, poco a poco, la política.


La contrasexualidad, la contracultura y la pospornografía surgen para ser resistencia y evidenciar las narrativas corporales nunca escritas, pero palpantes, de lo que durante siglos se ha entendido por erotismo. Por eso, aunque no entiendo por completo los postulados de todo lo que he visto en el AEFEST, ahora sé cómo la colonización, al ser reivindicada en Chile se volvió un espacio de “placer absoluto”, logré darme cuenta de que lo que vi, en efecto, es arte y debe ser una muy apreciada, o, al menos, respetada.


Ahora considero, y parafraseando algo de lo que escuché en el evento, que hay arte en los gritos, de placer y de dolor. Y si algo de lo que vi no fue lo más hermoso, puedo recordar una frase del libro Eleanor y Park “El arte no busca ser bonito, busca despertar tus sentimientos” y eso sí que lo hizo el festival.

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