Juan Nicolás Barahona
Es de tez blanca. Su estatura supera el metro con ochenta centímetros. Entre sus labios se vislumbran las fibras metálicas de unos frenillos de ortodoncia. Su cabello es crespo. En sus ojos, de un color café que tienden al negro profundo, se percibe la mirada de un hombre tranquilo y calculador.
Hace parte de la comunidad muisca del resguardo indígena de Chía, por línea materna. Es antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Se desempeña como líder de proyectos de investigación, desarrollo e impacto social en comunidades indígenas. Sus investigaciones las ha realizado principalmente en el Resguardo Muisca de Fonquetá y Cerca de Piedra, que es su hogar primigenio. También hace parte del equipo de consultores de Centro Latinoamericano de Antropología Empresarial.
A su vez, se ha caracterizado por el activismo que realiza dentro de su comunidad indígena. Actualmente dirige Ubas Chi, un colectivo cívico y de trabajo social que busca fortalecer y mejorar el resguardo indígena de Chía.
Su amor por su legado histórico lo ha impulsado a unificar nuevamente a los indígenas muiscas, planteando estrategias para la promoción de proyectos productivos, la etnoeducación y el desarrollo de capital social. No supera los 30 años de edad.
Él se encuentra en constante movimiento. Un día está en Barrancabermeja; al otro, en algún pozo petrolero en los Llanos Orientales. Sus exigencias laborales le demandan gran cantidad de tiempo. Entre semana persiste incomunicado de las grandes urbes por largas jornadas. Aunque, los sábados y los domingos, sin falta, se dedica profundamente a trabajar con su comunidad, especialmente con los jóvenes.
La entrevista que tuve con él se desarrolló en casa de sus padres. Esta se ubica entre la franja fronteriza del resguardo indígena y la zona urbana del municipio, aunque no se percibe cambio alguno. Conforme me acerqué al territorio muisca, decenas de viviendas en mal estado se erigían a lado y lado de la carretera. Las vías dificultaban la movilidad, al igual que los diversos escombros desperdigados por las carreteras de tierra. Había (hay) tugurios que se vislumbran en los cerros occidentales de Chía. El hacinamiento también es notorio.
Cuando llegué a mi destino, Jaramillo salió a mi encuentro con cierta parsimonia, la cual imprime a la hora de hablar. Aunque, al hacerlo, siempre es certero con lo que dice. Mientras caminábamos hacia su casa, me señaló un gran edificio en proceso de construcción que se levanta al oriente. “Eso era territorio indígena. Pero a la empresa ni le importó”. Por encima de nosotros también se levantan más construcciones, aunque en condiciones muchísimo más precarias.
Una desazón lo invadió. Su respiración y su mirada fungieron como cómplices de sus sentimientos.
“Esto no parece un resguardo indígena”, le dije, excusándome de antemano por un posible juicio de valor.
“Tristemente así parece”, respondió. “Nos estamos convirtiendo en el principal cinturón de miseria en el municipio”.
-¿Por qué está sucediendo eso?
-Entremos y nos tomamos un tinto, porque esto da para hablar un largo rato.
***
Nos sentamos frente a frente. Dispuse mis equipos de grabación. Sin preámbulos solté mi primera pregunta: “¿Cuáles son las principales problemáticas que están afectando a la comunidad muisca de Chía?”
Si bien la mayoría del tiempo es sonriente, Jerónimo se torna serio al hablar sobre el resguardo indígena, haciendo esbozos de su preocupación e impotencia por la situación en la que se encuentra su comunidad.
Tras mi pregunta, asintió con la cabeza, frunció ligeramente el ceño en señal de concentración y empezó a hablar. Así persistió hasta finalizar la entrevista, siempre atento a cada pregunta.
-Bueno. Inicialmente, hay un problema que no se puede tratar a un corto plazo y que posee un origen histórico: Es la configuración del territorio donde se encuentra el resguardo.
Ha sido un territorio relegado hacia los cerros occidentales de Chía, en donde, por supuesto, la infraestructura vial y el saneamiento básico hace que sea muy complejo un desarrollo como lo sería en una parte plana del municipio.
El segundo conjunto de problemáticas están asociadas con la autogestión de la comunidad. Esto tiene que ver, básicamente, con cómo nos identificamos a partir del hecho de ser indígenas, y no sólo habitantes de Chía. Esto se ha arraigado porque no todas las personas del resguardo reconocen las características legales, administrativas e identitarias de su condición. La gran mayoría piensa que es un hecho muy de imagen, de andar con una túnica blanca, un sombrero y una mochila, y no. Lo fundamental recae en qué tipo de cosmovisión y qué tipo de relación se tiene con el entorno.
Al no tener conciencia, al no tener ese despertar indígena, no puede trabajarse desde esa característica cultural y esa posición social.
-Y, en este caso, ¿la regulación que hacen las autoridades indígenas es correcta? Es decir, ¿es óptima su labor en materia de infraestructura, de desarrollo social, de inversión económica y también en proyectos de carácter cultural?
-Acaba de tocar el tema más sensible que afecta actualmente al resguardo, y es cómo esa característica colectiva indígena se manifiesta a través de una estructura política tradicional. Si bien en una organización occidental, por así decirlo, hay una organización municipal, con una alcaldía y un concejo, en el territorio indígena debe existir un símil.
El cabildo, que es la principal forma de gobierno del resguardo, no tiene la capacidad de gestión que requiere nuestro territorio. Estamos hablando de 3100 personas, de 4 sectores, 201 hectáreas y una presencia fuerte de autoridades del municipio.
No existe una gestión suficiente para financiar proyectos, a tal punto que llevamos más de dos años intentando obtener el acceso a recursos que la Nación otorga a las comunidades indígenas.
El cabildo es una estructura que en este momento caducó, es una estructura que necesita reforzarse. Es entonces cuando la iniciativa popular entra a jugar un papel fundamental, planteando cambios a esa estructura tradicional. Hoy, el cabildo debería ser más amplio, más eficiente, teniendo mesas de trabajo y círculos de palabra, en donde la función espiritual, cultural, política y de seguridad se maneje de una manera autónoma. Y todo esto regido por el sentimiento identitario de ser muisca.
– ¿Y qué riesgos se han generado para la estabilidad del resguardo indígena de Chía?
– Hay un riesgo latente. Estamos siendo cuestionados por el Ministerio del Interior, se han generado una serie de inconvenientes con las agremiaciones indígenas como la ONIC (Organización Nacional de Indígenas Colombianos), en donde la falta de capacidad de gestión nos está llevando a convertirnos en el próximo cinturón de miseria del municipio.
Nos estamos replegando con una urbanización desmesurada, a un uso no tradicional del suelo, a un uso no tradicional de prácticas agrícolas, en donde la única forma económica que la gente tiene para sostenerse es un arrendamiento o simplemente salir a trabajar en la ciudad.
No existe la capacidad de generar proyectos productivos, y nos estamos relegando, nosotros mismos, a una condición muy crítica y a un estado social bastante complicado.
– ¿Cuál podría ser la solución para estas problemáticas?
Lo principal, y por lo cual estamos trabajando en Ubas Chi, es la construcción de un Plan de Vida. Este es un documento que permite organizar y regir los territorios indígenas. Puede compararse, por ejemplo, con el Plan de Desarrollo que cada cuatro años presenta el Gobierno Nacional. Sin este, la inversión y la planificación en el resguardo se afectan considerablemente. Es un Plan de Vida entendido como una herramienta que condensa y sintetiza nuestros puntos claves de identidad, de organización, de cultura, de historia y de visión a futuro. En definitiva, representa una carta de navegación bastante práctica.
Si bien es el primer paso, en la práctica no es suficiente. El Plan de Vida es una apoyo fundamental, pero lo que realmente determina nuestra capacidad de ejecución y permanencia en el territorio son los proyectos que puedan unirse a este documento: proyectos de salud, de educación, de desarrollo de gobierno propio, proyectos de lengua son los que merecen toda la atención y acompañamiento de la comunidad y de los próximos cabildantes. Iniciativas simples de 12 o 15 millones de pesos pueden generar la transformación que el resguardo necesita.
Tenemos que recuperar esa asociación comunitaria, donde la colaboración y la ayuda no parta solo del cabildo, sino también de las familias, siguiendo los valores históricos de nuestra comunidad.
-Las autoridades del municipio dicen que el resguardo se está convirtiendo en un “caldo de cultivo” para la criminalidad, para la salud, para la vivienda y el desarrollo. ¿Cree que es acertada esa visión que parte de la Alcaldía?
-Totalmente. Aunque, tengamos en cuenta que se ha formado una relación tóxica y negativa. Es una relación que fluye sobre el argumento de que “yo no tengo la capacidad de gestionar -refiriéndose al cabildo-, pero tampoco tengo la capacidad como municipio para generar injerencia en los nuevos procesos”.
Es decir, si el cabildo no es suficiente, las autoridades municipales tienen la capacidad de relacionarse, de entender y de traducir esas problemáticas desde un sentido indígena hacia un sentido práctico:
No es lo mismo tomar el San Pedro Muisca (fiesta tradicional de los indígenas de Chía) y volverlo netamente una fiesta, a decir que el San Pedro puede transformarse en un evento de fortalecimiento cultural; no es lo mismo una jornada de vacunación a un plan integral de salud indígena entendido desde sus raíces; no es lo mismo crear simplemente una escuela, o generar cupos para los indígenas, a iniciar procesos de etnoeducación propia. Entonces, eso alimenta la relación tóxica entre el cabildo y el municipio.
-Pero, volviendo sobre el diagnóstico que estos hacen sobre el reguardo…
-Reitero, es totalmente acertado. El resguardo indígena tiene problemas de violencia intrafamiliar, problemas en la organización del territorio, de las estructuras familiares, de seguridad y de saneamiento básico. Está en un riesgo latente de convertirse en un cinturón de miseria en los cerros occidentales del municipio.
– Ahora, por favor, hábleme del colectivo, de Ubas Chi.
– El colectivo viene forjándose desde mediados del 2010, a partir de los diversos cambios que hubo de gobernadores indígenas. Veníamos de una tradición de unos gobiernos internos en donde los periodos de transición de cada uno de estos fueron dejando una serie de problemáticas cada vez más hondas. Este colectivo nace entonces como una iniciativa comunitaria en función de poder atender una serie de problemáticas identificadas dentro del resguardo indígena. Este no es solo una estructura política y un observatorio, sino también una posibilidad de acción y de transformación.
Como investigadores, hemos identificado una serie de falencias a nivel estructural dentro de la organización del resguardo. También hemos detectado problemáticas a nivel social, cultural, económico y, especialmente, de la organización del territorio. En función de eso, nos agrupamos, y hemos decidido convertirnos en un conjunto que genere cambio y progreso dentro de nuestra comunidad.
Pero nos hemos topado con dos problemas principales: la identidad y los ingresos económicos.
-Sobre esto, se identificó que la estratificación socioeconómica del resguardo es nivel 1. Ustedes como colectivo, ¿qué soluciones proponen para revertir esa situación?
-Este tema se conecta con la manera en que la comunidad se relaciona con las instituciones municipales, departamentales y con las que rigen su territorio.
Eso es una muestra de cómo un mal diagnóstico, tanto interno como externo, genera una serie de problemáticas mucho mayores, como lo son el acceso a la salud, a la educación y otros derechos.
En ese sentido, lograr identificar cuáles son las condiciones sociales y económicas nos permite presentar la realidad sobre la situación correspondiente de nuestro territorio indígena.
-Tocó el tema de la educación y la formación en el resguardo. ¿Existen buenos enfoques para construir comunidad? ¿Se están fortaleciendo sus prácticas culturales?
-Hay una realidad que debe hacerse evidente. Hay una realidad que debe entenderse, hacerse pública y, sobre todo, debe ser reconocida internamente en el resguardo, y es que estamos en un punto crítico. Estamos, sin ser alarmistas, cercanos a un punto de no retorno, en donde la tugurización, la marginalización y la transformación hacia uno de los cinturones de miseria del municipio es latente y muy fuerte.
Esto se ha producido en la medida en que nosotros (la comunidad muisca) no tenemos un claro horizonte identitario, no tenemos una fuerza de identidad en la cual nos reconozcamos como indígenas, en la cual valoremos, dignifiquemos y honremos esa condición. Por lo tanto, si no nos reconocemos como indígenas y no valoramos ese hecho, no vamos a tener la posibilidad de explotar y aprovechar esa misma condición, ese mismo sentimiento. Eso, no solo para que prevalezcan nuestras prácticas tradicionales, sino también para entablar un diálogo con estamentos municipales, departamentales e, incluso, con el ámbito privado. Si nosotros vemos nuestro territorio como una vereda más, si solo nos vemos como familias agrupadas en la montaña occidental del municipio, finalmente a lo que vamos a llegar es a una falla de identidad tan grave que, realmente, cualquier tipo de proyecto va a ser estéril, no va a tener asidero y mucho menos va a tener una proyección, a futuro, que sea sostenible.
-En ese caso, ¿por qué cree que se ha generado esa situación? ¿Sí hay buenos procesos de educación en el resguardo?
Ese es un tema muy, muy, importante. Y la manera de abordarlo es comprender la forma en que se entiende la educación.
A nivel tradicional, la educación se entiende desde una institución. En el caso de una comunidad indígena, la educación es completamente transversal a las prácticas cotidianas. Por ejemplo, se evidencia desde la manera en que se cocina, en que se cultiva, o desde la manera en cómo se relaciona una persona con sus familiares.
Nosotros (la comunidad muisca) nos educamos de una forma muy tradicional, o, mejor, muy occidental, en la medida que compartimos características con cualquier otra persona del municipio. El problemas es que no tenemos un autoenfoque diferencial donde nosotros mismos podamos reconocernos como indígenas, y, en ese sentido, no vamos a pensar en que nuestra armonía con la naturaleza debe ser diferente, en que nuestra manera de parentesco también lo es, y mucho menos reconocernos como ocupantes de un territorio ancestral. Eso tiene que ir más allá del discurso, más allá de decir “¡Sí, somos indígenas, somos los discípulos de Bachué!” (madre primigenia del pueblo Muisca). Tenemos que llegar a la práctica.
Yo puedo decir: “Sí, soy muisca”, pero ¿qué quiere decir eso para mí? Principalmente, que me debo relacionar con mi entorno de una manera diferente; que me debo relacionar con mis semejantes de una manera diferente; que debo educar a mis hijos de una manera y con una conciencia diferente, construyendo una cosmovisión menos afectada por la cultura occidental.
– El colectivo (Ubas Chi) está conformado por gente joven. Respecto a eso, ¿cómo ve la relación cultural de las generaciones más jóvenes del resguardo con su identidad indígena, con su legado muisca?
– Este tema atraviesa dos factores claves en el diagnóstico que nosotros hemos comenzado a hacer: Educación e identidad.
Las personas que actualmente, dentro del territorio, se autoreconocen como indígenas son muy pocas. El censo oficial muestra que hay más de 3000 personas que pertenecen al resguardo. Si nosotros pudiéramos cuantificar la cantidad de personas que se reconocen como indígenas, no llegaríamos a 100. Y de estas 100, no llegaríamos a 25 personas que tengan menos de 20 años.
En ese sentido, el colectivo está conformado por –me permito decir sus nombres- Lizeth Buitrago, Alejandro Villalobos, César Cubillos, Giovanni Quecán y yo, somos personas que no superamos los 35 años de edad y que logramos influir en la vinculación de personas jóvenes a ese tipo de procesos. Y no desde la imposición, como podría ser una práctica del cabildo indígena; no desde la obligatoriedad, como lo exige la corporación indígena; sino, realmente, desde la motivación interna, desde las prácticas cotidianas.
Es decir, les hacemos germinar la pregunta, por ejemplo: “¿qué puedo hacer yo, un pelao’ de 15 años?” “Bueno, perfecto”, le decimos, “acompáñenos a hacer encuestas, ayúdenos a limpiar los caminos y las tierras, acérquese a los mayores para entender su visión del mundo”, en fin. Son muchas cosas sencillas que denotan una cohesión comunitaria muy diferente a lo que podría ser lo que plantean algunas dependencias. Si usted no presta servicio militar, ahí sí lo obligan a hacer servicio comunitario; si usted se va a beneficiar de un servicio de una universidad, ahí sí tiene que demostrar que es indígena. Eso es lo que no queremos.
Nosotros estamos intentando que el activismo social sea motivacional, que nazca del interés propio de cada joven que quiera participar activamente dentro del colectivo.
-Y, ahora, ¿qué retos enfrentan para alcanzar esos objetivos que se plantean?
Jaramillo suspira y mira hacia al horizonte.
-Bueno… -suelta una risilla sarcástica-. Ahí llegamos a un terreno bastante complicado.
Dentro del resguardo, nosotros conservamos muchas herencias que son propias del campesino cundiboyacense, en donde nuestras mejores herramientas de resistencia son el chisme y la envidia. (Sonríe ligeramente y contiene la risa. Hace una breve pausa y vuelve a tornarse serio).
Y no lo digo desde un punto de vista negativo, sino analítico. Le pongo un ejemplo: Cuando yo vengo de una otredad completamente apaciguada por una presión colonial de segregación indígena, realmente no voy a tener la capacidad, a nivel estructural, de decirle a la otra persona: “oiga, usted me cae mal. No quiero que haga su trabajo”, sino que voy a utilizar otro tipo de herramientas de disociación.
A nivel de base y a nivel analítico es muy interesante. Pero a nivel práctico nos ha dificultado mucho el trabajo, especialmente porque la gente ve con desconfianza el tipo de iniciativa que hacemos, especialmente aquellos que administran el resguardo indígena.
Piensan de alguna manera que nuestras actividades se prestan para contratar de manera individual, que se prestan para hacer una administración paralela a la de ellos. Entonces se genera bastante resistencia, se generan ciertos roces.
Por ahora hemos logrado motivar su participación. Pero aún necesitamos más. Necesitamos pasar de que nos digan “está todo muy bien” y de que nos den una palmada en la espalda, a que se unan realmente al activismo social y político de manera comprometida.
Pero bueno, en términos generales, destacamos la participación de la gente respecto a su autodiagnóstico. Han sido muy receptivos, han entendido de qué se tratan los trabajos que hacemos para construir comunidad.
– He recibido testimonios de personas que se quejan de la parte espiritual, que les molesta el fanatismo que algunos están aplicando a la hora de seguir sus creencias.
– A nivel espiritual, bueno, tenemos un bloqueo muy grande, ya que las personas que habitualmente toman este tema en la comunidad son muy reacias. No los culpo, pues fueron criados bajo esa condición. Aunque han sido más los problemas internos que los externos.
– Sobre esto último, ¿cómo es su relación con el cabildo?
– Es buena, pero no deja de ser del todo tensa, en la medida que nosotros tocamos fibras sensibles dentro de la misma comunidad. Pero, en general, tenemos buena relación.
Ahora, con la Alcaldía y la Gobernación (de Cundinamarca) las relaciones han sido muy positivas. Eso nos lleva a pensar que en podremos revertir la situación actual del resguardo.
Como colectivo, estamos cumpliendo la función de enlace entre esos odios acérrimos que se han generado entre la administración local y las dependencias del Gobierno con el resguardo indígena. Principalmente hemos logrado traducir ese lenguaje legal y técnico para que el cabildo aproveche más las oportunidades que se generan y que pueden ayudar en su progreso.
-A pesar de lo que me ha dicho, ¿cree que haya alguna posibilidad de revertir las condiciones que hoy sufre la comunidad muisca?
Sí, creo que podemos hacerlo. Basta con saber que logramos, sin ningún tipo de interés económico, podernos agrupar, asociar, para liderar una causa que tradicionalmente hubiera tenido unos costos altísimos. Todo lo estamos haciendo desde la autogestión, con un presupuesto mínimo y dependiendo estrictamente de los tiempos libres.
Sin embargo, si este tipo de iniciativas se fortalecieran a través de proyectos, especialmente con niños y jóvenes, que son los que menos resistencia tienen al cambio, el resguardo sí tendría realmente la oportunidad de llegar a ser esa entidad autónoma, independiente, con alta capacidad de gestión y honrando su vocación política. Puede convertirse en centro de cohesión de las demás comunidades muiscas y como un ente articulador entre los distintos municipios del departamento.
Finalizada la entrevista, Jaramillo me pidió que lo llevase al centro urbano de Chía, pues debía partir a alguna zona de nuestro país.
Conforme surcábamos las vías, continuó hablándome sobre el resguardo, su resguardo.
El recuento histórico sobre su etnia amenizó el trayecto. Posee un gran conocimiento sobre su cultura, que, entre otras cosas, fue una de las más importantes de América Latina. Su relato, en verdad, parecía un cuento de hadas, pues ya no queda nada de la prosperidad e imponencia con la que describió a los pasados muiscas.
También fue enfático, nuevamente, en la falta de identidad que hoy tiene su comunidad. Entre línea y línea, evitando repetir lo dicho en la entrevista, hizo una analogía a partir de las ideas del filósofo Karl Marx: Al igual que los trabajadores, los indígenas deben unirse para trabajar conjuntamente por objetivos comunes. El primer paso para esto se basa en que reconozcan su condición con orgullo.